lunes, 23 de marzo de 2009

UN CASO DE DESARROLLO FRUSTRADO: EL ASCENSO Y CAÍDA DEL DESARROLLO CHILENO (1831 – 1891)

Fernando Duque Ph.D.

Octubre de 2004

Hoy, a principios del siglo XXI, existe un consenso más o menos aceptado en la literatura no dogmática sobre el fenómeno del desarrollo[1] que éste es un tema sumamente complejo y que se produce como resultado de un largo y sumamente difícil proceso, es decir, no menos de tres generaciones o unos 60 años de sacrificio.

Se acepta también que este fenómeno es el resultado de la combinación virtuosa y sinérgica de varios factores sistémicos. Para este enfoque, el desarrollo se inicia cuando existe una elite fanáticamente nacionalista, inspirada por un profundo deseo desarrollista. Esta elite política ha logrado con éxito apoderarse del poder político del país. Este control ha sido asegurado en forma sustentable a través de medidas autoritarias, donde los grupos opositores han sido neutralizados, marginalizados y finalmente reducidos a la impotencia política. En otras palabras, la elite desarrollista, mediante elecciones o métodos revolucionarios, ha logrado alcanzar el monopolio de la fuerza dentro del sistema político. Por lo tanto ha sido capaz de dictar la ley y el orden y este último es obedecido. Una vez que este nuevo orden político ha sido consolidado, legitimado, legalizado e institucionalizado (por lo general, en una nueva constitución política), la nueva elite desarrollista procede con voluntad inquebrantable a crear las condiciones suficientes y necesarias para alcanzar el desarrollo.

En primer lugar, esta elite pone el aparato estatal (particularmente su administración pública) al servicio del desarrollo. En otras palabras, la burocracia estatal crea las condiciones estructurales básicas para iniciar un rápido proceso de crecimiento dirigido y auto sostenido. Este se logra mediante la creación de una gran cantidad de unidades administrativas (particularmente empresas públicas), encargadas de promover y desarrollar los distintos sectores que conforman el quehacer económico, social y cultural de una nación. En otras palabras, se crea lo que se llama “Administración para el desarrollo”.

Segundo, la elite nacionalista crea además las condiciones suficientes y necesarias para lograr un cambio radical y profundo en la cultura nacional. Es decir, una verdadera revolución cultural que logra transformar sustancialmente el carácter nacional, creando así un hombre nuevo. Naturalmente, este hombre nuevo debe estar generosamente dotado de valores, actitudes y creencias altamente favorables, compatibles y congruentes con el trabajo constante, innovativo, sostenido y productivo. En otras palabras, un carácter nacional patriótico que incluye una gran masa crítica de individuos que son motivados y poseen el “espíritu de Hermes”. Es decir, individuos que son impulsados por el logro, el éxito y el ferviente deseo de surgir y alcanzar el máximo de sus potencialidades. Los expertos en este tipo de cultura o carácter nacional señalan que esta personalidad empresarial se da tanto en occidente como en oriente. En occidente tiene un signo marcadamente individualista y ello se manifiesta en el calvinismo protestante y en el judaísmo. En cambio en Oriente, esta personalidad tiene un sesgo definitivamente colectivista y ella se manifiesta en el confusionismo asiático y en el stajanovismo soviético.

Tercero, una vez que el nuevo Estado ha sido adecuadamente fortalecido (particularmente sus unidades promotoras del desarrollo y muy especialmente las estructuras encargadas de la seguridad, tanto interna como externa) y el nuevo carácter nacional está en vías de consolidación e institucionalización; la elite nacionalista procede a cortar las nefastas cadenas de la dependencia económica y política. Los capitales, inversiones y otros intereses extranjeros son adecuadamente controlados y/o nacionalizados cuando ello es necesario. Al mismo tiempo se toman y se implementan las medidas necesarias para garantizar (a través de alianzas adecuadas), que ninguna potencia extrajera hostil pueda alterar significativamente el curso del desarrollo nacional. Se diversifican las exportaciones, se protege la industria nacional, se garantiza el acceso a importaciones esenciales, particularmente tecnologías de punta, y se asegura que la producción nacional tenga alto valor agregado y ella pueda exportarse con términos de intercambio razonablemente favorables. Demás está decir que a esta altura se cuenta con fuerzas armadas suficientes para garantizar adecuadamente la nueva situación de independencia nacional.

Los casos históricos y reales que tienen bastante semejanza con el modelo previamente enunciado son naturalmente, los procesos de desarrollo que sufrieron países de desarrollo tardío, tales como Alemania, Italia y Japón en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, y por supuesto que en este grupo también está, la Unión Soviética en la primera mitad del siglo pasado. Ahora, a comienzos del siglo XXI se pueden señalar países tales como Cuba, Corea del Sur, Malasia, Singapur y particularmente Rusia, India y la China comunista. Todos estos son países que avanzan a pasos agigantados hacia el desarrollo, guiados por un Estado progresista, nacionalista y modernizador.

Chile fue uno de los primeros países del mundo que en el siglo XIX intentó una estrategia de desarrollo dirigido. Este proceso se inició en la primera mitad de ese siglo. No obstante, a pesar de los enormes sacrificios hechos y de los espectaculares resultados alcanzados, el largo rincón más austral del mundo no logró sus propósitos. La elite nacionalista chilena, no puedo cumplir sus objetivos. Esto, debido principalmente a que las nuevas generaciones de ciudadanos que ocuparon cargos de liderazgo en el sistema político a partir de 1865, cayeron gradualmente en un fatídico proceso de corrupción generalizada. El emergente carácter nacional que logró los niveles de desarrollo de la era portaliana, no logró consolidarse, enraizarse e institucionalizarse en la mente de los chilenos y en sus instituciones económicas, culturales, políticas y sociales. Gradual, pero inexorablemente, con el paso de los años, de la segunda mitad del siglo XIX, los valores favorables al trabajo productivo, el patriotismo, la solidaridad social, la confianza mutua y el espíritu empresarial fueron abatidos y reemplazados por valores foráneos que desnacionalizaron el alma criolla y la convirtieron en un fantasma espiritual que solo añoraba con volver a Europa. La cultura de la elite, efectivamente cambió de puritana a una corrompida variante de la cultura hedonista y epicúrea. Sus valores fundamentales tenían que ver con el rechazo del trabajo productivo y una desenfrenada búsqueda del placer y el libertinaje. Con una elite infiltrada de estas características valóricas, muy pronto el sistema político entró en crisis y dejó de funcionar adecuadamente. Estos dos factores cruciales (es decir, elite corrompida y Estado ineficiente), facilitaron enormemente la penetración de intereses extranjeros para finales del siglo XIX. Así, Chile se convirtió en una colonia disfrazada del imperio británico. Se cumplió así la teoría del Darwinismo Social de Spencer. En la jungla internacional, pueblos débiles, corruptos, poco aptos, no sobreviven en forma independiente y pasan a ser vasallos coloniales de pueblos más poderosos.

El impacto de esta catástrofe nacional fue enorme y sus efectos se extendieron durante todo el siglo XX. El desarrollo chileno durante todo ese largo período fue prácticamente insignificante. De más está decir que el estándar de vida alcanzado durante la República Portaliana no se recuperó jamás. En términos per cápita, el crecimiento económico fue de, aproximadamente, un 1% per cápita anual entre 1892 y el 2000. Ahora a comienzos del siglo XXI, coexisten dos países, uno rico, con un poco más de un millón y medio de personas y con un ingreso per cápita anual de más de US$ 17,000 (dólares) y otro pobre, con casi 13 millones de personas y que tiene un ingreso inferior a los US$ 2,000 (dólares) per cápita al año. Acorralada entre estos dos extremos se encuentra una decreciente clase media con un ingreso promedio de US$ 6,000 (dólares) per cápita al año. Más del 80% de los chilenos han sido clasificados como pobres, ya que sus ingresos son inferiores a la suma mínima necesaria para tener un estándar de vida razonablemente decente.

