martes, 20 de mayo de 2008

COMUNIDAD NACIONAL,COHÉSON SOCIAL Y LA EFICIENCIA DEL ESTADO: EL CASO CHILENO.



Fernando Duque PhD
Profesor Titular Ciencia Política
Universidad de Los Lagos
Campus Chinquihue
Enero, 2008
Introducción

Chile es un país con identidad fragmentada y consecuentemente con una pluralidad de comunidades, en otras palabras un país con cultura heterogénea. Debido a esto, la cohesión social es sumamente baja es decir, el país desafortunadamente carece de sentimientos básicos de simpatía y respeto entre los habitantes. Tampoco hay respeto y simpatía hacia las instituciones que conforman sistema político nacional. A lo largo de 200 años el sistema político ha fracasado en traspasar los naturales sentimientos de cariño y respeto propios del grupo social más pequeño, la familia, al grupo social más grande que es la sociedad toda. En la sociedad chilena desgraciadamente, no existe la estimación, simpatía y respeto mutuo propio de una gran familia extendida. Aquí se ha fracasado en el intento de formar un sólido “nosotros”. Por lo tanto la estructura social es sumamente débil ya que carece del poderoso cemento que necesita tener una verdadera identidad y comunidad nacional. En las líneas que siguen a continuación se analiza brevemente la evolución del sistema político chileno durante los últimos 200 años. Luego se hace un análisis un poco más detallado de una serie de indicadores que tratan de probar y demostrar la ausencia del sentimiento de comunidad nacional en Chile.

Evolución del sistema político

Por varios miles de años, desde los primeros asentamientos humanos (en Cerro Verde cerca de Puerto Montt, 15.000 años atrás) Chile fue un territorio habitado por una gran cantidad de grupos humanos originarios que nunca lograron integrarse y formar una nación-estado fuerte y bien organizado. Las luchas y rivalidades entre los pueblos originarios eran el estado natural de las cosas y así se vivió por varios milenios. Esto cambió radicalmente cuando parte del actual territorio chileno fue invadido y ocupado por los incas, durante los siglos XIV y XV de la era cristiana. El territorio que va desde Arica hasta el rio Bio- Bio, fue parte del imperio incaico y por lo tanto allí se entronizó el sistema político que tenía al Cuzco, como su capital. La civilización incaica andina tenía una cultura política cuya característica principal era el autoritarismo altamente jerarquizado, el paternalismo, el machismo y el centralismo. El soberano tenía el poder total sobre la sociedad. Algo parecido al modelo del filósofo rey de Sócrates, Platón y Aristóteles. Este gobierno era el gobierno de uno, pero para el beneficio de todos. El Estado era propietario de los medios de producción, tierra, trabajo, capital y tecnologías. Los súbditos tenían el derecho y el deber de trabajar la tierra así como también trabajar en las fábricas estatales y en la infinidad de servicios públicos que conformaban la burocracia imperial. Una porción de tiempo del trabajo de los súbditos se usaba para cultivar las tierras estatales y trabajar en las empresas públicas. (Murra 1978; Cartagena 1997, Espinoza 1997, Baudin 1940)

El emperador tenía un ejército de funcionarios civiles encargados de la compleja administración del Estado y otro ejército de funcionarios militares encargados de mantener el orden, la seguridad y la paz del imperio. Con el trabajo colectivo de aproximadamente entre 15 ó 20 millones de súbditos distribuidos racionalmente desde el sur de Colombia, pasando por Ecuador, Perú, Bolivia y parte de Paraguay y terminando en Argentina y Chile, el imperio se hizo inminentemente rico y poderoso. A cambio de las prestaciones en tiempo y trabajo, el emperador tenía la obligación de darle a sus súbditos seguridad pública interna y también de protegerlos de pueblos primitivos y salvajes viviendo más allá de los límites externos del imperio. Pero además, el Estado tenía la obligación, cuando ello era necesario, de alimentarlos, vestirlos darles techo, proveerlos de alimentos, semillas y animales de carga. También se encargaba de satisfacer las necesidades espirituales, de entretención, correo, transporte, de comercio, salud, educación, suministro de agua, etc. En otras palabras, los súbditos reales contaban con una infinidad de bienes públicos y servicios esenciales provistos por el Estado. (Murra 1978; Cartagena 1997, Espinoza 1997, Baudin 1940)

El imperio se ocupaba de sus súbditos desde el nacimiento hasta la muerte. Muchos especialistas han denominado a este sistema político, el primer imperio socialista del planeta. Esta fue una época de oro para la población, particularmente los pobres. Se vivía una vida de trabajo productivo, pero también se gozaba de altísimos niveles de vida. Esta fue la razón por la cual la población creció rápidamente. No obstante, la rapidez en la expansión imperial (apenas un siglo) no permitió un proceso adecuado de consolidación. La cohesión social era débil y no hubo tiempo para conformar una comunidad nacional. En Chile, todo cambió con la llegada del enemigo externo. (Murra 1978; Cartagena 1997, Espinoza 1997, Baudin 1940)

Todo esto cambió con la invasión y conquista de los españoles. Este fue el comienzo de una gigantesca tragedia popular. Gran parte de la población originaria del Copiapó al Bio Bio fue exterminada y el resto que sobrevivió fue esclavizado. Como los invasores españoles no trajeron sus mujeres, desde el primer momento violaron y se mezclaron con las nativas y así nació una nueva raza mestiza que es el grupo étnico mayoritario del país. Pero estos mestizos y sus descendientes nunca fueron tratados como iguales y el peso de la opresión y explotación cayó sobre ellos en los siguientes 300 años. Durante este periodo, Chile fue una pobre y aislada colonia del imperio español manejada en forma autoritaria y centralizada por parte del funcionariado imperial. ( Burr 1967, Silvert 1965, Stevenson 1942)

El sistema político era del tipo dependiente totalmente dirigido y controlado por el emperador y la nobleza española. Esta era naturalmente una monarquía absolutista y autoritaria y la cultura política seguía siendo estatista, paternalista, machista y altamente jerarquizada. Había tres clases sociales: los funcionarios españoles, conformaban la clase alta; criollos terratenientes, la clase media y el pueblo la inmensa mayoría conformada por mestizos, indios y mulatos asimilados. ( Burr 1967, Silvert 1965, Stevenson 1942)

Las decisiones se tomaban en Madrid o Lima y en Chile se ejecutaban. El pueblo no tenía ninguna participación política, era una masa totalmente pasiva. Vivían bajo el peso de la noche colonial. Los criollos acomodados de clase media tenían algo de participación controlada en los ayuntamientos de pueblos y villas y esto se hacía a través de los cabildos. A comienzos del siglo XIX en 1810, una pequeña elite de criollos acomodados, con mayor proporción de sangre española que nativa, declaró la independencia de España. Esto gracias al hecho que el rey de España había sido depuesto por Napoleón algunos años antes. Estos criollos trataron de organizar el país de acuerdo a los pensamientos de la ideología liberal. La falta de valores y experiencia democrática determinaron que este experimento terminase en un rotundo fracaso. Gracias a la división de los criollos, los españoles recuperaron Chile en 1814 y restablecieron el orden imperial que duró 4 años más. En 1818 los patriotas chilenos con la fundamental ayuda argentina, logró derrotar a la fuerza española y se reestableció la república. ( Burr 1967, Silvert 1965, Stevenson 1942)

No obstante, la cultura política dominante destruyó todos los intentos liberales y Chile se sumió en un periodo anárquico que duró hasta finales de la segunda década del siglo XIX. Después de la batalla de Lircay en 1829 las fuerzas organizadas del liberalismo dejaron de existir y se estableció la república conservadora y portaliana. Este fue un periodo que duró cuatro décadas, hasta finales de los años 60 del siglo XIX.

El ministro Portales, líder indiscutido detrás de las fuerzas conservadoras, se dio cuenta que el liberalismo era un ideal incongruente con la cultura política chilena que por varios miles de años había sido estatista, autoritaria, paternalista y jerárquica. Por lo tanto trabajó arduamente por la recreación del gobierno sólo de uno pero para el bien común. Esto había sido la tradición política no solamente en el imperio incaico sino que también lo fue para los súbditos del imperio español. Portales creó un sistema político donde todos los poderes del Estado estaban en manos del presidente de la república (legislativo, ejecutivo y judicial), reformó drásticamente la administración pública donde creó el sistema de mérito, siguiendo de cerca el modelo napoleónico. Después de estas reformas portalianas, la administración pública chilena, se transformó en la mejor burocracia del hemisferio occidental.

El presidente era más poderoso que los monarcas absolutos del periodo colonial. No obstante ahora los presidentes eran monarcas temporales y electos. Se elegían por 5 años y se reelegían por 5 años más en caso que lo hicieran bien y contaran con el apoyo de la elite. Con este sistema político altamente congruente con la cultura política nacional, el país avanzó a pasos agigantados en su proceso de desarrollo económico, político, social y cultural. La economía creció a un promedio de un diez por ciento al año entre 1830 y 1860 y Chile pasó a ser de una de las regiones más pobres del imperio español al país más avanzado de América Latina. Por fin el pueblo pudo gozar de un estándar de vida parecido al que se había perdido con la llegada de los españoles.

Desgraciadamente la enorme riqueza acumulada por terratenientes, empresarios industriales, mineros y comerciantes, cambió la cultura nacional. Una vez más la ideología liberal trató de apoderarse del alma de la elite. Esto ocurrió por dos vías importantes. Por un lado los nuevos ricos enviaron a sus hijos a estudiar a Europa, y allí estos cambiaron la cultura conservadora y austera de sus padres y abuelos por la cultura liberal. Por otro lado, una gran inmigración de alemanes, ingleses, franceses y españoles trajeron consigo ideas liberales, fortaleciendo así las ideas liberales nativas que ya se habían recuperado de la gran derrota sufrida en la batalla de Lircay. A todo esto hay que agregar el hábil y sofisticado trabajo de la penetración ideológica realizada por agentes diplomáticos británicos y estadounidenses. Todos impulsaron las velas del liberalismo ideológico dominante en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Este cambio de cultura tuvo especial impacto en el sistema político. En la década de los años de 1860, el sistema de mérito creado por Portales en los años 30 empieza a ser desmantelado. Por lo tanto la eficiencia y productividad de la administración pública comienza a declinar. El Estado también comienza a retirarse de tareas y planes destinados a impulsar el desarrollo económico. En el sector privado también se producen cambios importantes. Los descendientes de los pioneros empresarios que habían impulsado el desarrollo chileno entre 1830 y 1860, comenzaron a abandonar sus negocios y a trasladarse a Santiago o a las grandes capitales de Europa. Gradualmente la empresa agrícola, industrial y comercial cayó en manos de mayordomos sin cualidades empresariales y poco interesada en la competitividad y la calidad de las empresas. Todo esto repercutió en la velocidad del crecimiento económico. Entre 1860 y 1874, el crecimiento se desaceleró de un 10% a menos de un 7% por año.

Los liberales también introdujeron reformas políticas. Después del presidente Pérez (1861-1871) el periodo presidencial se acortó en cinco años y el presidente empezó a perder atribuciones y poder vis a vis el congreso. Los partidos políticos que antes eran instrumentos en manos del presidente, ahora generaron autonomía y empezaron a disputarle funciones y prerrogativas. Pronto los líderes de los partidos políticos pasaron a tener un poder equivalente al poder del presidente de la republica.

El escenario político cambió radicalmente. De la unipolaridad (sólo el partido conservador funcionaba normal y legalmente) del periodo portaliano se pasó a la multipolaridad. Después de 1874, surgen varios partidos adeptos a la ideología liberal y también nace el partido radical que estaba a la izquierda de los liberales. Todos juntos luchaban para destruir el sistema político creado por los conservadores. Entre 1874 y 1891 se acelera el proceso de transición en que gradualmente el sistema político conservador es reemplazado por el sistema político liberal. Estos cambios políticos tuvieron un severo impacto sobre la velocidad del crecimiento económico, la tasa de crecimiento fue de sólo un 4% por año entre 1874 y 1891. Desafortunadamente este es el periodo donde se acelera drásticamente el proceso de corrupción de la sociedad chilena. (Vial, 1987)

Entre 1891 y 1920, un liberalismo de tipo británico gana supremacía en Chile. Los liberales chilenos, con el apoyo de diplomáticos británicos, iniciaron una violenta revolución que destruyó definitivamente el sistema portaliano en 1891. A este nefasto periodo se le denominó la república parlamentaria. Los liberales alcanzaron el poder político absoluto tanto en la presidencia como en el congreso y se dedicaron a desmantelar lo poco que quedaba del Estado portaliano. El Estado dejó de participar en la economía del país ya que toda la actividad económica quedó en manos privadas, particularmente en manos de súbditos del imperio británico. Lo único que seguía en manos de la oligarquía criolla eran los grandes latifundios del valle central. Chile para todo propósito práctico se transformó en una colonia económica del imperio británico. Todas las industrias, las minas, los bancos, las navieras, las casas comerciales, los seguros, los ferrocarriles, la electricidad, el gas, el agua, las telecomunicaciones, etc., estaban en manos de empresas británicas. Por tanto la administración pública terminó por corromperse hasta sus cimientos. Como consecuencia de esto, la economía interna sufrió una catastrófica depresión, con crecimiento negativo que duró dos décadas. No obstante, la economía exportadora creció a pasos agigantados, pero como los dueños eran británicos, ello contribuyó al fortalecimiento del imperio, pero empobreció a Chile.