Los factores determinantes de este subdesarrollo nacional, siguen siendo los mismos que iniciaron el subdesarrollo chileno a finales del siglo XIX. Es decir, primero, inadecuados niveles de gobernabilidad y alta ineficiencia de la administración pública como motor del desarrollo; segundo, un carácter nacional fuertemente determinado por valores hedonistas y epicúreos; tercero, un altísimo nivel de dependencia, tanto política como económica. El pueblo chileno, fervientemente aspira a algún día no muy lejano, salir del subdesarrollo y entrar a la liga de los países desarrollados. Las lecciones históricas son siempre importantes y ellas deben ser conocidas por todos. Esta es la razón por la cual en este trabajo se intenta describir y explicar el desarrollo chileno en el siglo XIX.

La República Portaliana y los años de rápido crecimiento económico

1831-1861

En la historia de Chile, el período que va de 1831 a 1861 se caracterizó por la existencia de una muy saludable y balanceada economía. Este es el período de oro del desarrollo chileno, al cual generaciones posteriores han mirado con nostalgia y frustración. El país estaba envuelto en un proceso acelerado, sostenido y autónomo de rápida expansión económica. La tasa de crecimiento alcanzó niveles sumamente altos por varias décadas -más del 9% por año durante 30 años. Como consecuencia de esto, la inmensa mayoría de los chilenos gozó de niveles y estándar de vida razonablemente adecuados. Este rápido proceso de desarrollo económico fue largamente determinado por el simultáneo y mutuamente reforzado impacto de tres condiciones altamente favorables. Primero, la mayoría de los chilenos y especialmente la elite, tenían un carácter nacional desarrollista; además, estaban generosamente provistos de una cantidad suficiente de individuos con características empresariales y motivación de logro. Segundo, el sistema político y la toma de decisiones no sólo trabajaba eficientemente, sino que la mayoría de sus líderes estaban altamente motivados por una ideología desarrollista. Tanto el poder ejecutivo como su burocracia eran de este tipo. La burocracia estaba adecuadamente dirigida y controlada por las estructuras políticas, Por lo que la administración pública era eficiente y productiva. Finalmente, pero no menos importante, el país estaba libre de dominación extranjera, por lo tanto, los líderes nacionales fueron capaces de tomar decisiones solamente dentro de los parámetros impuestos por el interés económico nacional. Además, gracias a esta independencia económica, la mayoría de los excedentes económicos se mantuvieron en Chile y fueron reinvertidos en su propio desarrollo económico.[1] El acelerado desarrollo económico y las variables que lo determinaron constituyen las características más importantes de la llamada República Portaliana.

1. La motivación de logro y la capacidad empresarial.

Durante este período la mayoría de los chilenos y especialmente la elite tuvieron un carácter nacional que se puede caracterizar por tener niveles bastante altos de capacidad empresarial y necesidad de logro. Esta situación favorable fue la consecuencia de un complejo conjunto de circunstancias que no pueden ser totalmente discutidas aquí. Basta decir que aún cuando, ni los nativos ni los conquistadores españoles, elementos formadores básicos de la nacionalidad chilena, tenían una cultura o ética de trabajo adecuada en los primeros tiempos de la conquista;[2] algunas circunstancias muy especiales permitieron un gradual desarrollo de este tipo de cultura durante más de trescientos años. Es decir, se construyó y constituyó un carácter nacional criollo que tuvo niveles mucho más altos de necesidad de logro y capacidad empresarial que sus dos etnias ancestrales.

Entre estas circunstancias especiales una de las más importantes estaba en el hecho de que Chile no tenía grandes tesoros acumulados, como las civilizaciones azteca e Inca, ni enormes y ricos minerales esperando ser llevados por soldados de fortuna. La región llamada Capitanía General de Chile era generalmente pobre y la vida era bastante dura por un clima relativamente frío y la constante lucha con los nunca conquistados indios araucanos. Después que el Imperio Español perdió sus mejores hombres de armas en el sur de Chile, el flujo de nuevos españoles que empezaron a entrar a Chile al final del siglo XVI, eran españoles diferentes; los antiguos conquistadores, poco a poco se fueron convirtiendo en agricultores interesados en sobrevivir, cultivar la tierra y en fundar una sociedad nueva y permanente. Las dificultades de la vida colonial gradualmente transformaron a estos ex-soldados en dedicados agricultores, artesanos y comerciantes. Aquellos que no pudieron cambiar y adaptarse a las nuevas condiciones gradualmente se trasladaron a las áreas más ricas del imperio o volvieron a Europa.[3]

Otro factor muy importante que contribuyó a la creación de estas características empresariales fue la contribución hecha por los jesuitas y por otros españoles del norte de la Península. Los jesuitas contribuyeron al desarrollo intelectual y cultural de la colonia a través de su excelente sistema educacional, pero más importante aún, ellos desarrollaron empresas económicamente poderosas y eficientes tanto en la agricultura como en la industria. Estas empresas jesuitas fueron tan exitosas que para la mitad del siglo XVIII, ellas pasaron a ser el más importante sector económico de la colonia. Aún cuando los jesuitas fueron expulsados de la colonia en 1767, sus enseñanzas y ejemplos de buena administración y eficiencia económica tuvieron una influencia beneficiosa e importante sobre esta creciente ética de trabajo criollo.[4] La inmigración de los vascos y otros españoles del norte también tuvo un impacto positivo sobre el desarrollo de este carácter nacional. Su sistema de valores estaba dominado por el ahorro, la inversión, el trabajo duro, la iniciativa y la organización comercial. Ellos no podían sino reforzar esta creciente ética de trabajo. Más tarde, los descendientes de estos inmigrantes llegaron a ser la espina dorsal de la elite criolla que dominó Chile entre 1831 y 1861.[5]

Finalmente, dos importantes estructuras de transmisión cultural y socialización, tales como la familia y la escuela jugaron un poderoso y reforzador papel durante la última parte del siglo XVIII y los primeros 60 años del siglo XIX. Ambas estructuras no sólo transmitieron valores favorables al logro y capacidad empresarial, sino también aceleraron y fortalecieron considerablemente el proceso de creación y desarrollo de esta creciente ética de trabajo. La familia se caracterizaba por un padre que por lo general estaba lejos de casa la mayor parte del tiempo, mientras que el cuidado de los niños fue dejado bajo la responsabilidad de madres curtidas por el sacrificio cotidiano y con alta motivación de logro.[6] El entrenamiento básico y socialización escolar también trabajó en esta misma dirección. La formación del carácter, -incluyendo inculcación de valores, hábitos y motivaciones-, fue no menos importante que la transmisión de conocimientos y habilidades. Los libros de lectura estaban llenos de temas y ejemplos que trataban sobre la moralidad y la promoción de una vida honesta y de trabajo constante y sostenido. Además, el latín fue enseñado principalmente como un instrumento para construir entre los alumnos la perseverancia y la dedicación, es decir, para crear carácter.[7] En los cursos de educación secundaria y universitaria, el estudio de los grandes filósofos clásicos, tales como Sócrates, Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, así como también el estudio de la vida y trabajo de los grandes hombres de estado del siglo XVIII eran también temas de estudio requeridos.[8] Finalmente, es necesario agregar que los estudiantes, especialmente en los niveles inferiores, estaban bajo un nivel de disciplina severo bajo el cual el castigo -incluyendo el castigo corporal- y los premios, eran administrados en público. La intención obvia de este sistema disciplinario era humillar a los elementos indeseables y levantar el estatus y prestigio de los alumnos trabajadores, brillantes y dedicados.[9]