El estándar de vida de la inmensa mayoría de la población decayó en forma vertiginosa creándose la llamada “cuestión social”. La pequeñísima oligarquía criolla por el contrario gozaba de un estándar de vida asombrosamente rico. Esta elite se dedicaba a proteger los intereses económicos británicos y estos les retribuían generosamente gracias a las asombrosas ganancias de la industria salitrera y de la enorme cantidad de empresas y negocios en manos de súbditos británicos.

La victima de toda esta vergonzosa situación fue el pueblo. El nivel de vida y el nivel de desarrollo humano cayeron a niveles nunca antes conocidos. Después de la crisis del salitre en 1914, regiones completas paralizaron sus actividades. Las minas se cerraron y con ello se acabó el mercado para la producción agrícola e industrial que proporcionaba el norte de Chile. La cesantía cundió por todas partes y miles de pobres empezaron a morirse de hambre. Los niveles de higiene y salud eran tan bajos que compañías de seguros internacionales dejaron de vender seguros de vida a los chilenos. La miseria colectiva provocó enormes huelgas y manifestaciones populares que fueron reprimidas en forma brutal y sanguinaria. Decenas de miles de chilenos murieron en cinco masacres que se sucedieron con trágica regularidad en los primeros siete años del siglo XX. La persecución constante de líderes populares y de sus familiares también contribuyó a producir estos abultados indicadores de salvajismo. Como fruto de esta extremada persecución política, económica y social nacieron los partidos marxistas en Chile. Naturalmente sus líderes estaban imbuidos por una ideología revolucionaria y cuyo norte era la destrucción del capitalismo dependiente que había transformado a Chile en un verdadero infierno social. La corrupción e inmoralidad del mercado había penetrado con éxito todos los ámbitos de la vida del país. Ahora reinaba la ley de la selva y cada uno se las arreglaba como mejor podía. La teoría del darwinismo social de Spencer se había hecho una triste realidad.

El descalabro político fue tan grande que la vieja oligarquía perdió el poder político entre 1918 y 1920. Esto permitió el asenso al poder de la clase media. Pero esta clase estaba tan corrupta, que en vez de declarar una nueva independencia nacional, esta vez contra el herido imperio británico, decidió cambiar de patrón y se puso a servicio de Estados Unidos. La clase media tenía horror a la revolución marxista y con gusto se entregó en los brazos protectores del nuevo hegemon. El ideal de este sector social, no confesado públicamente era trasformarse en un nuevo Puerto Rico.

Entre 1920 y 1973 se implantó gradualmente en Chile un Estado de bienestar restringido. En las primeras décadas de esta iniciativa social-demócrata, ella recibió el entusiasta apoyo de los Estados Unidos. Bajo supervisión estadounidense, la clase media entró en pactos con la vieja derecha oligárquica. Este sector decidió apoyar estas iniciativas progresistas con la condición de que la tierra no fuera tocada y los terratenientes no fueran expropiados o sometidos a altos impuestos. Además, la derecha exigió que el Estado de bienestar sólo fuera para la clase media y los obreros industriales con alguna especialización. El costo de este Estado de bienestar iba a ser solventado por impuestos a las minas del cobre ahora en manos de los Estados Unidos y con los retornos de un basto sistema de empresas públicas.

El lumpen urbano y el campesinado, es decir, la mayoría, quedaron excluidos de estas políticas y planes de los “demócratas” chilenos. Los partidos de clase media, radicales, conservadores progresistas (falange nacional), en coalición con la izquierda (comunistas y socialistas) y con el apoyo de los Estados Unidos, logró pasar la legislación necesaria para crear el gran sistema de empresas públicas y proceder a la industrialización de Chile. La oposición del partido conservador y liberal no fue lo suficientemente fuerte como para derrotar dichas iniciativas. La naturaleza también apoyó con un fuerte terremoto en la zona centro sur y este movimiento telúrico sirvió para aplastar la oposición derechista en el congreso.

Se creó así la Corporación de Fomento a la Producción y un gran sistema de empresas estatales que dieron empleo relativamente estable y digno a la creciente clase media y a sectores del proletariado industrial y minero. Lentamente el país se recuperó de las gravísimas crisis económicas que lo habían asolado por casi cuatro décadas. A partir de 1940, el país volvió a crecer en forma bastante acelerada (más del 6% anual entre 1940 y 1955). Desgraciadamente, la corrupción generalizada particularmente de la clase media, pronto acabó con este período de bonanza y recuperación económica. La burocracia central siguió tan corrupta como en el período de 1891-1938, y la nueva burocracia del gran sistema de empresas públicas, comenzó su proceso de corrupción a partir de 1952 cuando el partido radical y sus otros aliados de izquierda fueron desalojados del gobierno.

No obstante el gobierno de clase media de Carlos Ibáñez fue tan corrupto e ineficiente, que la derecha (conservadores y liberales) volvió al poder en 1958. Los Estados Unidos sumamente alarmados por la decadencia política y económica de Chile, decidió apoyar vigorosamente los planes de Alessandri. Chile era el principal productor de cobre del mundo y el cobre era un mineral estratégico de fundamental importancia para el hegemón. La elite americana se dio cuenta que existía un enorme peligro para sus intereses en Chile (particularmente la propiedad de las minas del cobre, otros minerales importantes y grandes multinacionales encargadas de entregar servicios de utilidad pública). La extrema izquierda (partidos socialista y comunista) había casi alcanzado el poder ejecutivo en 1958. Contaban con un líder inteligente y carismático y este líder había prometido nacionalizar la riqueza chilena, particularmente el cobre. (United States senate 1976)

Los partidos de izquierda habían hecho un muy buen trabajo en movilizar al lumpen urbano, los trabajadores, algunos sectores de la clase media y también al campesinado. Se asumió que si este trabajo continuaba, la izquierda seguramente ganaría las próximas elecciones en 1964. Ante esto, el hegemón decidió y realizó su propia movilización y socialización de los sectores excluidos y postergados de Chile. Para ello le entregó miles de millones de dólares a Alessandri, para que iniciara la reforma agraria y movilizara y socializara estos sectores a favor de la derecha. Todo esto con el fin de parar a Allende. El plan preparado en Washington empezó a tener éxito, no obstante la naturaleza alteró estos planes. (United States senate 1976)

En 1960 el terremoto más grande del planeta destrozó enormes áreas del sur de Chile. Gran parte de los planes de “la alianza para el progreso” tuvieron que posponerse y la prioridad fue la reconstitución de la zona afectada por el terremoto. Como resultado de todo esto, el descontento popular siguió creciendo y en 1964 fue elegido Eduardo Frei, líder del partido demócrata cristiano. Esto ocurrió así pues la derecha, en pánico, (conservadores y liberales) votó en masa por el candidato de centro y auténtico representante de la clase media. Estados Unidos rápidamente decidió apoyar a Frei, ya que su versión de “la revolución en libertad” era más aceptable que la revolución con “empanadas y vino tinto” de Allende . (United States senate 1976)

Pero Frei no pudo hacer mucho a pesar de los miles de millones de dólares invertidos por Estados Unidos en su campaña de socialización política anti-marxista. La severa corrupción de la clase media, particularmente del aparato burocrático siguió su curso anterior, y cuantiosos recursos se dilapidaron en proyectos inútiles o mal planificados. Frei “chilenizó” el cobre es decir, compró parte de las minas y profundizó la reforma agraria. Pero nada de esto fue suficiente y el descontento popular siguió aumentando. Cuando Allende fue elegido democráticamente en 1970, el país estaba profundamente dividido en tres tercios: la derecha con los partidos liberal y conservador, el centro con el partido demócrata cristiano y, la izquierda, con los partidos socialista, comunista y radical. (United States senate 1976, Anónimo 1971, Church 1973, Sampson 1974, Uribe 1975, Freed 1980)

Ante este nuevo descalabro político, Washington decidió tomar el toro por las astas y resolver el problema chileno de una vez por todas. Ya antes de la elección de Allende se habían preparado planes: primero para evitar su elección. Millones de dólares fueron gastados en una aterrorizante campaña publicitaria anti-marxista. La derecha recibió millones de dólares para comprar votos y financiar la campaña de Alesssandri. Una vez más este político concentraba las esperanzas de Estados Unidos. Pero también había planes en el caso de que Allende fuera elegido. La idea era provocar un golpe militar mediante el asesinato del comandante en jefe del ejército. En caso de que todo esto fracasara, el plan de contingencia era estrangular la economía chilena a fin de crear caos, paralización económica, desempleos masivos, desabastecimiento de productos esenciales y todo esto para provocar un descontento y malestar tan generalizado que obligara a las fuerzas armadas chilenas a liquidar el régimen marxista de Allende. (United States senate 1976, Anónimo 1971, Church 1973, Sampson 1974, Uribe 1975, Freed 1980, Kornbluh 2003, Marshetti and Marks 1975)

Como el plan estadounidense, de obtener más votos para Alessandri, fracasó rotundamente así como también el plan para provocar un golpe de Estado en 1970, el mismo día que Allende asumió el poder se empezó a implementar el plan de contingencia. Naturalmente el plan hábilmente coordinado por la CIA dio sus frutos el 11 de septiembre de 1973. Los errores de la izquierda chilena, particularmente la idea de creer que el ejército era un defensor de la constitución, más la hábil estrategia del hegemón para seducir a demócratas cristianos y militares, fueron los factores importantes en esta tragedia. (United States senate 1976, Anónimo 1971, Church 1973, Sampson 1974, Uribe 1975, Freed 1980, Kornbluh 2003, Marshetti and Marks 1975)

Entre 1973 y 1989, la dictadura militar apoyada por los Estados Unidos logró cambiar radicalmente a Chile. El modelo de Estado de bienestar restringido para la clase media y la clase obrera industrial fue totalmente desmantelado. Se acabaron la salud y la educación gratis, se acabaron las jubilaciones relativamente decentes y se acabó el trabajo, más o menos digno y seguro. Toda la actividad productiva se entregó a manos de las multinacionales estadounidenses y a sus aliados: la ineficiente clase empresarial chilena. El resultado fue que Chile volvió a vivir el infierno social que se había vivido bajo el control y dominio británico entre 1892 y 1920. (Nef 1995, Kornbluh 2003)

La economía extremadamente dependiente se desplomó dos veces. Primero entre 1973 y 1976 y luego entre 1982 y 1984. La cesantía aumentó a niveles insoportables y el ingreso real de la inmensa mayoría se redujo a una fracción del ingreso promedio que se había tenido antes de 1973. Este ingreso real sólo se pudo recuperar a mediados de las décadas de los años 90. Ante esta catástrofe, Washington comenzó nuevamente a inquietarse con el problema chileno. Era evidente que los miles millones de dólares entregados a la dictadura para salvar la primera gran crisis (1973-1976) y luego las enormes inversiones hechas por las multinacionales estadounidenses para salvar la segunda crisis (1982-1984), no habían sido capaces de calmar la agitación popular. (Nef 1995, Kornbluh 2003)

La brutal dictadura en sí, con su salvaje violación a los derechos humanos y su enorme desprestigio internacional era el problema y era hora de deshacerse de ella. Washington una vez más puso sus genios politólogos a trabajar, y estos idearon un nuevo plan maestro para hacer una transición pacífica de la dictadura a la democracia. Se convocó a líderes de la derecha y líderes de la oposición y se les instruyó imperiosamente que había que actuar con racionalidad, calma y “patriotismo”. La oposición de centro-izquierda podía una vez más volver a manejar los hilos del poder del Estado, si se comprometía a mantener intacto el modelo económico. Es decir, el modelo neoliberal que creaba condiciones favorables para que las multinacionales estadounidenses siguieran explotando los recursos humanos y naturales de Chile. (Nef 1983, Nef 1984, Nef 1995, pp 15 – 19 )

Los políticos de oposición (demócrata cristianos, socialistas y radicales) con todo desparpajo optaron por vender su alma al diablo y aceptaron el nuevo trato que les ofrecía el hegemón. Fue así como se realizó la transición pactada a fines de la década de los años 80 del siglo XX. (Nef 1983, Nef 1984, Nef 1995, pp 15 – 19 )

Entre 1990 y el presente, la concertación de partidos por la democracia se dedicó a administrar el modelo neoliberal. Por supuesto que ha tratado de humanizarlo. Y han tenido algún éxito en reducir las desigualdades e injusticias más aberrantes del modelo. Pero han tenido aún muchísimo más éxito en incorporar a los líderes de los partidos de la concertación a la clase dirigente de Chile. Las elites de estos partidos forman parte del 10% más rico de los chilenos y los funcionarios y correligionarios de menor rango también forman parte del segundo decil en la distribución del ingreso. En otras palabras, políticos, burócratas y simpatizantes de la concertación han entrado al quintil más rico de los chilenos. Es decir, al 20% que tiene un estándar de vida decente y similar al estándar de vida de las clases medias de los países desarrollados.