En resumen, la herencia de una creciente ética de trabajo y la influencia tanto del hogar como de la escuela, desarrollaron un carácter nacional altamente favorable para el desarrollo económico.[10] Francisco Encina uno de los más respetados y famosos historiadores chilenos, describe este desarrollo tal como sigue: “La elite poseía una moralidad cívica alta y un compromiso por desarrollar el país. La mayoría de los miembros de la elite vivían vidas espartanas. Ellos tenían riqueza pero no estaban propensos al consumo superfluo. El desarrollo moral del pueblo chileno, especialmente de la elite, fue muy rápido. La moralidad pública se incrementó de manera raramente experimentada en la historia del mundo. Chile llega a ser una de las más poderosas naciones de América Latina después de haber sido una de las más pobres y subdesarrolladas colonias españolas”.[11]

2. Cultura política, conducta política y eficiencia burocrática.

El desempeño de las estructuras de toma de decisiones en el sistema político chileno fue sumamente efectivo y eficiente durante este período. Esta efectividad permitió una eficiente dirección y control político sobre la burocracia chilena. Ésta, aún cuando bastante pequeña en sus inicios, fue altamente efectiva y productiva. Además, ésta bien organizada máquina administrativa, no sólo desarrolló sus tareas tradicionales en forma adecuada, tales como mantener la ley y el orden o recolección de impuestos; también tuvo características como las encontradas en lo que ahora se consideran exitosas administraciones para el desarrollo. Por lo tanto, la administración pública chilena jugó un importantísimo rol en el rápido proceso de desarrollo económico experimentado durante este período.

No hay aquí suficiente espacio para discutir en detalle los antecedentes que principalmente determinaron las adecuadas operaciones, desempeño y rendimiento del sistema político. No obstante, una breve y esquemática referencia a algunos de los factores claves se señalan más abajo.

La estructura y contenido de la cultura política chilena durante este período parece haber sido un factor muy importante para explicar el rendimiento satisfactorio del aparato estatal. Usando el lenguaje de Almond, se puede señalar que la cultura chilena tuvo una estructura altamente homogénea. En otras palabras, tanto las elites como las masas populares compartían valores, orientaciones, ideologías, creencias y sentimientos políticos similares durante la mayor parte de este período. Naturalmente, existieron algunos grupos que se desviaban de estas orientaciones ideológicas mayoritarias, pero ellos fueron muy pequeños y sin poder. No había una o más sub-culturas que emergieran para desafiar la ideología política de la mayoría.[12] Esta unipolaridad cultural fue efectivamente aplastante durante todo este período.

Entre las más importantes creencias y valores políticos de esta homogénea cultura se encontraba un fuerte apego a un único, unipolar y centralizado sistema de gobierno. Es decir, algo parecido a una monarquía temporal y al concepto del Filósofo Rey de Platón. La enorme mayoría de los chilenos creía que una gran proporción de la autoridad y del poder del estado se debía concentrar en manos del Presidente de la República y éste debía controlar la mayoría de las funciones del sistema político. También esta altísima autoridad debía ser el supremo juez y benefactor de la nación. Además, se creía que estos grandes poderes presidenciales eran medios para asegurar el bienestar del país y de toda su gente sin distinción de clase. Los intereses de clases y los intereses individuales debían subordinarse a las necesidades de la nación toda, la necesidad de un gobierno ordenado y del progreso general.[13] La visión platónica que ponía los intereses de la comunidad por sobre los intereses de los individuos, era un elemento central de esta ideología.

Otro elemento importante en esta cultura política, fue la creencia que el Estado debía intervenir vigorosamente en la economía de la nación y, activamente, promover su desarrollo económico e industrial. El mercantilismo fue una muy poderosa fuerza ideológica orientando la toma de decisiones económicas durante este período.[14] No menos importante y difundida era la creencia que otro objetivo principal del estado era la activa defensa y promoción del interés y de la seguridad nacional.[15]

Esta cohesiva, unida, homogénea e integrada cultura; hizo posible la formación de coaliciones políticas mayoritarias, estables y sólidas bajo el control de aristócratas conservadores, obispos y generales. El compartir valores motivacionales y creencias similares fue como un aceite sumamente eficaz que permitió limar asperezas, lograr acuerdos y alcanzar compromisos satisfactorios, para todos ellos. De ahí que había consenso en objetivos y metas, y este consenso no fue difícil de alcanzar.[16] Consecuentemente con sus creencias políticas, los miembros de la coalición gobernante delegaban el poder para mandar la nación en uno de sus más destacados líderes una vez cada diez años. Este líder electo fue el Presidente de la República, pero para propósitos prácticos, tenía el poder y se conducía en la misma forma como lo hacían los monarcas hereditarios de la era colonial.[17]

Como ya se ha enunciado anteriormente, el Presidente concentraba en sus manos el poder y la autoridad para desarrollar la mayoría de las funciones del sistema político.[18] Él manejaba directamente la función de articulación de intereses, agregación de intereses y la función de toma de decisiones, e indirectamente, las funciones relacionadas con la formulación de reglas (funciones legislativas) y con la función adjudicataria (función judicial).[19] Todos estos enormes poderes estaban legalizados en la Constitución de 1833. Este documento constitucional permaneció sin mayores cambios durante todo este período. Naturalmente, estos grandes poderes centralizados facilitaron un ágil, suave, fácil y eficiente funcionamiento del sistema político. La mayoría de los resultados políticos (Normas, Leyes y Políticas Públicas) eran claros, homogéneos, precisos y directos. Había muy poca ambigüedad o confusión en las leyes, políticas y decretos presidenciales.

Este sistema eficiente de toma de decisiones le dio al ejecutivo una adecuada dirección sobre la burocracia estatal. Los servicios públicos recibían instrucciones claras y estos sabían que estas directivas estaban basadas y sustentadas por un poder irresistible. Ellos no tenían otra opción sino de acatar rápidamente los deseos de sus jefes políticos.[20] Además, la burocracia estaba bajo un severo control. Había tres mecanismos de control que pueden ser brevemente mencionadas aquí: primero, la presidencia contaba con un pequeño grupo de agentes o espías políticos controlando el trabajo burocrático; segundo, el presidente tenía el poder para contratar y despedir a los altos servidores civiles y militares a su voluntad; tercero, y el más importante, el presidente tenía a su disposición un ejército de ciudadanos o una guardia nacional casi catorce veces el tamaño del ejército regular. Este instrumento de control fue altamente exitoso en convencer, tanto a la burocracia militar como civil, que la autoridad presidencial se basaba no solamente en el apoyo político, en la tradición cultural y en la constitución, sino en el verdadero y real poder de más de cuarenta mil civiles armados.[21] En resumen, la burocracia chilena se caracterizó por estar bajo un control político sumamente fuerte y eficiente, un sistema de mérito que orientaba la selección y promoción del personal de carrera, y por una cultura burocrática fuertemente influenciada por los valores económicos y políticos de la elite. Por lo tanto, no es sorprendente encontrar que el sistema administrativo de este período fue bastante eficiente y productivo.[22] Puede decirse que en términos huntingtonianos, Chile estaba avanzando rápidamente hacia altos niveles de institucionalización política y buena gobernabilidad.

La burocracia chilena no sólo fue eficiente en el desarrollo de sus funciones administrativas tradicionales. También fue altamente eficiente en la promoción y ejecución de tareas relacionadas con el desarrollo económico. Algunas agencias activa y directamente participaban en el desarrollo de sistemas de comunicación y transporte. Agencias estatales construían canales, caminos y carreteras, se fomentaba la construcción de ferrocarriles y se ayudaba activamente en la expansión de la marina mercante. Se instalaban sistemas telegráficos y se mejoraba el sistema de correo. Otras agencias públicas estaban envueltas en la construcción y expansión de facilidades portuarias, sistemas de irrigación y otras obras de infraestructura. Otras oficinas estaban promoviendo la educación técnica y trayendo profesores y empresarios extranjeros para asesorar en la enseñanza de las escuelas estatales encargadas de la educación industrial. Además, ayuda activa se proveía por parte del estado para financiar y establecer nuevas industrias. Simultáneamente se implementaron planes para traer al país empresarios industriales extranjeros. Un trato similar fue dado en el área de desarrollo y promoción agrícola y ganadera. Finalmente, el Estado participaba directamente en la apertura y expansión de mercados extranjeros a fin de colocar la creciente producción nacional.[23] Naturalmente, que esta eficiente administración para el desarrollo tuvo un alto e importante efecto beneficioso en el proceso de desarrollo chileno durante este período.

3. Independencia Económica y Política.

Entre 1830 y 1861 Chile fue un país libre de dominación extranjera. La nación no fue satélite de ningún otro país. Por el contrario, Chile jugó un rol imperialista propio y lo ejerció sobre alguno de sus más débiles y todavía no bien organizados vecinos. Consecuentemente, las decisiones políticas y económicas se hicieron en el propio interés nacional del país y ellas fueron efectivamente implementadas. Esta libertad de control y dependencia extranjera en parte explica el rápido proceso de crecimiento que Chile tuvo durante éste período.

No es posible discutir en detalle todas las circunstancias que permitieron este relativamente alto nivel de independencia económica y política. Sin embargo, algunos factores contribuyentes pueden ser mencionados brevemente.

En primer lugar, la mayor parte de las grandes potencias europeas de este período estaban ocupadas con asuntos internos y con el problema de mantener el balance de poder en Europa. Gran Bretaña estaba muy ocupada con sus reformas internas y con mantener el equilibrio europeo organizado por los diferentes congresos y conferencias que siguieron a las guerras napoleónicas. Francia estaba especialmente preocupada en restaurar algún sentido de legitimidad a su monarquía. España estaba débil y enfrentando problemas similares de consolidación interna. Estados Unidos estaba profundamente preocupado y envuelto en la implementación de las políticas del “destino manifiesto”; por lo tanto, la mayoría de sus esfuerzos estaban concentrados en la conquista de la parte norte del continente americano. Por otro lado, los grandes imperios asiáticos estaban preocupados por la creciente penetración occidental. A todo esto es necesario agregar que fuerzas antiimperialistas habían ganado terreno en Europa. En todo caso, Chile parecía ser demasiado pequeño, poco importante y muy distante para atraer atención especial.[24]

Segundo, los chilenos intentaron mantener a todas las grandes potencias a una distancia razonable mediante inteligentes políticas de apaciguamiento y respeto al derecho internacional. Simultáneamente, siguieron una política de inteligente penetración y control político sobre la costa pacífica de América del Sur.[25]

Tercero, las más importantes actividades económicas en Chile estaban en manos chilenas. Ninguna potencia extranjera tenía control directo o indirecto sobre los recursos naturales y su producción. Consecuentemente, los excedentes económicos fueron reinvertidos en el desarrollo económico de Chile.[26] Los empresarios nacionales controlaban la agricultura, la minería y el sector comercial.[27] Algunos extranjeros residentes se desempeñaban en actividades industriales, navieras y comercio exterior. Sin embargo, en términos prácticos la inmensa mayoría de estos extranjeros eran chilenos desde el punto de vista económico. Ellos eran residentes permanentes en el país, tenían familiares chilenos y reinvertían la inmensa mayoría de sus ganancias en Chile.[28]

Cuarto, no había ningún poder extranjero que utilizara a Chile como un mercado para su propia producción industrial. Durante la mayor parte de este período Chile mantuvo un rígido sistema proteccionista, especialmente programado para ayudar y proteger la pequeña pero rápidamente creciente industria y marina mercante nacional.[29] Además, los hábitos de consumo eran todavía bastante modestos, y la inmensa mayoría de las necesidades de productos industriales eran cubiertas por los establecimientos y fábricas locales.[30]

Finalmente, ningún poder extranjero tenía un poder monopólico sobre las exportaciones chilenas. Por el contrario Chile tuvo un efectivo nivel de diversificación de exportaciones. Por lo tanto, gozó de una satisfactoria pluralidad de mercados y también precios relativamente buenos para sus exportaciones.[31] Los mercados más importantes para Chile iban de Colombia a Perú; no obstante, también tenía mercados en California, Australia y el Lejano Oriente. Es necesario señalar que su principal mercado –Perú-, estuvo relativamente libre de los efectos de las fluctuaciones provocadas por los precios mundiales y estaba bastante controlado por Chile.[32]

En conclusión, estos cuatro factores combinados dieron a Chile un alto nivel de independencia política y económica, y definitivamente, esto contribuyo poderosamente al rápido desarrollo económico experimentado durante este período.[33]

4. El nivel de desarrollo económico.

La capacidad empresarial de la elite, la eficiencia del sistema político y su burocracia, y los altos niveles de independencia económica y política, fueron tres factores importantísimos que en gran medida explican la alta tasa de crecimiento económico experimentado por Chile durante este período.

La necesidad de logro y capacidad empresarial de la elite tuvo un doble impacto beneficioso sobre la tasa del desarrollo económico. Primero, las características empresariales de la elite determinaron altos niveles de productividad en el sector privado. Los empresarios privados chilenos agresivamente reinvirtieron la mayoría de sus excedentes económicos en la expansión de sus actividades y negocios y en el establecimiento de nuevos negocios; mientras que al mismo tiempo, mantuvieron patrones de consumo a niveles sumamente moderados. Segundo, estas características empresariales también tuvieron un efecto beneficioso sobre el sistema político de toma de decisiones. Elementos destacados del mundo empresarial ocuparon las posiciones más altas del aparato estatal. Estos decisores motivados, a su vez, impusieron y demandaron capacidad empresarial sobre los burócratas estatales. Por lo tanto, el sector público fue dinámico y productivo. El sector público trabajó y tuvo un muy importante papel desarrollista en este período. Este proveyó al sector privado con niveles adecuados de estabilidad social y liderazgo económico, además de asistencia técnica y financiera, y también protección frente a la competencia extranjera. El Estado también jugó un muy importante papel desarrollista al crear una sólida infraestructura incluyendo la construcción de sistemas de transporte, comunicación, facilidades portuarias, almacenes, sistemas de irrigación, etc.

La existencia de una cultura homogénea, facilitó la agregación y armonización de los intereses políticos de la sociedad chilena. Esta cultura homogénea permitió la formación de coaliciones sólidas, coherentes y mayoritarias detrás del líder del país y jefe ejecutivo, quien contó con grandes poderes y autoridad real. Consecuentemente esta cultura homogénea facilitó una eficiente operación del sistema toma de decisiones. A consecuencia de esto la burocracia tenía buen liderazgo y un efectivo control, reforzando así un sistema que ya era bastante eficiente desde el punto de vista administrativo.

Finalmente, el alto nivel de independencia que gozaba la nación chilena permitió a sus líderes tomar decisiones económicas utilizando como parámetros decisorios sólo los intereses nacionales. Los excedentes económicos fueron reinvertidos en la promoción de su propia economía. Las exportaciones chilenas eran diversificadas y gozaron de relativamente altos precios, mientras que las importaciones fueron mantenidas a niveles sumamente moderados, evitándose el poco deseable desbalance entre la capacidad de la nación para producir y su capacidad para consumir. En resumen, estos tres factores: capacidad empresarial, eficiencia burocrática e independencia, se reforzaron unos a otros para crear un altamente favorable ambiente para el desarrollo económico.