El resto de la población, o sea el 80% vive tan mal o peor que durante la dictadura. El ingreso familiar (familia de 4.4 individuos) es igual o inferior a $550.000 al mes. La canasta de bienes y servicios que se pueden comprar con este ingreso los ubica en el rango de pobres ( Fazio 2001 pp 216 – 217, Ffrench – Davis 2001 pp 54, Astorga 2002 pp D 21) . El 20% de los chilenos más ricos recibe el 60% del ingreso nacional y esto ha sido así desde el año 1958. Por el contrario, el 80% más pobre de la población se lleva el 40% del ingreso y esto ha sido también desde 1958. El coeficiente de desigualdad (GINI) es de 60 (PNUD, informe 2007-2008; p. 283 y D. Contreras, revista Capital; 2005; p. 5).

La triste historia del subdesarrollo chileno en los últimos 200 años y el enorme abismo que divide a Chile entre un 20% de ricos y un 80% de pobres, constituye un fenómeno sumamente peligroso, ya que los pobres, ahora a principios del siglo XXI, han empezado a despertar, ya no tienen miedo y han empezado a tomar conciencia de lo que les ha sucedido y quienes son los responsables de su precaria situación. El sistema político chileno ha producido una de las sociedades más injustas del planeta. Este fenómeno objetivo y empírico (distribución regresiva) determina que en Chile no haya cohesión social, y esto determina que a su vez no exista identidad ni comunidad nacional.


La falta de una única identidad y comunidad nacional

En Chile, la inmensa mayoría de la población, tiene fuertes sentimientos de identidad, lealtad, simpatía, respeto y cariño hacia su familia nuclear. Este es el grupo social que concentra las más altas frecuencias de lealtades en la población. Con menos frecuencia, también existen lealtades hacia la familia extendida o parentela y finalmente con mucho menor grado de frecuencia se manifiesta alguna lealtad hacia la clase social. Por el contrario, lealtades hacia el Estado-nación y comunidad nacional son sumamente bajas. La distribución de las identidades si pudieran ilustrarse gráficamente tendría la forma de una L, ya que existe una considerable lealtad hacia la religión católica en el extremo derecho de la figura. Aquí no se da la distribución normal que se dibuja para los Estados modernos y desarrollados es decir, la curva de Gauss o U invertida (∩) donde las más altas frecuencias de estas lealtades son hacia el Estado- nación y esto grafica la existencia de una sola y potente comunidad e identidad nacional.

Como ya se ha señalado, la más fuerte y potente identidad es con la familia y hay muy pocas lealtades hacia los mega grupos sociales tales como el Estado-nación o hacia la civilización a la cual ese Estado pertenece. No obstante, sí que hay que reconocer que se da algún grado de lealtad hacia la religión católica universal. Puede así argumentarse que a comienzos del siglo XXI, Chile podría clasificarse entre los países que sufren lo que se ha denominado “familismo amoral”. Como ya se ha mencionado anteriormente, Banfield es el autor que ha estudiado a fondo este fenómeno. (Banfield, 1958).

Hay dos estudios importantes sobre la identidad chilena a comienzos del siglo XXI. El primero fue realizado por Jorge Larraín en el año 2001 y el segundo por naciones unidas en el año 2002. Para Larraín no hay una identidad única que consiga la lealtad de las inmensas mayorías del país. Muy por el contrario, describe con bastante detalle las características de 6 identidades que el país tiene. En otras palabras, Chile tiene una multipolaridad de identidades. Estas identidades son: primero la militar racial, segundo la empresarial, tercero la psico-social, cuarto la identidad de la cultura popular, quinta la hispanista y sexto la religiosa católica. (Larraín, 2001)

La identidad militar racial recibe la lealtad de la burocracia militar chilena y de algunos sectores nacionalistas. Su figura emblemática es el “roto chileno” que desciende del godo español y del araucano indomable. Esta figura mestiza tiene su vestimenta de guerra destruida por la constante lucha que ocasionó la conquista de Chile. Este personaje mítico es el militar conquistador de las guerras de Chile. Entre sus características personales se destaca un intenso amor por el combate y un gran desprecio por los oficios manuales, el comercio, el trabajo agrícola e industrial y particularmente los intelectuales y letrados. El roto chileno es autoritario, patriarcal y machista.

Una segunda identidad analizada por Larraín es la versión empresarial. Este es un intento relativamente reciente por construir una nueva identidad chilena en torno al “jaguar” o país emprendedor o exitoso. En esta identidad se destacan tres ideas centrales. Primero que Chile es un país diferente a América Latina, segundo que Chile es un país ganador y tercero, que es un país moderno y que está a las puertas del desarrollo. Esta nueva imagen cultural destaca el empuje, dinamismo, el éxito, el lucro o ganancia, la individualidad y el consumo. Según esta identidad, estos serían los valores culturales centrales deseables para la sociedad chilena y se supone que ellos deben imponerse a toda la población. La idea es que los chilenos son jaguares ganadores y por ello merecen el respeto del mundo.

Una tercera identidad es la psico-social. Ella tiene cualidades positivas y negativas que serían compartidas por todos los chilenos. Entre los aspectos positivos se destacan la inclinación hacia el orden y las tradiciones, la dependencia afectiva de los demás, la calidez y cordialidad y sentido del humor. El chileno es hospitalario, generoso, comprensivo y muy preocupado de la opinión ajena. Además es sobrio, moderado y resignado. Entre los factores negativos se mencionan su inseguridad, timidez, susceptibilidad, inhibición, flojera, improvisación, agresividad, negligencia, desconfianza de los otros y su tristeza. Se concluye señalando que esta es una orientación congraciativa-controladora. Este doble polo consiste en la tendencia a congraciarse, ser sumiso y receptivo a través del mecanismo de mostrarse cálido, afectivo, y simpático por un lado y por otro lado se da una fuerte tendencia a dominar y explotar a través de la agresión indirecta, la burla, la ironía, el chisme y el sarcasmo.

Una cuarta identidad es la denominada “versión popular”. Se argumenta que la cultura popular es auténtica, tiene imaginación creativa y autonomía. Naturalmente que esta cultura es opuesta a la cultura artificial de la elite (el jaguar). Las tremendas fuerzas de la cultura popular vienen de la lucha terrible y cotidiana por la vida. Su mayor logro ha sido precisamente conservar la vida aplicando la imaginación y utilizando al máximo los escasos recursos y mecanismos disponibles. Esta cultura tiene una fuerte orientación hacia la rebelión sorda que en algunos casos se manifiesta en la tendencia a marginarse de la ley burguesa. Se manifiesta en conductas como el bandidaje, la adición al alcohol, tendencias lúdicas, la violencia política y otros hechos supuestamente antisociales. Se señala que estas son expresiones desesperadas de una profunda anomia histórica. De modo intermitente esta anomia ha producido estallidos insurreccionales que han remecido por entero la estabilidad del sistema social. Esta es una cultura popular independiente y contraria a la cultura de la elite. La cultura de la elite es homogénea y congruente pero es sólo una imitación desnacionalizada y desprovista de carácter creativo. La cultura popular desprecia a la cultura de la elite por que considera que ésta es sólo una mala copia de la cultura europea. La cultura popular también tiene aspectos enormemente positivos. Demuestra una enorme solidaridad y lealtad hacia los otros pobres mediante bolsas de trabajo, cooperativas, ollas comunes y otros mecanismos de solidaridad popular. En términos numéricos se argumenta que esta es la subcultura mayoritaria de Chile. Se señala que la violencia expresada por este segmento es sólo el resultado del constante bloqueo y represión que la elite tiene sobre la cultura popular. Esta conducta es una defensa hacia la sociedad elitista que le niega historicidad y legitimidad a la mayoría, ya que la considera enemiga del orden básico creado por Portales. Se concluye señalando que la cultura popular ha desarrollado modos de producción propios tales como la industria ilegal y el comercio callejero. Este modo de producción fuertemente cooperativo, conforma una verdadera economía paralela. Finalmente se señala que la cultura popular ha creado su propia religiosidad. Las prácticas católicas de la elite se han reformulado y mezclado con tradiciones pre-cristianas. Esta es una religiosidad fuertemente orientada por el igualitarismo. El pueblo ha sido obligado a desarrollar formas alternativas de religiosidad adaptadas a sus modos de sociabilidad. Así se dan los fenómenos de la Tirana, lo Vásquez, San Sebastián y últimamente el movimiento pentecostalista.

Una quinta identidad es la versión hispanista. Aquí se acentuaron los rasgos valóricos del español antiguo. Se señala su fuerte apego al autoritarismo que se remonta al siglo XVI y a la contrarreforma. En ese tiempo los actores principales eran Dios, el rey y el pueblo. El rey debe ser obedecido por el pueblo porque su poder viene de Dios, pero el pueblo debe ser respetado por el rey porque la vida de las personas es creación de Dios (de aquí deriva el concepto nobleza obliga). Otra característica de la visión hispanista es su antimaterialismo. Se argumenta que el materialismo capitalista jamás tendrá éxito en Chile ya que los chilenos son herederos de Castilla, país extraño y hostil a la burguesía. La aparición de una clase capitalista empresarial parecida a la anglosajona es algo casi imposible en Hispanoamérica y Chile, no es la excepción. Se indica que el protestantismo calvinista y no el catolicismo hispánico, es lo que conduce al racionalismo económico. Las características de la identidad hispanista son las siguientes. Carácter indómito y señorial, desprecio y desapego por el trabajo intensivo, metódico, productivo y sedentario. Moral derrochadora y despilfarradora del tiempo y el dinero. Se concluye señalando que esta imagen hispanista tiene facetas corporativistas, antidemocráticas y con fuerte identificación hacia las dictaduras de derecha.

La sexta identidad chilena está constituida por la versión católica religiosa popular, ésta tiene muchas similitudes con la identidad de la cultura popular discutida anteriormente. La versión católica tiene ocho aspectos centrales. Primero, la identidad chilena tiene un fuerte aspecto católico y este se formó en el siglo XVI y XVII. Esta identidad está fuertemente orientada por el amor y la solidaridad. Segundo, la razón y la ciencia occidental secular es un peligro para la sociedad. La modernidad ilustrada no forma parte de la cultura chilena. La identidad chilena se formó antes de la ilustración, es decir en los siglos XVI y XVII, por lo tanto no entiende ni comparte el racionalismo weberiano. El trabajo se considera una maldición y sacrificio y no se tiene la motivación del progreso tecnológico. La racionalidad occidental de la ilustración europea del siglo XVIII se considera ajena, opuesta y alienante. El tratar de desarrollarse con la ciencia y metodología occidental lleva al fracaso crónico. Esta cultura católica religiosa es por lo tanto pre-moderna y antimoderna. La lógica católica está anclada en la emoción y no en la razón. Se utiliza el lado derecho del cerebro y se descuida el lado izquierdo lógico y racional. Tercero la identidad católica chilena demuestra una modernidad barroca y no gótica. Por lo tanto es una modernidad anterior a la modernidad del renacimiento. Es la modernidad de la contrarreforma y la inquisición. Tiene una concepción religiosa de la vida opuesta y contraria a la concepción científica de la vida propia del renacentismo europeo. Cuarto. La cultura barroca se expresa oralmente y desenfatiza el lenguaje escrito. No entiende de pactos o contratos sociales o de constituciones democráticas, pero sí entiende que el poder emana de la fuerza. El que tiene el poder manda. La cultura se vive no se lee. Es por eso que el pueblo es tan aficionado a las fiestas religiosas y procesiones. Las costumbres y los ritos son más importantes que los libros pues el pueblo no sabía leer. El autoritarismo tiene demasiado peso histórico. De aquí viene la tendencia tolerante a los golpes de Estado y los cambios revolucionarios. El Estado de derecho y la lógica racional occidental son conceptos extraños y no entendibles. Las constituciones no sirven. La ley basada en las instituciones medievales, la costumbre y la tradición es mucho más potente que la ley basada en principios racionales y abstractas constituciones escritas. Quinto. La visión católica privilegia el conocimiento tradicional y desenfatiza el conocimiento científico y racional. Se prefieren las enseñanzas orales bíblicas a los conocimientos modernos. Se prefieren la solidaridad comunitaria al individualismo occidental. De allí la tendencia a las cooperativas de producción, comedores populares, bolsas de trabajo, defensa de la justicia, de los derechos humanos y la ecología. Sexta. Esta identidad católica popular no ha sido reconocida por las elites intelectuales del país y es por ello que las elites se encuentran alienadas. Las elites europeizantes se avergüenzan del mestizaje popular y por lo tanto consideran que esta identidad católica popular es bárbara y reaccionaria. Séptimo. La identidad de Chile encuentra su mejor expresión en la religiosidad popular. La cultura de los mestizos es la verdadera cultura. Esta es otra manera de sentir, pensar y obrar. Es una lógica alternativa a la lógica de la racionalidad europea y a la lógica de la elite. Octavo. La identidad católica popular asume que la modernidad ilustrada y su lógica ya están agotadas y se están derrumbando y con fuerza, ya se está hablando de los funerales del racionalismo occidental. (Larraín, 2001)

Las Naciones Unidas, utilizando sofisticadas técnicas sociológicas, concluyen que Chile no tiene una única identidad o comunidad nacional que obtenga la lealtad y pertenencia de la inmensa mayoría de los chilenos. En casi cuatrocientas páginas de apretados datos empíricos, llega a la devastadora conclusión de que Chile tiene un mayúsculo problema debido a la falta de cohesión social, falta de cultura compartida y sobre todo, falta de sentido de comunidad. Esta carencia no sólo obstaculiza enormemente el desarrollo socio-económico chileno sino que también obstaculiza e impide el desarrollo humano. Se señala que si esta tendencia continúa, la sociedad chilena estaría en un gravísimo peligro de una futura y violenta desintegración. Concluye proponiendo que la tarea fundamental de los chilenos es precisamente crear una verdadera comunidad nacional y ese debe ser el proyecto de país que debiera preocupar a todos de aquí en adelante. Se señala textualmente: “La imagen heredada de lo chileno se ha vuelto difusa y poco creíble para la inmensa mayoría de las personas. Junto con ello se ha debilitado el sentido de pertenencia a Chile. La sociedad chilena no parece disponer de una imagen de sí misma que le permita ser sujeto. A ello contribuye una imagen conflictiva del pasado y un diseño débil del futuro” (PNUD 2002; p. 18).

Un poco más adelante se indica que “Sólo un tercio de las personas exhibe algún orgullo de Chile, pero dos tercios de los entrevistados toman distancia y miran al país desde afuera” (PNUD 2002; p. 19). Cuando se refiere a la falta de cultura común que sea capaz de unir a la sociedad se señala textualmente que no hay integración cultural: “El gráfico muestra un archipiélago de experiencias y representaciones sociales con limitados puentes de comunicación. Esta ‘diversidad disociada’ refleja un enorme déficit de integración cultural” (PNUD 2002; p. 23). El mismo informe señala además que “al declinar severamente instancias unificadoras como era el Estado de bienestar y la iglesia católica, ahora con la globalización y sus procesos de diferenciación, se han hecho añicos los lazos, hábitos y valores que esas instancias habían institucionalizado. Como nunca antes, se vuelve evidente la multiplicidad de intereses, creencias, opiniones y preferencias. La diferencia social llega a ser no sólo un hecho constatado sino una tendencia deseada” (PNUD 2002; p. 39).

Luego se señala que “una característica de Chile en los últimos años es la creciente individualización, a la par que las tradiciones pierden fuerza, cada chileno ha de definir por su propia cuenta sus valores y proyectos de vida, sus lazos sociales y compromisos colectivos... la debilidad de los referentes colectivos provoca una individualización asocial. Este tipo precario de identidad personal, atenta contra la convivencia social porque genera desconfianza, oportunismo, desafección y una sobrecarga de la familia” (PNUD 2002; p. 40). Se argumenta que “Chile es un país de agudas contraposiciones políticas, económicas, sociales y culturales. Las diferencias pueden llegar a ser abismales como para concluir en guerras civiles y a masivos intentos de suprimir por las armas a aquel que piense distinto” (PNUD 2002; p. 52). Un poco más adelante se analiza la sorda y aparentemente pacífica lucha de clases indicando textualmente que “La diferencia entre las clases en Chile cava un abismo que se traduce en un distanciamiento al parecer infranqueable. La separación incompatible se reproduce en todas las áreas de la vida. Esto constituye la negación flagrante del proyecto de unidad nacional, de una chilenidad o identidad integrada propia de una sociedad más o menos homogénea” (PNUD 2002; p. 53)

Como ya se ha señalado anteriormente, para las Naciones Unidas no hay una sola identidad y comunidad nacional. Muy por el contrario, se analizan y presentan una gran multiplicidad de identidades que se resumen en 6 tipos o modos de vida diferentes y ellos son: 1) luchador familiar; 2) aspirante inseguro; 3) satisfecho familiar; 4) individuo estilizado; 5) proveedor conformista; 6) marginal descreído.

La ONU señala que estos 6 modos de vida diferentes, crean una diversidad desagregada y que esta diversidad es un factor altamente negativo para el desarrollo humano en Chile. Textualmente se señala que “Chile no tiene una diversidad creativa es decir, una diversidad que fomente el despliegue de las experiencias individuales y colectivas de la colectividad humana, al tiempo que promueve la construcción de un orden común. En cambio la diversidad de Chile es disgregada... Las disposiciones subjetivas asociadas a cada uno de los grupos tienen efectos específicos sobre la sociedad. Ello ratifica una de las conclusiones importantes del informe. La experiencia de éxito o frustración en la vida personal, condicionan la imagen de sociedad (confiada o desconfiada) que se hacen las personas. A la inversa, la idea positiva o negativa de sociedad condiciona el modo de vida personal. De esta relación entre experiencia e imaginación depende el arraigo social que tenga la democracia” (PNUD 2002; p. 21-22). A esto habría que agregar que también de esto depende el grado de cohesión social y el sentido de comunidad que la sociedad tiene.

A continuación se incluyen algunas de las características más importantes de estas 6 identidades o modos de vida:

· Luchador familiar: constituyen el 22% de la población. Sólo viven para su familia, son tradicionalistas y sumamente religiosos, tienden a ser cristianos y no pocos son evangélicos. Tienen orientación definitivamente particularista. El tiempo libre lo utilizan mirando televisión. Tienen pocos amigos y tienen enormes deficiencias de asociatividad ya que no participan en organizaciones de la sociedad civil. Se sienten perdedores y se quejan que el dinero nunca les alcanza aún cuando sólo consumen lo básico. Este individuo es desconfiando e intolerante, su único descanso y apoyo es la familia. Tiende a pertenecer a la clase media baja y su carga familiar es sumamente pesada ya que mantiene a muchas personas. (PNUD, 2002; p. 244). El luchador familiar encaja casi a la perfección en el tipo de ciudadano que Banfield tipifica con el nombre de “familista amoral”.

· Aspirante inseguro: Ellos constituyen el 16 % de la población y es pobre pero arribista. Desea fervorosamente ser aceptado por los demás. Cree que el consumo es la vía para la promoción social. Debido a sus deudas vive con ansiedad, su temor más grande es no poder realizarse y caer en la pobreza. Tiene miedo a la frustración y vive asustado por la inseguridad. Es relativamente religioso y sus horas libres las pasa frente a la televisión y tiene escaso consumo cultural. Es asocial y tiene pocos amigos por lo tanto tiene carencia de asociatividad. Pertenece al nivel socioeconómico bajo y se siente un perdedor. (PNUD, 2002; p. 244). Dada estas características se puede argumentar que el aspirante inseguro también cae dentro de la clasificación de familismo amoral de Banfield.

· Satisfecho familiar: Ellos representan el 22% de la población. Se considera un triunfador y por lo tanto está muy agradecido de la vida, ha logrado mucho y efectivamente tiene el modo de vida que considera deseable. Gracias a que su preocupación principal es la familia, tiene una familia sana. Gracias a sus logros económicos tiene una sólida base material. Tienen tiempo para pensar en sí mismos y conseguir la autorrealización, por lo tanto viven en satisfactorio equilibrio. No obstante, es altamente individualista y sólo cree en sus propios recursos y decisiones para construir su futuro. No participa en organizaciones de la sociedad civil. Sus ingresos son más que suficientes para cubrir las necesidades de su grupo familiar. No es consumista. Sólo compra las cosas que necesita y le gustan. Tiene un muy buen nivel de consumo cultural. Tienen tendencia a la amistad y a la sociabilidad y pertenecen al grupo socioeconómico alto. Se siente un auténtico ganador (PNUD, 2002; p. 245). Dado el hecho que la preocupación más importante de este individuo es la familia, uno puede concluir que este grupo también tiene las características que Banfield señala dentro de su tipología de familismo amoral. Pero en este caso, sería un familismo de elite.

· Individuo estilizado: Ellos constituyen el 10% de la población. Se imagina que el mundo está formado por personas más que por grupos o instituciones. Desea fervientemente liberarse de las ataduras y de las tradiciones. Su religiosidad es bastante escasa y hay muchos no creyentes, la familia no es un objetivo principal. Lo principal son sus propios proyectos y valores. Busca auto realizarse en todo lo que hace. No es consumista y consume sólo para darse gustos específicos. Tiene un alto consumo cultural. Diseñan su vida de acuerdo a sus deseos y por eso se dice que estilizan su vida. No son individualistas y tienen muchos amigos y conocidos. Creen que hay que integrarse con la sociedad y se preocupan por el futuro del país. Se quejan que la sociedad se ha vuelto sumamente personal e individualista. Son sumamente tolerantes con los demás. Participan en organizaciones de la sociedad civil; tienden a ser hombres jóvenes y solteros, tienen una alta autoestima y se sienten ganadores. No obstante son apolíticos y no están inscritos en los registros electorales (PNUD, 2002; p. 246)

· Proveedor conformista: Conforma el 20% de la población. Es poco ambicioso trabaja intensamente por su familia. Su tiempo libre lo usa para ver la televisión. No tiene ideales pero trabaja, muy duro. No se siente ganador. Su religiosidad es solo nominal, se declara creyente pero no la practica. Tiene bajo nivel de consumo cultural. Su única meta es tratar de satisfacer las necesidades de su familia y dedica todas sus energías a este objetivo. Usa el descanso para recuperar la fuerza perdida y tiene un nivel de aspiraciones muy básico (PNUD, 2002, p. 246). El proveedor conformista también tienen las características del familista amoral de Banfield.

· Marginado descreído: El 10% de la población pertenece a este grupo de chilenos que no cree en nada, piensa que la gente es egoísta y aprovechadora y por lo tanto se aísla, es exageradamente individualista. Se siente excluido y mira la sociedad desde afuera. Tiene un enorme resentimiento social. No cree en la religión ni cree en el país, no participa en organizaciones sociales ni políticas. No cree ni siquiera en la familia, por lo tanto vive solo. Cree devotamente en la suerte y constantemente está tratando de evitar el ser atropellado por otros. Tiene una profunda desconfianza, es intolerante, y cree que los otros son totalmente distintos a él. Por supuesto no tiene amigos. Se exige muy poco y se contenta con evitar las dificultades del día y su único logro es sobrevivir. Tiene un total desinterés por la cultura y su autoestima es sumamente baja, tiende a ser de los niveles socioeconómicos bajos. Aquí hay una gran cantidad de obreros, cesantes y dueñas de casa. Tiende a ser soltero y se siente absolutamente perdedor (PNUD, 2002; p. 246).

De acuerdo al estudio de la ONU, los únicos tipos satisfechos en Chile conforman alrededor del 30% de la población y ellos son el “satisfecho familiar” y el “individuo estilizado”. Otra conclusión importante es la enorme diversidad que se da en estos modos de vida. Estas son las islas culturales que carecen de los puentes adecuados de conectividad y es la representación gráfica de la enorme falta de cohesión social en Chile. Esta diversidad fragmentada es consecuencia y expresión de la terrible ausencia de un “nosotros” y este es el gran problema del país. No hay un solo Chile sino que hay varios y algunos de estos varios, son enemigos mortales entre sí.