Efectivamente, la tasa de crecimiento económico durante este período fue verdaderamente espectacular. Una rápida recuperación de la economía chilena se inició a mediados de 1830 inmediatamente después de la última batalla de la guerra civil en 1829. A fines de 1830, ricas minas de plata fueron descubiertas cerca de Copiapó. Una gran proporción de las ganancias producidas por estos minerales fue usada para promover el desarrollo agrícola, la construcción de ferrocarriles, la explotación de cobre y carbón, el desarrollo urbano, etc. Tan eficiente fue la administración financiera del ministro Rengifo que para 1834 la economía había alcanzado y sobrepasado los niveles que había tenido antes de la guerra civil de 1829. Se ha calculado que entre 1834 y 1860 la economía como un todo creció de 2,2 millones de pesos de 45 peniques (45 peniques británicos) a 7,5 millones de pesos de 45 peniques. En otras palabras, un crecimiento total de 240% para el período y un promedio de crecimiento de alrededor del 9,23% por año.[34]

Diferentes sectores de la economía mostraron características similares. Por ejemplo, la producción agrícola creció cinco veces entre 1844 y 1860 representando un porcentaje promedio de 45% del total del producto bruto nacional.[35] La producción minera creció cinco veces entre 1850 y 1860.[36] La producción de plata creció seis veces entre 1840 y 1855, mientras que la producción cuprera creció ocho veces entre 1841 y 1861. En 1861 los empresarios chilenos controlaban el 40% de la producción mundial de cobre.[37] El sector industrial, aun cuando modesto si se compara con el sector minero y agrícola, también mostró considerables tasas de crecimiento. Nuevas plantas industriales se agregaron a los tradicionales sectores que procesaban cueros y grasas de animal. Fundiciones de cobre y manufacturas textiles se iniciaron en 1840. Plantas procesadoras de harina, molinos, fábricas de algodón, cuerdas, zapatos, cerveza y plantas metalúrgicas se establecieron en la década de 1850. Algunas de estas plantas metalúrgicas produjeron arados, maquinaria agrícola, locomotoras, carros de ferrocarril y otro equipo ferroviario, grandes campanas y armas pesadas fueron fabricadas para el ejército y la marina.[38]

Numerosos astilleros entraron también en operación, los que construían pequeños barcos pesqueros. Adicionalmente, algunos grandes barcos fueron construidos, tanto para la marina mercante como para la Armada.[39] El sector comercial también tuvo una expansión similar. El crecimiento del comercio exterior no puede sino ser considerado como espectacular. Entre 1844 y 1860 el valor de las exportaciones se cuadruplicó.[40] Finalmente, la marina mercante también mostró similares tasas de crecimiento. En 1848 tenía 105 barcos; subió a 157 barcos en 1850, a 257 en 1855 y a más de 276 en 1860.[41]

Para mediados del siglo XIX el 20% de la flota estaba sirviendo al tráfico de la costa pacífica de América y ellos llegaban regularmente hasta San Francisco.[42] Algunos barcos estaban envueltos en el negocio y tráfico de esclavos en África y América y otros servían el tráfico de Australia y del Lejano Oriente.[43] El tonelaje total en manos de empresarios chilenos había aumentado alrededor del 33% al año, desde 12.000 toneladas en 1848 a 60.000 toneladas en 1860.[44]

El estándar de vida del pueblo chileno reflejó en gran medida la prosperidad general de la economía. La prosperidad de este período, no sólo permitió a la elite cubrir sus necesidades básicas, también permitió a las masas populares tener modestos, pero adecuados niveles de vida. Alberto Cabero, un famoso escritor chileno, argumenta que el pueblo tenía suficientes ingresos para sostener adecuados niveles de vida. La vida de los trabajadores y de sus familias tanto del campo como de la ciudad, era satisfactoria y pacífica. El pueblo gozó de adecuados estándares nutricionales. Pescados, cereales, carnes, frutas y vegetales eran abundantes, fácilmente disponibles y no muy caros.[45] En breve, la inmensa mayoría de los chilenos, tenían un estándar de vida que era un verdadero modelo para el resto de América Latina. Desafortunadamente esta prosperidad no fue de muy larga vida, y décadas más tarde, los chilenos pensaron en este período, como la era de oro que una vez más tenía que ser recreada.

Los AÑOS DEL CRECIMIENTO LENTO Y EL COLAPSO FINAL:

ENTRE 1861-1891

Los 30 años después de 1860 se caracterizaron por cambios radicales en el sistema económico en Chile. Aun cuando el crecimiento económico continuó, este ya no era balanceado, autónomo, armonioso y equitativo. Además fue mucho más lento que en el período anterior. Durante la segunda mitad de este período la tasa de crecimiento promedio llegó a ser menos de la mitad de las tasas obtenidas entre 1830 y 1860. A consecuencia de esa desaceleración, el estándar de vida de la inmensa mayoría de los chilenos se estancó y comenzó a declinar. Esta desaceleración económica fue largamente determinada por el impacto simultáneo y reforzado de tres condiciones desfavorables. Primero, el carácter nacional de la mayoría de los chilenos, especialmente la elite, gradualmente perdió su capacidad empresarial y su motivación de logro. Segundo, el sistema político y la toma de decisiones llegaron a ser menos eficientes en la ausencia de una adecuada dirección y control político. Finalmente, el país llegó a ser un satélite colonial de Gran Bretaña, y debido a esto los líderes chilenos ya no fueron capaces de tomar decisiones solamente preocupados por el interés nacional. Además, una enorme cantidad de recursos económicos salieron del país, por lo tanto, se redujo drásticamente la disponibilidad de capital para las inversiones domésticas. El sueño de construir un poderoso centro industrial y financiero nunca se concreto.

1. La motivación de logro y la capacidad empresarial.

Una transformación gradual del carácter nacional chileno tuvo lugar entre 1861 y 1891, de un carácter nacional con altos niveles de capacidad empresarial y motivación de logro pasó a un carácter nacional con bajísimos niveles de capacidad empresarial. Al final de este período los elementos no empresariales con un gran desprecio por las actividades productivas y el trabajo manual, llegaron a ser el sector dominante dentro de la sociedad chilena. Tres factores importantes parecen explicar esta transición. Primero, la elite sufrió un cambio psicológico fundamental durante este período. Segundo y aún más importante, nuevos modelos de socialización cultural afectaron a las nuevas generaciones de chilenos entrando al sistema económico después de 1860. Esta socialización fue poco favorable para la creación de capacidad empresarial. Un tercer factor que contribuyó a esta transición y cambio en el carácter nacional, fue la emigración de muchos chilenos con capacidad empresarial a tierras extranjeras especialmente hacia la Argentina.[46]

El rapidísimo proceso de desarrollo económico experimentado durante el período anterior, y la rápida y relativamente fácil adquisición de gran riqueza particularmente a partir de 1875, tuvo un efecto negativo sobre el aún no totalmente consolidado carácter empresarial de la elite nacional.[47] La bonanza agrícola de la década de 1850, especialmente la que se produjo por los mercados de California y Australia, enriqueció a una gran cantidad de aristócratas terratenientes. Gradualmente, ellos cambiaron la vida dura y difícil de las provincias por una vida “civilizada”, confortable y con tendencias al alto consumo, propia de las grandes ciudades.[48] Simultáneamente, acaudalados mineros, industriales y comerciantes de clase media se movieron también a los centros urbanos. Estos nuevos elementos trataron de gastar más, y más conspicuamente que la elite aristocrática, con el fin de ganar estatus social y eventualmente, ser admitidos dentro de la clase dirigente.[49] Esta inmigración de empresarios ricos hacia las ciudades creció en la década de los años 60 y 70, y adquirió proporciones enormes en la década de los años 80. Las actividades mineras y agrícolas fueron gradualmente dejadas en manos de administradores y mayordomos pobremente motivados y sin capacidad empresarial.[50]