Del estudio de Naciones Unidas también se desprende que alrededor de una 80% de los chilenos caerían en las categorías de “familistas amorales”. La lealtad más importante para estos individuos es hacia la familia y no tienen interés en la sociedad toda. No participan en las organizaciones de la sociedad civil y su lealtad hacia el país, hacia “lo chileno” o hacia la comunidad chilena, es sumamente precaria. A esto hay que agregar un 10% que pertenece al grupo “del marginal descreído” que no cree en nada ni nadie, ni siquiera en la familia. Al parecer sólo el individuo estilizado (10% de la población) pareciera tener una fuerte simpatía hacia la sociedad chilena y se identifica con la comunidad nacional, no obstante es apolítico y no está inscrito en los registros electorales.

Se habla de “familismo amoral” para designar conductas sociales que rompen las normas morales que regulan la relación interpersonal entre individuos. Los familistas amorales tienen como meta principal de su existencia la satisfacción de las necesidades propias y de la familia. Estos individuos utilizan estrategias de sobrevivencia que responden a contextos en que la pobreza económica, la invalidez afectiva, la ausencia de normas y la impunidad ante las transgresiones, han producido conductas en lo que todo vale y cada cual se las arregla como puede. Se trataría en suma, de una forma extrema de retracción hacia el mundo privado. El familista amoral es asocial y apolítico. No participa en las organizaciones de la sociedad civil y tampoco participa en organizaciones políticas no tiene lealtad ni interés ni por su barrio, su ciudad o su país y mucho menos le interesa la suerte del planeta sólo vive para sí mismo y su familia (Banfield, 1958). Este tipo de ciudadano es la materia prima de la sociedad de masas (Kornhauser, 1959). Esta es la sociedad que ciegamente sigue a líderes carismáticos y dictatoriales. El patriarca social, el salvador infalible que a sangre y fuego logra crear un sistema social que llena el gigantesco vacío o abismo que produce la falta de verdadera comunidad y cohesión social. La sociedad totalitaria reemplaza así, al familismo amoral.









Indicadores de comunidad en Chile

I. Relaciones interesadas y economicistas

En Chile existe una alta tendencia a tener una conducta y relaciones económicamente manipuladoras entre los ciudadanos. (PNUD, 2002, p. 331). La gente es interesada y tienden a usarse económicamente unos a otros. Existe un alto nivel de explotación y este se materializa en la distribución regresiva del ingreso. Esto se puede ver claramente en las siguientes cifras:

· 10% de la población más pobre recibe el 1.4 % del ingreso.
· 20 % de la población pobre recibe el 3.8 % del ingreso.
· 20% de los ricos de la población recibe el 60 % del ingreso.
· 10 % de la población más rica recibe el 45 % del ingreso.
· El coeficiente GINI es el 54.9. (PNUD, informe desarrollo humano, 2007-2008; p. 283).

Según la revista Capital en su segmento especial de marzo 2005 titulado: “La gran vergüenza de Chile”, este coeficiente GINI es de casi 60 (Capital 2005; p. 5). En este sentido, la manipulación economicista en Chile, es post moderna y nada tiene que ver con la conducta no manipulativa de una villa o población pre-moderna, conducta que sí existía en épocas anteriores, a la implementación del neo liberalismo en la década de los años 70 del siglo XX. A vía de ejemplo de este trato economicista puede mencionarse, que los profesionales chilenos, particularmente aquellos trabajando en el área de la salud, abogacía e ingeniería, han adoptado con entusiasmo la idea de formar compañías comerciales o empresas consultoras. En las nuevas empresas de salud comerciales, secretarias y funcionarios administrativos, cobran con gran eficiencia y entusiasmo por los servicios prestados. Por otro lado, el trabajo para los hospitales estatales es considerado un mal necesario, sólo adecuado para ganar experiencia. Los actuales profesionales chilenos no tienen ni timidez ni vergüenza en cobrar por sus servicios como si Chile tuviera una economía desarrollada típica del capitalismo primer mundista. En Chile todos “boletean” y hacer favores a desconocidos es algo que ya se perdió en el lejano pasado. Definitivamente, la comercialización y las leyes del mercado han corrompido el mundo profesional. Ahora, la salud, el derecho y la construcción de infraestructura, es un negocio. Esto explica las casas mal hechas, los puentes nuevos que se caen, la pésima justicia, la vergonzosa salud y la pésima educación que hoy reciben la inmensa mayoría de los chilenos. La ética profesional ha sido reemplazada por la ética del mercado.

Los chilenos no se tratan unos a otros con simpatía, compañerismo y compasión. Muy por el contrario, hay una generalizada hosquedad en las caras que van en la locomoción colectiva, en los vendedores de las grandes tiendas de los recintos privados, o peor aún, en las caras de los funcionarios públicos. Ya son muy pocos los que hacen un favor desinteresado a un conciudadano. Otro indicador de la tendencia interesada y manipuladora es el escaso desarrollo de las organizaciones manejadas a base de voluntarios. El voluntariado en Chile es sumamente precario, lo mismo pasa con el desarrollo del movimiento cooperativo. Las cooperativas chilenas tienen grandes dificultades para sobrevivir y prosperar en el largo plazo. Cooperativas de productores y consumidores se arman y desarman con gran rapidez y esto se atribuye a la falta de asociatividad de los chilenos.

Las conductas predatorias y abusivas, particularmente aquellas realizadas por el sector privado, se aceptan y toleran con extraordinaria pasividad. Organizaciones públicas dedicadas a la defensa de los consumidores son un chiste de mal gusto, tienen escaso poder y su efectividad es deprimente. Los abusos del sector privado se repiten con alta frecuencia, pero en Chile los culpables rara vez son castigados. Los esfuerzos por judicializar las controversias tampoco logran sus objetivos. Los juicios por violación a la ley del consumidor rara vez resultan en sentencias ejemplificadoras para aquellos que se aprovechan de su poder económico superior. Reclamar por la mala calidad y el alto costo de los servicios básicos como el transporte, la electricidad, el gas, el agua, las telecomunicaciones y otros servicios de utilidad pública en manos del sector privado, son el pan de todos los días, pero rara vez estos reclamos tienen una resolución satisfactoria. En Chile la responsabilidad social de la empresa, es un concepto totalmente extraño a la cultura empresarial que hoy día prevalece.

Otro indicador de la alta tendencia manipuladora y economicista se da en la tendencia a abusar de los más débiles. Esto se da particularmente en el tratamiento de estudiantes pobres, enfermos pobres, presos y todos aquellos servidos por las instituciones de beneficencia pública y privada. El trato que se da a los más pobres por parte de los funcionarios tanto público como privados es denigrante y soberbio. Los pobres son simplemente sujetos y números estadísticos que tienen la obligación de aceptar agradecidos los pésimos servicios que reciben. En el mejor de los casos se les trata con compungida caridad, pero rara vez se les escucha y comprende sus opiniones como afectados.

Otro indicador de esta tendencia manipuladora es el enorme deseo que los chilenos demuestran, particularmente los de la elite, por destacarse en los distintos estándares internacionales que se hacen sobre producción, productividad y competitividad. El hecho que organizaciones extranjeras los clasifiquen mejor que el resto de América Latina los llena de vanidoso orgullo. Desesperadamente desean saltar al nivel de país desarrollado, ambicionan con fervor patológico la riqueza y el poder de las naciones más desarrolladas. El deseo de ser reconocidos como país donde la gente se trata con humildad y decencia, es algo que no entra en sus cálculos y comparaciones.

Otro indicador de esta conducta economicista radica en el rol que se da a los servicios de utilidad pública básicos como la salud y la educación. La motivación principal de cada servicio no es entregar servicios masivos y de alta calidad, la motivación principal es que los empresarios dueños de dichos servicios puedan tener interesantes tazas de retorno del capital invertido. Las utilidades del negocio es lo que importa. La escuela en Chile es segregada. De relativamente buena calidad para unos pocos (8%) que pueden gozar de un buen colegio privado, pagado (relativamente bueno, pues los egresados de dichos colegios privados obtienen calificaciones muy inferiores a las calificaciones de los egresados de escuelas públicas de países europeos o de los países asiáticos o Japón) y de pésima calidad para la inmensa mayoría que acude a instituciones municipalizadas o subvencionadas por el Estado. Lo mismo ocurre con la salud. La salud es relativamente buena para una ínfima minoría y caótica y vergonzosa para la inmensa mayoría. El impulso detrás de la creación del relativamente ineficiente Estado de bienestar de los años cuarenta del siglo pasado, no fue el de avanzar hacia una sociedad más decente. El impulso fue puramente político y económico. Había que evitar una revolución y había que salir de una gravísima crisis económica. En épocas anteriores (república portaliana) el Estado daba servicios públicos baratos y eficientes precisamente por ese espíritu de “nobleza obliga”. La elite tenía el derecho de mandar, siempre que se preocupara de ayudar a los más desvalidos. Este espíritu se perdió, cuando el liberalismo reemplazó al conservadurismo portaliano en la década de los años 70´ del siglo XIX. Fue en ese periodo cuando a los chilenos dejaron de constituir una gran familia y se perdió para siempre un “imagomundi” común (Vial, 1987). Después de esa década, cada ciudadano se las arreglaba como podía y en forma individual. El que perdió en el juego económico, cayó enfermo o cayó preso se le trata con desdén, hostilidad y condescendencia . Esta es una de las razones por la cual los pobres son humildes, retraídos y rara vez hacen demostraciones de sana alegría frente a la elite. (Vial, 1987)

La elite percibe este instinto de rechazo y en vez de buscar vías y puentes de contacto para reconstruir la unidad nacional, se aísla en barrios especiales donde se da una casi perfecta segregación social. Los barrios pudientes en Chile son verdaderas mini ciudades donde los privilegiados pueden hacer una vida sin jamás tener la necesidad circular por los barrios más pobres. Para evitarlos, se han construido súper carreteras que conectan los barrios pudientes con otros barrios pudientes y con otras partes del territorio.

Otra característica de esta conducta economicista se da en el descuido y abandono de los espacios públicos, particularmente si ellos están ubicados en barrios donde viven las personas de bajos ingresos. Lo mismo ocurre en relación a la protección del medio ambiente. Las violaciones que empresas privadas y públicas realizan contra las leyes ambiéntales son de periódica frecuencia. Las multas a dichas violaciones son tan bajas que estas empresas continúan con su conducta sin preocupaciones. Amplios sectores, del mar, de ríos, lagos y borde costero que antes eran fuentes de trabajo para las poblaciones costeras, hoy día son áreas estériles donde la vida animal y vegetal ha dejado de existir. Las compañías mineras contaminan el suelo y las aguas subterráneas destruyendo la agricultura local en el norte de Chile. En el sur del país, las compañías forestales utilizan especies de rápido crecimiento, pero que en algunas décadas más dejarán el suelo estéril. Las protestas del público son escasas y raramente escuchadas.

La dictadura destruyó el Estado de bienestar, degradó y privatizó servicios públicos básicos. Arruinó los servicios de educación y salud popular, privatizó las carreteras y destruyó el transporte ferroviario y como si todo esto fuera poco, acabó con la previsión social. Increíblemente la reacción de la mayoría de la sociedad fue extremadamente pasiva y tolerante. En cualquier otro país con ciudadanos más solidarios y participativos esto habría provocado un levantamiento popular masivo, pero en Chile esto no sucedió. La rabia y la frustración son como la lava que gradualmente se acumula en las entrañas de la tierra.

Los dueños del país pueden darse el lujo no sólo de tratar su propiedad privada como se les de la gana sino que además, pueden cortar el acceso a caminos, playas y otros lugares de uso público. El castigo que estas violaciones reciben, es francamente patético. Las tierras y aguas públicas son así tratadas como bienes privados. Lo que es peor, el dueño de una inmensa proporción del agua dulce en Chile, es una multinacional española.

Otra característica poco amiga del prójimo, radica en la tendencia a buscar situaciones conflictivas que pueden provocar hostilidad y antagonismo. La gente joven se junta en grupos para atacar a otros jóvenes, los encuentros deportivos, particularmente los partidos de fútbol no pocas veces terminan en batallas campales. Existe una tendencia general de las personas a tomar decisiones que afectan a terceros, sin consultarlos. Hay una gran tendencia a conductas autoritarias que intentan jerárquicamente imponer los puntos de vista propios sin escuchar las opiniones ajenas ni menos de tratar de armonizar intereses divergentes.

En muchos aspectos de la vida diaria, particularmente en la vida política, se da la tendencia a imponer la voluntad propia sin consideración a las voluntades de los otros. Las decisiones no son para discutirse civilizadamente y con esfuerzos de armonización, son sólo ultimátunes que los otros sólo deben cumplir y acatar sin cuestionamientos.

Otro aspecto de la conducta que se esta analizando, radica en el hecho que los pobres (la inmensa mayoría de la población y que se definen como aquellos individuos que tiene un ingreso per cápita inferior a $130.000 al mes y por lo tanto no pueden tener el nivel de vida de la clase media); tienen temor y miedo a las autoridades públicas y semi publicas. Además, por lo general tienen poquísimo respeto por los políticos y por los funcionarios públicos. La mayoría de los pobres piensa que las autoridades ocupan sus cargos para beneficio propio y que no tienen la menor inclinación de brindar servicios efectivos y de buena calidad a la mayoría de la población.

La competencia política por obtener cargos públicos ya sea de elección popular o de la burocracia estatal, es altísima. Ella es una de las pocas vías para el asenso social y el mejoramiento del estatus socioeconómico. Una vez que estos políticos y burócratas obtienen sus cargos, ellos son usados para beneficio propio o también para beneficio de sus jefes y aliados de partido. En otro contexto, es interesante destacar conductas frecuentes que se dan en el congreso chileno. Mientras un parlamentario expone sus puntos de vista, la mayoría de los demás se dedica a otras actividades como conversar, hablar por teléfono u ocuparse en el computador y son muy pocos los que prestan atención a lo que argumentan los otros.

Otro indicador de esta conducta utilitaria y manipuladora puede observarse en las prácticas y modos de funcionamiento prevalecientes en las cárceles chilenas. Los presos no sólo no son tratados con dignidad sino que son tratados en forma infrahumana y naturalmente, la cooperación entre presos y guardias es prácticamente nula. Los presos por lo general hacen causa común con otros presos. Como consecuencia los motines, revueltas e intentos de fuga son relativamente frecuentes. Naturalmente que en este campo también hay una aberrante discriminación. Los delincuentes de la oligarquía o ex oficiales de las fuerzas armadas, sirven sus sentencias en cárceles especiales, donde gozan de trato y privilegios que el delincuente pobre no tiene. Se ha llegado a decir que las cárceles para los ricos se parecen a hoteles de cinco estrellas.

II. Tendencia a la competitividad y la confrontación

Como ya se ha indicado, los chilenos particularmente los de elite, tienden a ser contestarios y competitivos entre sí. Ponen un gran énfasis en los logros que ellos pueden sacar del sistema económico imperante. La envidia, la rivalidad, los celos, el chaqueteo y la humillación premeditada de los demás, parece ser un estilo ampliamente practicado. Esta alta competitividad a su vez produce elevados indicadores de “privación relativa”. La gente, particularmente los miembros de las clases pudientes y de la elite, siempre se están comparado con sus pares, vecinos, conocidos, y colegas de trabajo. Existe una gran tendencia a admirar a los ganadores (empresarios, estrellas de la televisión, actores de la farándula y atletas). Una avenida importante para la promoción social es el deporte.

Los chilenos son excelentes para el tenis, el sky, la equitación y otros deportes individuales, desafortunadamente en aquellos deportes colectivos que exigen gran coordinación y espíritu de quipo, las cosas se deterioran rápidamente. El fútbol es la pasión de las grandes mayorías, pero aquí los fracasos y desalientos son de una rutinaria frecuencia. Chile tiene astros de fútbol de nivel mundial, pero cuando se les junta en la selección nacional, rara vez esta selección logra triunfar en los campeonatos internacionales. No obstante, las derrotas y victorias de “la roja” tienden a celebrarse en forma similar. Es decir, con desmanes y actos vandálicos en lugares públicos. Las propiedades vecinas a los estadios normalmente tienen un valor inferior a propiedades ubicadas en lugares más seguros.

La selección nacional de fútbol pareciera ser un buen espejo de la sociedad chilena. Antes de entrar al campeonato, la mayoría considera que su triunfo es inevitable al final del cual, se gastan ríos de tinta y horas de radio y televisión para explicar y justificar por qué el triunfo no se consiguió. Chile es un país mediocre en su deporte favorito y hay muchos autores que argumentan que el país es igualmente mediocre en su nivel de desarrollo alcanzado. Esto es en sus aspectos económico, social, político y cultural.

En los negocios los chilenos son también altamente competitivos. En aeropuertos extranjeros los empresarios chilenos ya aventajan marcadamente a los argentinos en el alto volumen de la voz y expresiones petulantes. Pero la elite empresarial no se interesa en competir por la calidad de los productos y servicios que ofrece al mercado interno. Sólo se interesa en las ganancias. No obstante todo esto mejora substancialmente con los productos de exportación. Aquí la competencia internacional ha obligado a los empresarios nacionales a tener niveles mínimos de calidad. Pero es en el mundo de los negocios de alta calidad y valor agregado donde el país flaquea. Sus exportaciones son casi todas materias primas con escaso valor agregado y producido por grandes productores agroindustriales o grandes multinacionales mineras, pesqueras y forestales.

La competitividad de Chile se basa en la enorme riqueza y calidad de sus recursos naturales y en los bajos costos de su mano de obra. No obstante todo esto, Chile, no tiene ninguna empresa multinacional que figure entre las 500 más importantes empresas privadas del planeta. La única empresa sobresaliente en este sentido es Codelco y ésta es 100% estatal.

Dentro de las empresas chilenas, el clima laboral es por lo general sumamente conflictivo. La inmensa mayoría de los chilenos señala en diferentes encuestas que por lo general no lo pasa bien en su trabajo. En las clasificaciones de las mejores empresas desde el punto de vista del clima laboral y de los beneficios que ella entrega a sus empleados y obreros, las organizaciones que ocupan los primeros lugares son siempre sucursales de multinacionales extranjeras.

Chile tiene enormes dificultades para la creación de sistemas productivos integrados o los llamados “clusters empresariales”. Algo parecido a lo que sucede en el Valle Silicon de California organizado en torno a la Universidad de Stanford y Universidad de California, o el clusters de Boston organizado entorno al MIT y la Universidad de Harvard. Estos son sistemas productivos de alta tecnología que se ocupan de una línea de productos derivados de ciencias de punta tales como la informática o la biotecnología. Distintas empresas cooperan y participan en la elaboración de productos finales. En Chile, estos clusters no funcionan y ello por que los empresarios nacionales carecen de la confianza mutua y la alta asociatividad que estos sistemas productivos demandan. En Puerto Montt hace años que se está tratando se avanzar en la organización del cluster del salmón, pero los avances en esta dirección son lentos y precarios.

Como resumen de todo lo anterior, se puede argumentar que el sector empresarial privado tiene baja productividad. Sus productos y servicios son mediocres ya que las tareas se tienen que repetir varias veces para corregir muchos errores antes que el cliente reciba adecuada calidad y satisfacción. Las cosas rara vez salen bien al primer intento y ellas deben rehacerse con frecuencia inaceptable. La cultura organizacional del obrero, técnico y profesional no especializado es la que prevalece en las organizaciones privadas chilenas. Esto es lo que se ha denominado por algunos como la cultura del “maestro chasquilla”. O sea, aquel individuo que dice saber y hacer de todo, pero que en la práctica, lo que hace es casi siempre defectuoso o incompleto. A esto hay que agregar que el espíritu de equipo es sumamente débil y el clima laboral es deficiente.

La cultura organizacional dominante en Chile, explica en gran medida el fenómeno de por qué la pequeña y mediana empresa, sobrevive en un estado permanente de crisis. El sueño de Chile era crear un poderoso sector exportador en base en las PYMES, pero a lo largo de los años este sueño se ha convertido en una pesadilla. Las empresas exportadoras chilenas en su gran mayoría, son organizaciones grandes y en no pocos casos afiliadas al capital extranjero.

Podría decirse que los chilenos son competitivos en forma premoderna. Carecen del espíritu de logro o éxito o aquélla sensación de llegar al nirvana a través del simple hecho de hacer las cosas bien y tratando de alcanzar la perfección. La autorrealización se consigue por la inmensa mayoría a través de la satisfacción de las necesidades de poder o de afiliación. Pero individuos con necesidad de logro, particularmente el logro a través de la calidad en el trabajo es una característica sumamente escasa.
Algo muy parecido se da también en la administración pública. Todos compiten por obtener mejores salarios y beneficios sociales pero muy pocos compiten por elaborar el mejor producto o dar el mejor servicio. Los productos que el sector público elabora son para beneficio propio de los burócratas o para beneficio de las camarillas políticas que dirigen y controlan dichos servicios. El que tiene el verdadero poder burocrático no es el jefe formal, sino el cacique político al cual el funcionario debe su puesto de trabajo. Aquí es necesario recordar que el sistema de merito portaliano dejó de existir en Chile hace ya 140 años atrás.

Otro indicador de la intensa competitividad negativa (por el poder o la afiliación) se puede encontrar en las luchas que se dan dentro de los partidos políticos chilenos. Los partidos políticos son organizaciones con muy poca disciplina. Hay muy poca lealtad y fraternidad en sus cúpulas que por lo general se segmentan en torno a caudillos y padrinos, y caciques personalistas. Las bases deben lealtad a esto caudillos más que a las autoridades formales. Estos jefes formales, con mucha frecuencia deben recurrir a la coerción a fin de obtener algo de unidad y disciplina partidaria.

El desorden partidario es igualmente fuerte en las dos coaliciones que gobiernan Chile. Es decir la concertación y la alianza. Las decisiones partidarias se toman por frágiles mayorías que muy pronto son cuestionadas por los perdedores. No hay disciplina suficiente para alinear a los miembros del partido detrás de sus líderes formalmente electos. Las rivalidades entre miembros de un mismo partido a veces suelen ser peores que entre miembros de partidos opuestos. En los últimos meses el gobierno ha sido derrotado en el congreso sobre iniciativas y proyectos de ley de gran importancia. Todo esto a pesar de que supuestamente el gobierno tiene mayoría parlamentaria.

Las relaciones entre miembros de partidos opuestos son por lo general bastantes tensas y poco amistosas y hay muy poca interrelación entre ellos. En el congreso, los parlamentarios se ubican de acuerdo a su color político. Los de derecha por un lado y los de izquierda por el lado opuesto. Hay muy poco trabajo politológico (negociación racional en busca de consenso antes de tomar decisiones en el congreso). Hay pocos esfuerzos para negociar consenso aceptados por todos antes de las votaciones formales. Estas se realizan en forma contestaría y en rarísimas oportunidades estas decisiones tienen la unanimidad de los congresistas. No es de extrañar que decisiones tomadas por comités sean posteriormente cuestionadas en las asambleas plenarias.

Los políticos en su conducta adoptan actitudes altamente individualistas. Tienden a discursear y hablar en tono contestario, magistral y golpeado; y tratan de usar todo tipo de triquiñuelas lógicas para entrampar a los oponentes. Los más inteligentes tratan de usar la lógica, la evidencia empírica y la retórica para ridiculizar a los contrarios. Casi todos tratan, cuando pueden, de usar la sátira y la fina ironía. La mayoría adopta conductas vanidosas, son susceptibles a constantes exabruptos de superioridad, y tratan de ganar puntos o saldar deudas con prolongadas y pomposas argumentaciones. En pocas palabras, tratan de ser agresivos, altaneros, autoritarios, machistas, condescendientes y paternalistas. Exageran constantemente sus méritos y triunfo y hacen un culto especial de la inmodestia y petulancia. Por lo general se piensa que el político modesto y que no se vanagloria de sus éxitos y méritos, es porque está enfermo o ya no quiere dedicarse a la política. Los liderazgos se otorgan naturalmente a aquellos que más cultivan el maquiavelismo politológico. La modestia y la humildad no es parte de este modelo.

Chile es una sociedad altamente desigual. Los ricos alcanzan un 5 % de la población y los pobres no bajan del 80 % de la población y la clase media tiene alrededor del 15 %. La pobreza extrema se remota a un 20 %. Los más pobres reciben menos de 2 % del ingreso total. El sistema impositivo es altamente favorable al sector más pudiente de la población. Las empresas pagan uno de los impuestos más bajos del planeta. El Estado no trata de cumplir con su rol redistribuidor, sólo se limita a palear malamente las consecuencias desastrosas en que viven los más pobres.

No sin razón la inmensa mayoría de la población tiene una gran desafección por la política y constantemente critica amargamente la falta de soluciones a las crecientes demandas sociales insatisfechas. Las instituciones públicas más desprestigiadas son los partidos políticos, la burocracia, la justicia y el congreso. Si a esto se agrega que la presidencia está amarrada por la transición pactada, la prensa es manipulada y transmite el mismo mensaje distorsionado, la escuela no socializa en democracia a nadie, casi no hay sociedad civil, los sindicatos obreros y campesinos, o son deficientes o no existen. Se puede concluir que el sistema político chileno no funciona. Sólo se limita a formar mesas de dialogo o de trabajo que rara vez dan solución real a las enormes demandas sociales. Todo esto en gran medida explica la injusticia en Chile. La lava del volcán se sigue acumulando.