En resumen, riqueza fácil,[51] una vida de lujos, el consumo superfluo y la edad avanzada, gradualmente extinguieron el impulso empresarial de la elite económica que había construido la fortaleza económica de Chile durante el período anterior.[52]

Aun así, estos cambios drásticos en motivaciones, actitudes y conductas de la elite económica, no afectó el nivel empresarial tanto como lo hicieron los cambios en los padrones de socialización durante este período. Primero, la escuela básica o elemental y la escuela secundaria que funcionó después de 1860 ya no preparaba a los estudiantes para tener una vida activa y productiva en la industria, la agricultura y el comercio. Además, las funciones formadoras de carácter que se tuvieron anteriormente, fueron totalmente eliminadas de los curriculums escolares. La nueva escuela era una copia de la educación elitista europea, especialmente la educación francesa, y esta nueva escuela pasó a ser una etapa preparatoria para las carreras académicas y las profesiones liberales, las artes y la burocracia. Los chilenos fueron gradualmente inculcados con motivaciones, actitudes y valores hostiles al trabajo manual, el comercio, la agricultura y la industria. Estas actividades eran consideradas materialistas, antihumanistas y, generalmente, de bajo estatus y por lo tanto, ellas fueron consideradas solamente recomendables para aquellos individuos de las “clases bajas”. De ahí que en la escala social, los roles productivos fueron relegados a la base de la pirámide de estatus y prestigio social, mientras que los roles o trabajos improductivos fueron elevados hacia la cúspide de la misma. Naturalmente, los elementos más brillantes y capaces de la elite desarrollaron deseos por ser abogados, médicos, escritores, filósofos, músicos, artistas, poetas, etc. Mientras que los menos capaces se tuvieron que conformar con roles y posiciones en la agricultura, comercio y la industria.[53] En segundo lugar, la inculcación de valores, motivaciones de logro y motivación empresarial gradualmente decayeron en los hogares de la elite chilena. Las prácticas de educación de los niños se dejaron por lo general, en manos de sirvientes mientras las madres se enfrascaban en una intensa vida social y en actividades destinadas a mejorar su estatus.[54] El padre autoritario ya no se ocupaba directamente de la dirección de sus negocios y actividades productivas, y por lo tanto podía tener más tiempo para participar en la vida familiar.[55] Consecuentemente, los padres de la clase social dirigente pasaron a estar más directamente envueltos en la educación de los niños, que los padres de la generación anterior. Por lo tanto, esta mayor participación de sirvientes sin motivación de logro y padres autoritarios en la educación de los niños de la elite fue también un factor muy importante en la gradual declinación de las capacidades empresariales de la elite, especialmente durante la última parte de este período.

Para los años 80 la mayoría de los miembros de las nuevas generaciones de la elite tenían poderosos deseos e inclinaciones por mantener su riqueza por cualquier medio que fuera posible, salvo el trabajo productivo. Por otro lado, se trataba de llegar a ser rico tan rápido como fuera posible en caso de que ellos pertenecieran a la clase media alta o fueron aristócratas de menor riqueza. Sus aspiraciones supremas eran llegar a ser profesionales respetados y disfrutar de estándares de vida y civilización europea.[56] La pequeña clase media dentro de sus limitados recursos, comenzaron también a imitar los estándares de vida de la elite.[57] Las masas populares a su vez, y especialmente los campesinos, quedaron sin el previo ejemplo, el estrecho contacto y la supervisión por parte de la elite. Por lo tanto, lentamente y poco a poco el pueblo pasó a estar menos interesado en el trabajo sostenido y en la productividad de sus actividades. Naturalmente, estos niveles decrecientes de capacidad empresarial y de necesidad de logro en todos los sectores de la sociedad chilena, produjo un impacto sumamente negativo en la tasa de crecimiento económico experimentada durante este período.

2. Cultura política, conducta política y eficiencia burocrática.

Durante los 30 años de este período hubo un proceso gradual de transición en la estructura y conducta tanto del sistema político como del sistema administrativo. El sistema de decisiones políticas sufrió un lento pero constate cambio desde un sistema de decisiones eficientes; que producía rápidos, claros y homogéneos resultados -políticas, leyes, etc.-; a uno mucho más lento y menos eficiente. Además, la mayoría de estas políticas ya no estaban relacionadas con la promoción, por parte del Estado, del desarrollo económico. Por lo demás, la implementación de las políticas estaba con mucha menos supervisión y control de parte de los supervisores políticos. Consecuentemente, el aparato administrativo no solamente redujo gradualmente su previamente activo rol participativo en la promoción del desarrollo económico, sino que también perdió algunos de sus niveles generales de eficiencia administrativa.

Los factores y procesos que determinaron este proceso de transición, desde un sistema político eficiente a uno ineficiente, fueron bastante complejos y no es posible tratarlos aquí con la suficiente amplitud y profundidad. No obstante, una breve enumeración de tres factores importantes pueden ayudar en la explicación de este proceso de transición. Estos tres factores eran: primero, una creciente fragmentación y heterogeneidad de la cultura política; segundo, una predominancia gradual de un sentimiento o ideología antiestatista y antimercantilista; y tercero, reformas legales y constitucionales, que gradualmente cambiaron el balance de poder de la presidencia hacia el Congreso y jefes de los partidos políticos. Estas reformas gradualmente desmantelaron la estructura centralizada y proteccionista del período anterior.

La homogeneidad y unidad en la cultura política católica conservadora que existió durante el período previo, gradualmente se perdió entre 1860 y 1891. La sub-cultura liberal, que prácticamente se había reducido a nada durante las décadas de 1830 y 1840, repentinamente inició un rápido proceso de resurgimiento y ganó fuerza en los años 50. Durante los años 60, esta sub-cultura liberal desafió seriamente a la cultura conservadora predominante, para finalmente ganar preeminencia durante los años 70.[58] Sin embargo, este predominio liberal entre los años 1875 y 1891, no creó una cultura homogénea en Chile tal como había existido en el período anterior. Había dos factores responsables de esta situación: en primer lugar, los políticos liberales no quisieron o no pudieron imponer su ideología al resto de la sociedad usando métodos coercitivos; en segundo lugar, la cultura liberal era demasiado vaga, muy general, y sin programas concretos para acción positiva; consecuentemente, caudillos personalistas que dirigían las diferentes facciones liberales, pronto interpretaron esta ideología de la manera que más conviniera a sus propósitos y planes, dividiendo al movimiento liberal en varios grupos diferentes y antagónicos. Las facciones emergieron por todas partes y éstas estaban unidas por lazos sumamente débiles, particularmente lo único que los unía era el deseo común de destruir el Sistema Portaliano. Pero estas facciones liberales eran antagónicas entre sí con respecto a cualquier otro tema.[59] Además, esta cultura política fragmentada de la elite tuvo un considerable impacto sobre la ideología de las clases media y trabajadora. La pérdida de la unidad religiosa e ideológica del país, más el considerable deterioro de los estándares de vida de las masas populares, facilitó en ellas, la penetración de una ideología radical antiliberal y otras tendencias antisistemáticas en la ultima parte de este período.[60] A fines de este período, Chile tenía una cultura política heterogénea; es decir, había una subcultura conservadora, una subcultura liberal y una insipiente subcultura marxista.