Las diferencias de estatus socioeconómicos son enormes. El decil (10%) más rico, se lleva 33 veces el ingreso que recibe el decil más pobre. Un pequeño grupo dentro del 10% más rico, apenas el 1% de la población, concentra una enorme proporción del ingreso y la riqueza de Chile. Ellos son la súper elite que efectivamente, junto con sus patrones y protectores en Wasghinton gobiernan el país. Debajo de ellos se ubica una elite social muchísimo menos rica, pero con apellidos aristocráticos que les sirven de abogados, administradores y mayordomos. Esta elite social es la misma que ha administrado Chile desde 1810. Juntos, los super ricos y la elite social componen la clase administradora del país. Como ya se ha anticipado anteriormente, la verdadera clase (rulling class) gobernante del país está sentada en Wasthingon y en los directorios de las multinacionales estadounidenses con inversiones en Chile.

III. Falta de asociatividad y falta de participación en organizaciones de la sociedad civil

En Chile, la sociedad civil es sumamente débil y precaria. Hay muy pocas organizaciones que efectivamente logran la participación activa de los ciudadanos y al mismo tiempo, son capaces de cumplir la importante función de socialización y transmisión de modos de vida democráticos y cultura cívica. Sólo el 5.3% de los chilenos, utiliza parte de su tiempo libre en participar en algunas organizaciones de la sociedad civil (PNUD, 2002, p. 323). Como ya se ha señalado anteriormente, las organizaciones voluntarias activas y eficientes, son sumamente escasas y ellas están concentradas en los sectores pudientes de la sociedad. Además, es preciso mencionar que en la mayoría de las organizaciones civiles existentes, el autoritarismo es la norma común. Los cargos directivos se llenan sólo con miembros de la elite organizacional. Los ciudadanos seguidores o del estado llano, rara vez ocupan posiciones de autoridad. Por lo tanto, no hay rotación de los cargos directivos. Ellos se reparten entre grupos sumamente cerrados y roscas de poder indefinidas.

Organizaciones antiguas, institucionalizadas y prestigiosas dedicadas al entrenamiento en democracia, autogobierno, lealtad y amor por el país, civismo, objetividad, cooperación desinteresada y asociatividad; son prácticamente inexistentes. Como ya se ha señalado, el movimiento cooperativo y otras organizaciones relacionadas con el desarrollo económico son sumamente débiles. Pero donde más carencia existe, es en organizaciones civiles que se ocupen del bienestar, participación, y socialización de los niños y jóvenes. La elite tiene un considerable número de este tipo de organizaciones, pero el pueblo en este aspecto está totalmente abandonado. En las esquinas de calles y plazas de extensos sectores populares se pueden detectar multitud de niños y jóvenes adultos parados y sin hacer nada. Faltan miles de grupos capaces de organizar deportes, excursiones, lecturas, charlas, discusiones, y sobre todo, activa participación en trabajos comunitarios. Igual carencia se da en la vida social de los jóvenes de escasos recursos. La participación en organizaciones civiles en este sector de la sociedad es casi nula. La inmensa mayoría sobrevive sin entrenamiento y socialización asociativa.

Otra monumental falla asociativa de la sociedad chilena, radica en la desorganización y pobreza de los sindicatos (con la excepción naturalmente de los sindicatos empresariales). Muy pocos de los trabajadores pertenecen a un sindicato. Las prácticas antisindicales de la dictadura, siguen penosamente vigentes. Los empresarios usan mil maneras para evitar la formación de sindicatos y el gobierno tolera estas violaciones a los tratados internacionales que Chile ha ratificado a lo largo del siglo XX. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), dirigida por un chileno, en repetidas oportunidades ha reclamado de esta situación pero en esto no hay avances. Los pocos sindicatos que existen son pobremente organizados, sufren de crónicas crisis financieras y son dirigidos por líderes poco competentes. En las organizaciones sindicales también se da el fenómeno que caracteriza a las organizaciones chilenas. Los dirigentes centralizan el poder organizacional sin rotación de liderazgos. Las organizaciones son por lo tanto elitistas (anti- igualitarias) y la inmensa mayoría de los afiliados jamás ocupa un puesto de dirección. Sin adecuada rotación democrática, el poder termina por corromper a la mayoría de los líderes. Los sindicatos de trabajadores son capaces de movilizar sólo una ínfima minora de la masa laboral.

Naturalmente que esta carencia de organizaciones laborales potentes, bien organizadas y con vibrante participación, determina que los trabajadores chilenos tengan por lo general enormes deficiencias en el arte de la participación política democrática y el autogobierno. Los sindicatos definitivamente no juegan un rol importante en la socialización política de la masa laboral. Esto contrasta enormemente con la buena organización del sector empresarial. Aquí sí se dan sólidas, antiguas y bien organizadas instituciones patronales.

En no poca medida esto explica la vergonzosa distribución del ingreso en Chile. Los grupos de presión del capital tienen excelentes organizaciones y acceso e influencia frente a los centros de poder. Como ya se ha señalado, los sindicatos obreros carecen de toda estas importantes características. Las autoridades del gobierno con frecuencia participan en reuniones y seminarios con los grupos empresariales y rara vez lo hacen con los grupos de trabajadores. Esto es extraordinario, ya que se supone que Chile tiene un gobierno socialista. Hace algún tiempo atrás, fue una impactante noticia el hecho que el ministro de hacienda efectuara una visita de cortesía a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

Los sindicatos agrícolas están en peores condiciones que sus hermanos de la ciudad. Esto se debe a que la mayoría de los líderes sindicales de este sector, fueron asesinados por la dictadura militar en estrecha coalición criminal con patrones de fundos y grandes terratenientes. Esta brutal violación a los derechos humanos constituye un crimen contra la humanidad. Pero como las víctimas pertenecían a las capas más humildes de la sociedad, sus crímenes están aún impunes. Naturalmente ésta es una gran vergüenza nacional y lo que es peor, muy pocos chilenos se interesan en entender este gravísimo problema. La grosera impunidad ante todas estas violaciones realizadas por la dictadura derechista, en no poca medida es responsable por la casi imparable ola de criminalidad que hoy día sufre el país.

En conclusión, las elites sindicales que se suponen deben defender y articular los intereses de la inmensa mayoría de la población, están mal organizadas, son sumamente débiles y están desprestigiadas. Sus líderes no tienen la menor importancia para los centros de poder. Naturalmente ellos no son capaces de coordinar, dirigir y controlar las actividades de sindicatos sectoriales, regionales y locales. Ante esta situación, naturalmente en Chile no existe negociación colectiva tal como ya se da en los países desarrollados. La CUT tampoco tiene ningún poder o influencia sobre las decisiones de los tribunales laborales. Como consecuencia, la estructura sindical chilena actual, ha fracasado en su tarea de organizar y articular los intereses del campesinado y el proletariado.

Esta situación es una variable importante que ayuda a explicar el vergonzoso fenómeno de la distribución del ingreso en Chile. El 80% de los chilenos más pobres, recibe menos del 40% del ingreso nacional. En Noruega, este sector de ingresos bajos, pero mayoritario, obtiene el 63% de los ingresos. Aquí hay más de 20 puntos de distancia que hace la diferencia entre una sociedad desequilibrada e injusta y una sociedad justa y balanceada. El índice GINI de desigualdad de Chile es más del doble que el noruego (25 para Noruega y 60 para Chile).

Larraín explica el fenómeno de la falta de sociedad civil en Chile, señalando que esto se debe a que los chilenos son dependientes del Estado. El Estado siempre ha sido la institución superior y más importante del país. No existe clase burguesa de verdad e independiente como en los países anglosajones. Aquí no se da el “homus democrático” que junto con otros vecinos solucionan sus problemas sin pedirle ayuda al Estado. Por lo tanto la sociedad civil es débil ya que no hay grupos sociales fuertes e independientes que sean capaces de enfrentarse al Estado. De ahí que hay una enorme carencia de los elementos básicos que constituyen una democracia burguesa y liberal. Señala textualmente que: “…de este modo la política ejerce una influencia desmedida sobre la sociedad civil y las instituciones culturales. Estas fallas de una sociedad civil autónoma en Chile ha sido especialmente notada por Alfredo Jocelyn Holt, quien ha argumentado que el orden tradicional del siglo XIX y la presencia irresistible del Estado en el siglo XX le impidió florecer” (Larraín 2001; p. 221).

A esto hay que agregar las conclusiones de Naciones Unidas. De los 6 modos de vida o identidades chilenas, sólo una, el “individuo estilizado” que sólo conforma el 10% de la población tiene tendencias asociativas, se interesa por el futuro del país y demuestra cariño por la sociedad chilena. No obstante, aún este grupo es apolítico y no esta inscrito en los registros electorales (PNUD, 2002; 245). La ausencia de suficientes organizaciones de la sociedad civil es otro poderoso indicador que prueba y documenta la falta de una sólida comunidad chilena. No existen estructuras sociales capaces de socializar en una sola cultura compartida a las grandes mayorías nacionales.
IV. Criminalidad

No parece ser necesario discutir extensivamente este gravísimo problema. La prensa chilena, tanto escrita como oral y visual, todos los días esta llena de noticias sobre, secuestros, robos, violaciones, asesinatos, drogadicción y violencia intra familiar. Este es un cáncer que se ha venido incrementando rápidamente desde el año 1973. La dictadura de derecha con su genocida violación de los derechos humanos del pueblo, abrió la puerta de par en par a todo tipo de crímenes. Este brutal cambio de la sociedad chilena, está documentado hasta la saciedad tanto por autores nacionales como extranjeros. Encuesta tras encuesta en los últimos años señalan invariablemente que el problema más importante para los chilenos es la criminalidad. Esto porque la mayoría de las familias chilenas han sido realmente victimizadas por este virus que esta destruyendo gradualmente la sociedad.

La dictadura inició este verdadero tsunami, pero éste, lejos de disminuir con la transición a la democracia, siguió creciendo inexorablemente y hoy día tienen indicadores que ninguna sociedad respetable puede tolerar.

Las estadísticas, sobre todo las de robo a mano armada son espeluznantes. Chile ha dejado de ser un lugar seguro y hoy muchas áreas del territorio se ven desprovistas de los servicios policiales de noche. Barrios populares enteros quedan desprotegidos de condiciones de mínima seguridad. En consecuencia, el Estado está fallando en su razón de ser principal la cual es, mantener la seguridad pública. Pero esta criminalidad no sólo se concentra en las ciudades. El bandidaje y cuatrerismo se ha apoderado también de grandes sectores rurales. En verano los criminales se trasladan de las ciudades a los centros vacacionales ubicados en las zonas costeras del territorio nacional. Chile tiene 1.7 asesinatos por cada 100 mil habitantes y 240 presos por cada 100 mil habitantes. O sea que la población penal chilena es 4 veces mayor que la población penal de Noruega y la tasa de asesinatos es 2 veces y media más que la tasa de Noruega.

El informe del “Latinobarómetro” del año pasado (2007), señala las siguientes estadísticas: el 63% de los chilenos indica que cada día se vive en forma más insegura; el 73 % se preocupa constantemente de ser victima de un delito con violencia, y lo más impactante es que el 40% señala que ya ha sido victima de delito en los últimos 12 meses (Latinobarómetro 2007; p. 99-101). La altísima criminalidad chilena particularmente los robos a mano armada, es otro indicador importante que documenta la falta de cohesión social y de una sólida comunidad nacional.

V. Tratamiento de extranjeros

Con relación a este punto se puede detectar con toda claridad que Chile es victima del flagelo del racismo. Se recibe con los brazos abiertos y con extraordinaria hospitalidad a extranjeros blancos provenientes de Europa, América del norte, Australia, Argentina, Uruguay y de otros países con mayoría caucásica. No obstante se rechaza y se discrimina a extranjeros provenientes de países vecinos tales como Bolivia y Perú y lo que es peor aún, se trata con profundo desprecio y hostilidad a los pueblos originarios de Chile, particularmente a los mapuches.

Con respecto al racismo chileno, Larraín señala que este fenómeno ha sido muy poco estudiado en Chile. Como no hay negros, la inmensa mayoría de los chilenos piensan que no son racistas. Señala textualmente que “... desde muy temprano, ha habido en Chile una valoración exagerada de la ‘blancura’ y una visión negativa de indios y negros. Los textos escolares están llenos de representaciones peyorativas acerca de los indios, sus costumbres y sus modos de vida. La estratificación social, aún aquella de carácter capitalista, siempre ha ido acompañada de un elemento racial. En Chile de manera general, mientras más obscura la piel más baja la clase social. Los barrios pobres de las ciudades contienen una mayor proporción de gente de piel obscura. Algunos grupos indígenas como los mapuches se auto perciben como verdaderas colonias internas, geográficamente segregadas y peor, mucho tiempo sometidos a leyes y formas de administración especiales. Sin embargo, el hecho que los indígenas sean una minoría, los negros estén totalmente ausentes y la mayoría mestiza es relativamente homogénea, lleva frecuentemente a una negación del racismo, como si fuera un problema de otros países, pero no de Chile” (Larraín 2001; p. 231-232) .