A pesar de este creciente proceso de fragmentación cultural, se produjo una suerte de consenso sobre principios y creencias económicas. La mayoría de los miembros de la elite se transformaron en entusiastas admiradores de una mas bien dogmática escuela del liberalismo económico. Por lo tanto, la mayoría se preocupó profundamente con la idea de eliminar al Estado de las actividades económicas, eliminar el proteccionismo estatal en los sectores industriales, eliminar al Estado en la protección de los recursos naturales y en la eliminación del Estado en su rol de promotor del desarrollo económico.[61] Los Nacionales, el único partido defensor del neomercantilismo y del Sistema Portaliano de gobierno y economía, poco a poco perdió poder y finalmente se convirtió en parte al liberalismo económico.[62] Consistentemente con sus postulados ideológicos y económicos, esta fuerza liberal dominante gradualmente cambió las funciones y estructuras del sistema político. Ellos exitosamente introdujeron reformas legales y constitucionales dirigidas hacia la reducción de las funciones políticas y los poderes de la presidencia, mientras que simultáneamente se aumentaban las funciones y el poder del congreso y de los partidos políticos.[63] Además, la nueva legislación diseñada para terminar con el proteccionismo y el intervencionismo estatal en los asuntos económicos fue gradual y efectivamente implementada.[64]

La fragmentación cultural, la declinación de ideas mercantilistas y los cambios estructurales, produjeron graves dificultades para el funcionamiento de un gobierno eficiente. Primero, el Presidente ya no podía coordinar exitosamente y agregar los intereses políticos tan fácilmente como en el período anterior. Los presidentes gradualmente perdieron el control y el liderazgo de sus propios partidos y al final de este período, algunos líderes partidistas eran tan poderosos dentro del partido como el mismo Presidente.[65] En segundo lugar, un sistema autónomo de partidos no podía desarrollar efectivamente las funciones de agregación de intereses en la forma adecuada como se había hecho antes. La fragmentación política, el dogmatismo, la indisciplina partidaria y las tendencias caudillistas o personalistas dentro de las diferentes facciones políticas evitaba que se produjeran compromisos razonables y positivos entre los partidos políticos. Por lo tanto, la mayoría de las demandas y las propuestas políticas transmitidas al sistema de toma de decisiones eran contradictorias, muy preliminares, particularistas y sin una mayoría parlamentaria o consenso que las apoyara tal como había ocurrido en el período anterior. Bajo estas circunstancias, el sistema de toma de decisiones ahora estaba poderosamente influenciado y dependía de la política partidaria y por lo tanto, no pudo desempeñar la función que le correspondía.[66] Solamente se pudieron lograr, a través de gigantescos esfuerzos, coaliciones débiles, caracterizadas por las frecuentes acomodaciones y compromisos. Pero esto permitía la elaboración de políticas con un mínimo de consenso y sólo con el fin de mantener y conseguir la sobrevivencia del sistema.[67] En varias oportunidades el sistema estuvo muy cerca de su total crisis y rompimiento, y solamente la existencia de evidentes peligros externos evitó una resolución violenta de estas demandas conflictivas.[68]

La gradual debilidad en el sistema de toma de decisiones disminuyó la posibilidad de tener un liderazgo claro y un buen control sobre el sistema administrativo. La burocracia siguió creciendo pero al mismo tiempo, comenzó a mostrar clara evidencia de una caída en su productividad y eficiencia al implementar sus funciones. No obstante, aparentemente debido a la “inercia burocrática” y a la buena organización y disciplina que este aparato había tenido en períodos anteriores, la administración pública no se quebró o sufrió una dramática pérdida en su comportamiento, desempeño y eficiencia en el desarrollo de sus tareas tradicionales.[69] Desafortunadamente, éste no fue el caso del desempeño de las agencias estatales relacionadas con la promoción del desarrollo económico. Las fuerzas antimercantilistas que rápidamente controlaron tanto la Presidencia como el Congreso, tuvieron éxito en desmantelar la mayoría de los elementos y partes del aparato que había sido creado para el desarrollo nacional en el período anterior.[70] Durante los últimos seis años de este período hubo un esfuerzo desesperado y no exitoso por revertir estas tendencias prácticamente irreversibles. El presidente Balmaceda, un rico terrateniente del Partido Liberal entendió con una rara visión política las conclusiones lógicas de estas tendencias históricas que gradualmente habían horadado las bases del Sistema Portaliano. Balmaceda trató de revivir las viejas tradiciones y cánones o padrones de gobierno, siguiendo estrechamente las experiencias que había tenido la Alemania de Biskmark y siguiendo las técnicas políticas y económicas de G. F. List.[71] Balmaceda propuso reformas constitucionales como forma de tener una vez más un sistema poderoso y sólido de gobierno. Él estaba convencido de la necesidad de una oposición responsable, pero quería que la rama ejecutiva del gobierno estuviera libre de la volatilidad y las politiquerías propias del Congreso. Él trató de mejorar la administración pública mediante el restablecimiento del sistema de mérito, creando sistemas de control y responsabilidad, tanto administrativos como financieros. Una vez más, él trato de mantener la maquinaria del Estado al servicio del interés nacional y enganchó a la burocracia en la promoción del desarrollo económico y la industrialización. Balmaceda también trató de mejorar las actividades agrícolas a través de un vasto programa de reforma agraria; elaboró propuestas para financiar un enorme programa de industrialización usando como fuente de financiamiento las vastas riquezas producidas por el salitre, al mismo tiempo que financiaba los gastos regulares del gobierno con impuestos directos especialmente diseñados para restringir el consumo superfluo de la oligarquía. Finalmente trató de levantar el estándar de vida de las masas populares como forma de alcanzar una total integración nacional, y eliminar de esta manera, un creciente malestar y resentimiento que se producía en los trabajadores y en los campesinos. Este resentimiento estaba naturalmente justificado por la creciente explotación del trabajo y la declinación generalizada de los estándares de vida del pueblo.[72]

Por supuesto, la elite oligárquica tenía ideas totalmente diferentes. Los programas de Balmaceda fueron considerados un peligro mortal para los intereses de la elite, especialmente intereses relacionados con el deseo de ésta de gobernar en forma suprema y sin interferencias de ninguna autoridad centralizada. Consecuentemente, en complicidad con intereses extranjeros y con el total control del Congreso, la oligarquía inició una campaña de oposición viciosa y violenta contra el Presidente, la que terminó por ponerlo ante dos alternativas: someterse a los deseos de la oligarquía o resistir por la fuerza el avance de la oligarquía y sus aliados extranjeros. Balmaceda eligió este último curso de acción y una guerra civil, altamente costosa y sangrienta fue el resultado de este conflicto.[73] El disminuido y horadado poder y el gradual aislamiento del Presidente no fue una fuerza suficiente para enfrentarse a las fuerzas de la oligarquía, la marina y el capitalismo británico. Balmaceda solamente obtuvo el apoyo de parte del Ejército y un pequeño sector de su propio partido. Las masas populares cuyo estándar de vida él había tratado de mejorar, aparentemente no entendieron lo que estaba en juego y se mantuvieron pasivas.[74] La muerte del Presidente cerró este período transicional y después de varios años de un gradual ataque y declinación, y seis años de heroicas luchas sin esperanzas, el sistema Portaliano finalmente fue destruido.

3. Dependencia Económica Y Política.

Chile sufrió un gradual proceso de transición desde una posición con un alto grado de independencia política y económica, hacia una situación con un alto nivel de dependencia. Este proceso de neocolonización pasó a ser mucho más intenso durante los años 80 y tuvo impacto sumamente negativo sobre la tasa de crecimiento económico que el país experimentó durante este período.