Una característica importante que indica la peligrosa falta de comunidad e identidad nacional, es el hecho que los chilenos por lo general son sumamente permeables e influenciados por ideas, costumbres, conductas y productos que vienen de Europa y Estados Unidos, al mismo tiempo que se menosprecian las ideas, costumbres y conductas y productos provenientes de la cultura popular. Para los chilenos de elite y clase media (20% de la población nacional), la cultura popular es una aberración premoderna, primitiva e inculta a la cual hay que rechazar con vergüenza y desprecio profundo. Esta orientación es tan poderosa que a finales del siglo XIX, los industriales tenían que ponerle a sus productos etiquetas en ingles y mentir con respecto al lugar de manufactura de esos productos. Todo esto con el fin de poder venderlos a un público desnacionalizado. En la actualidad, es necesario tener conocimientos rudimentarios de inglés para poder lucirse en los establecimientos comerciales que atienden a la elite. La invasión de palabras y modismos en inglés utilizados a diario en no pocas oportunidades provocan risas despreciativas de aquellos extranjeros que si conocen bien su idioma.

Todo esto es como si una gran cantidad de personas acomodadas quisieran pertenecer a la gran unión estadounidense. Otro fenómeno que ilustra la falta de nacionalidad, se da en la tendencia de muchos chilenos a olvidarse de poner la bandera nacional para las fiestas patrias no obstante muchos ponen la bandera de algún país europeo, o la bandera de la comunidad europea en los tapabarros de sus vehículos. Da la impresión un tanto irreal que son individuos que sólo temporalmente viven en Chile pero que algún día sueñan con volver a radicarse en los países de origen de alguno de sus ancestros. Jorge Larraín en su documentado trabajo indica que los ricos en Chile tienen una enorme fascinación por lo extranjero y que esta fascinación radica en el hecho que existe una necesidad imperiosa de demostrar que a pesar de la distancia geográfica, Chile es un país civilizado. Se señala textualmente que: “Existe una fascinación con lo extranjero cuya fuente es la misma inseguridad social desarrollada primero frente a los peninsulares y posteriormente incrementada, por la necesidad de demostrar continuamente que a pesar del aislamiento y la distancia, Chile es civilizado… se hacen particulares esfuerzos por tratar (a los extranjeros) con calidez humana como huéspedes de honor para que se sientan especialmente bienvenidos y honrados. Hay allí una combinación del deseo de demostrar civilización y satisfacción con el de ostentar riqueza y bienestar” (Larraín, 2001; p. 252).
Este fenómeno de tratar con extraordinaria simpatía a los extranjeros siempre que estos sean blancos es un fenómeno que no es nuevo. Hay una gran cantidad de historiadores tanto chilenos como extranjeros que discuten esta peculiar e increíblemente avasalladora hospitalidad chilena. Uno de los historiadores más destacados en tratar este problema es Gonzalo Vial. (Vial, 1981)*. El trato acogedor hacia los extranjeros es otro indicador importante que señala la falta de una verdadera comunidad en Chile. Países con fuerte cohesión social y gran sentido de comunidad, normalmente tratan a los extranjeros con prudente distancia en situaciones normales, pero con sospecha, desprecio y altísima agresividad en casos conflictivos.

CONCLUSIÓN

Parece estar claro que Chile carece de una unidad y compartida identidad y comunidad nacional. Muy por el contrario hay varias sub-identidades y sub-comunidades. Y lo que es peor, algunas de estas sub-comunidades son enemigas entre sí. Particularmente la identidad de la elite (el jaguar liberal, capitalista, individualista y triunfador) y la identidad del pueblo (colectivista, estatista, solidario y perdedor). También esta claro que un país sin una comunidad integrada, solidaria y con alta cohesión social, está expuesto a grandes peligros que afectan su sobrevivencia como una sociedad organizada y civilizada. Este problema es la causa que llevó a Huntington a escribir para los Estados Unidos su famoso libro titulado “quienes somos” en el año 2004. El tiene razón cuando argumenta, que el multiculturalismo o la pluralidad cultural pone en grave peligro a la sociedad estadounidense. También tiene razón para estar preocupado por el hecho que sólo la ideología política liberal “el credo”, como él lo llama, es insuficiente para mantener a su país unido y solidario. También este autor señala que es indispensable una cultura común, compartida al menos por las grandes mayorías. El multiculturalismo es un proceso que a la larga puede destruir el tejido social de los Estados Unidos.

Huntington señala que hace 30 años atrás la cultura de la llamada “ética de trabajo protestante” era compartida por la inmensa mayoría de los estadounidenses. Por lo tanto, los Estados Unidos tenían una cultura homogénea y una vigorosa comunidad nacional. No obstante, en las últimas décadas se ha iniciado un largo proceso de transición al multiculturalismo. Además, la ética de trabajo protestante comenzó a ser atacada por minorías culturales emergentes. Los primeros fueron las mujeres con su feminismo extremo, después se agregaron los afro americanos, posteriormente se incorporaron los homosexuales, más tarde los pueblos nativos y finalmente, el peligro más grande de todos que es la invasión de la sub- cultura latina. Su gran temor es que para mediados del siglo XXI haya al menos dos comunidades: una latino, católica y con lenguaje español y la otra blanca, protestante y de habla inglesa.

En otras palabras, para Huntington la hasta hace poco dominante cultura estadounidense está bajo el constante ataque de una serie de subculturas antagónicas. El fuerte individualismo, el amor a la libertad, acompañado por el religioso deseo de surgir económicamente mediante el trabajo productivo y sostenido, y por la alta inclinación hacia el ahorro y la inversión; está siendo ahora severamente cuestionada por amplios sectores de la población. Huntington ilustra su preocupación señalando que la ideología política socialista fue incapaz de prevenir la disolución y destrucción de la Unión Soviética. De igual forma, para los Estados Unidos la ideología liberal es igualmente insuficiente. Concluye que ideología política sin cultura común es un cemento inadecuado para mantener unida a la sociedad, la sociedad se fragmenta y su cultura se torna heterogénea.

La heterogeneidad cultural, niega el aceite, grasa o lubricante que el sistema político necesita para funcionar adecuadamente. Cuando no hay consenso cultural, los grupos de presión se transforman en virulentos grupos sectarios e intransigentes. Los partidos políticos dejan de agregar intereses adecuadamente y se inicia la era de la política partisana y el bipartidismo muere. Esto es grave, pues la política partisana extrema fue la que casi destruyó a los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX.

Con la política partisana y contestaria los parlamentos se paralizan ya que no hay acuerdos suficientes para elaborar leyes con racionalidad, competencia y rapidez. El congreso deja de apoyar al poder ejecutivo y el poder ejecutivo empieza a tener enormes dificultades para dirigir y controlar adecuadamente a la burocracia estatal. El poder judicial a su vez, entra en un proceso de cuestionamiento del sistema legal y por lo tanto deja de funcionar satisfactoriamente. Poco a poco el sistema político empieza a fallar severamente. Las demandas de la sociedad no pueden ser satisfechas y por lo tanto los apoyos que la sociedad le da al sistema político gradualmente se desploman. Este es un gravísimo círculo vicioso que virulentamente aumenta las demandas a niveles exagerados, al mismo tiempo que los apoyos gradualmente se diluyen. Esta es como una perniciosa infección cerebral que termina por paralizar el sistema nervioso. El resto del cuerpo entra en un estado vegetativo y sólo fuerzas externas pueden prolongar la agonía. El lastimero llamado de Huntington demanda la reconstrucción de la unidad nacional en base a una sola cultura común. Naturalmente, señala que esta cultura debe contar con una revitalizada ética de trabajo de tipo protestante y usando únicamente el idioma inglés.

Un problema similar tiene Chile si no se revitaliza o se recrea una cultura compartida por todos, a largo plazo la sociedad chilena se volverá inviable y cualquier catástrofe externa podría destruirla con virulenta facilidad.

¿Pero como crear una autentica identidad y comunidad en Chile? Definitivamente el modo de vida o subcultura del jaguar cada día que pasa se desacredita y pierde fuerza. Los chilenos identificados con esta subcultura son una ínfima minoría de la población y ellos son particularmente los que pertenecen al modo de vida llamado “individuo estilizado”. Las Naciones Unidas refiriéndose a la subcultura del jaguar señala textualmente que “... se trata del relato más reciente y se le ironiza como ficción arrogante o como un deseo que no fue. El mito del jaguar se comenta con la pretensión de que Chile era la avanzada de Latinoamérica y de la modernidad y que eso le confiere el rango de líder y lo distingue de sus vecinos... años atrás supuestamente éramos un país de tigres, leones, todo... ahora un gato queda grande al lado de nosotros” (PNUD, 2002; p. 69).

Después de los gigantescos e increíbles fracasos organizacionales producto de la ineficiencia y demagogia de la Concertación y particularmente de la administración Lagos, el mito del jaguar empezó a esfumarse. Miles de casas que se llueven todos los inviernos, calles y avenidas que se inundan regularmente, supercarreteras congestionadas, ferrocarriles que no funcionan, racionamiento de gas y electricidad, pésima educación y salud para el pueblo, burocracia corrupta, puentes nuevos que colapsan, justicia que no funciona, seguridad pública inexistente para las grandes mayorías y sobre todo, la guinda de la torta: la inauguración reciente de dos sistemas de transporte público. Uno en Valparaíso y el otro en Santiago. El descalabro ha sido tan grande que ningún chileno en su sano juicio de aquí en adelante podrá alegar superioridad sobre el resto de América Latina.

El sistema económico diseñado por Friedman en Chicago y sus alumnos chilenos, tampoco tienen la adición, cariño y respeto de las grandes mayorías. El PNUD señala que sólo el 7.3% piensa que le sistema liberal capitalista es el único sistema económico que puede funcionar en Chile. No obstante, un 32.2% piensa que esta modelo fue impuesto a sangre y fuego por unos pocos y el 54.9% señala que este engendro se puede cambiar con la cooperación de todos. En conclusión, pareciera ser que más del 90% de los chilenos se muestra poco favorable al modelo económico actualmente imperante (PNUD, 2002; p. 327).

Parece ser entonces que la subcultura de la elite constantemente pierde credibilidad y apoyo. ¿Podría entonces imponerse en Chile la cultura popular mayoritaria? En cualquier país democrático, donde se supone que manda la mayoría, un observador objetivo podría pensar que la respuesta es obviamente que si. No obstante, Chile desgraciadamente, no es una democracia de verdad. El sistema existente es una oligarquía subdesarrollada y mal administrada. El gobierno es de unos pocos, por unos pocos y sólo para estos pocos. Esta oligarquía corrupta ha sido siempre antidemocrática, golpista y dispuesta a utilizar la dictadura si ello es necesario.

La elite chilena, sólo puede ser derrocada por la fuerza de las armas. ¿Pero que probabilidad existe hoy día de una revolución izquierdista o de un golpe militar izquierdista? La respuesta obvia es que hoy no existe ninguna posibilidad de que esto ocurra en Chile bajo las actuales condiciones objetivas. Gracias a los precios del cobre y otros minerales, el crecimiento económico ha sido bastante razonable desde el año 2004. Hoy día este crecimiento se ubica en un 5% por año. Esto permite controlar el desempleo, acumular reservas, mantener la inflación a niveles razonables y conseguir los necesarios equilibrios macroeconómicos tales como balanza de pagos favorable y ausencia de déficit fiscal. Gracias a China y la India, a la economía chilena le va viento en popa. Por lo tanto, las condiciones objetivas para un cambio de régimen simplemente no existen. Es totalmente utópico que la cultura popular mayoritaria, pueda reemplazar a la cultura de la elite y así conseguir la homogeneidad cultural, obtener cohesión social y lograr una identidad y comunidad nacional única, es decir, un “imagomundi” compartido por todos. Es así como el choque cultural es inevitable y esto determina que de aquí en adelante, el barco del Estado empiece a cruzar mares extremadamente tormentosos.































BIBLIOGRAFÍA



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* Vial es también uno de los historiadores chilenos que ha logrado escribir con mucha objetividad la historia de la corrupción de la sociedad chilena. En tres grandes capítulos analiza a fondo la corrupción de la elite, luego la corrupción de la clase media y finalmente la corrupción del proletariado. (Vial, 1981)