El rápido paso de la revolución industrial en Europa Occidental y Estados Unidos, incrementó las necesidades de estos países por materias primas, la necesidad por lugares seguros para poner sus capitales e inversiones y la necesidad de nuevos mercados para poder colocar esta creciente producción industrial.[75] Gran Bretaña, que era el poder dominante de este período, gradualmente llegó a tener más y más interés en las jóvenes y emergentes repúblicas de América del Sur, y las comenzó a utilizar como potenciales objetivos para su expansión económica. Chile llegó a ser particularmente atractivo para Inglaterra, gracias a su gran orden interno y estabilidad política y, especialmente, debido a que Chile tenía el control de enormes y vastas cantidades de recursos minerales y otros recursos económicos.[76] Gran Bretaña inició este lento proceso de penetración de la economía chilena a través del uso inteligente de su diplomacia y la agresiva política comercial que tuvieron sus súbditos en Chile.[77] Los capitalistas británicos y en un grado poco menor otros europeos, pronto tomaron el control total del comercio exterior, del transporte marítimo, de las fábricas, de los bancos y de las compañías de seguros. Más tarde, estos empresarios extranjeros empezaron la construcción de vías férreas y ferrocarriles para servir a importantes compañías mineras y eventualmente ellos ganaron el control de las operaciones mineras mismas.[78] Esta penetración económica fue acelerada después de la guerra de 1879, cuando los empresarios británicos tuvieron la capacidad de controlar la mayoría de esta enorme riqueza mineral recientemente conquistada por Chile, particularmente los campos de salitre. Para el fin de los años 80, ciudadanos británicos controlaban directa o indirectamente la inmensa mayoría de las actividades económicas en Chile, sólo el sector agropecuario estaba libre de tal dominación.[79] Como consecuencia de esta situación, los enormes recursos de capital comenzaron a salir del país y estos recursos naturalmente eran muchas veces superiores a la cantidad de capital que ingresaba al país para ser invertida.[80]

Simultáneamente con este proceso de desnacionalización de la economía, Chile comenzó a ser inundado por productos extranjeros los cuales eran suministrados por Gran Bretaña. El apetito de los chilenos por las importaciones de lujo fue inteligentemente promocionado por los agentes diplomáticos británicos y los empresarios británicos radicados en Chile, por lo tanto una gran cantidad de recursos económicos nacionales pasaron a ser gastados en estos artículos superfluos, reduciendo la disponibilidad de capital para hacer inversiones internas.[81] Así, Chile se transformó en un mercado importante para la industria extranjera y esto terminó por aniquilar la naciente industrialización nacional, las industrias chilenas que se salvaron de este proceso de desnacionalización no fueron capaces de competir con las organizaciones industriales mejor financiadas y mucho más agresivas de los europeos.[82] Al principio de los años 90 Chile prácticamente se había transformado en una colonia comercial del imperio británico.[83]

Finalmente, la estructura de las exportaciones chilenas también sufrió cambios negativos, la existencia de un mercado no monopolístico y la diversificación de las exportaciones se fueron perdiendo gradualmente entre los años 60 y 70.[84] Además, los precios para las exportaciones chilenas sufrieron una declinación catastrófica después 1873.[85] Las exportaciones de la agricultura fueron gradualmente reducidas al 30% del valor total de las exportaciones durante el período entre 1860 y 1879, y a menos de un 18% del valor total de las exportaciones en los años 80.[86] Además, el cobre, el carbón y otros minerales que previamente se habían exportado fueron reemplazados por el nitrato, el cual pasó a ser muy pronto el mayor y más importante producto de exportación chileno.[87] Mientras tanto, el creciente aumento de las importaciones y simultáneos problemas en las exportaciones produjeron serios problemas en la balanza de pagos. Las reservas de oro comenzaron a disminuir y a salir del país, y la deuda externa aumentó en 3.7 veces durante este período.[88] Chile ya no pudo mantener la convertibilidad de su sistema monetario, papel moneda fue introducido en grandes cantidades y la inflación empezó a hacer estragos y se convirtió en una característica propia de la economía chilena a partir de esa fecha.[89] Después de 1881, la economía como un todo pasó a ser dependiente de las exportaciones de nitrato, pero también los ingresos del gobierno pasaron a ser dependientes de esta fuente dominada por intereses extranjeros. El sistema de impuestos, en el cual el impuesto a la renta había sido la base de los ingresos del Estado hasta 1879, fue totalmente transformado por la riqueza del nitrato. Los impuestos a la renta fueron eliminados y los impuestos al nitrato se convirtieron en la mayor fuente de financiamiento del gobierno chileno.[90]

El crecimiento del poder económico británico sobre Chile fue acompañado por un aumento en el interés político de Gran Bretaña sobre el sistema político chileno.[91] Los intereses económicos británicos, sus agentes diplomáticos y sus ciudadanos viviendo en Chile a partir de 1860, constantemente comenzaron a ejercer presión sobre el gobierno chileno para generar o incrementar las tendencias hacia el libre mercado. Los intereses británicos lucharon con éxito y ganaron una larga contienda para desincentivar la participación del Estado en el desarrollo económico. Igualmente exitosos fueron los esfuerzos para prevenir la consolidación de un sólido proceso de industrialización.[92] Gran Bretaña ganó el estatus de la “nación más favorecida” y aún tuvo éxito en parar la producción de materias primas que podían competir con las materias primas británicas.[93] Por otra parte, cuando Perú nacionalizó algunas compañías británicas que explotaban el nitrato en 1876, los diplomáticos británicos trataron de convencer a los líderes chilenos de la necesidad de tomar por la fuerza estas minas y así, arrebatárselas a Perú. Esta presión británica parece haber sido un factor muy importante que parcialmente explica el origen del conflicto que tuvo lugar entre Chile y Perú un par de años después.[94] Una vez que la guerra hubo terminado, Gran Bretaña -una vez más defendiendo sus intereses económicos- aplicó una presión intensa sobre el gobierno chileno. Aparentemente, como resultado de esta intervención, las compañías británicas, que habían tenido intereses minoritarios en la industria del salitre antes de la guerra, emergieron después de ella, controlando la inmensa mayoría de esta industria.[95] Finalmente, cuando Balmaceda trató de parar este acelerado proceso de dependencia económica y política, y anunció planes para nacionalizar la industria del nitrato y de otros intereses extranjeros;[96] Gran Bretaña rápidamente organizó un partido pro-británico el cual, a través de una intensa corrupción, coimas y otras manipulaciones, fue capaz de controlar la mayoría del congreso chileno. Los planes para la caída del Presidente Balmaceda, se hicieron con una altísima participación de intereses británicos. Cuando en 1891 la guerra civil estalló, las compañías británicas hicieron enormes contribuciones para financiar los recursos de la causa rebelde. Al mismo tiempo, el gobierno británico bloqueó los esfuerzos que Balmaceda hizo para cortar los recursos económicos y militares de las fuerzas rebeldes;[97] por lo tanto, el poder y la influencia de la política británica tuvieron un rol fundamental e importantísimo en la derrota final de las fuerzas leales a Balmaceda durante la guerra civil.

En resumen, la combinación de estos factores tales como: la penetración política externa en el sistema de decisiones, el control externo de la economía y el creciente caudal de capitales que dejaban al país, la pérdida de mercados, el deterioro del precio de las exportaciones y el increíblemente alto aumento de la deuda externa; gradualmente produjeron una creciente estructura de dependencia. Esta satelización a su vez tuvo un impacto sumamente negativo sobre la velocidad de crecimiento en Chile.

4. El Nivel De Desarrollo Económico.

Gradualmente, decrecientes niveles de capacidad empresarial, una menos eficiente burocracia y un creciente nivel de dependencia política crearon un ambiente inmensamente menos favorable para el desarrollo económico chileno entre 1861 y 1891. De ahí que la tasa de crecimiento económico se redujo considerablemente durante este período.

Los decrecientes niveles de capacidad empresarial tuvieron un doble impacto sobre la tasa de crecimiento económico. Primeramente, afectó negativamente la eficiencia del sector privado. Los empresarios privados llegaron a estar más y más interesados en las especulaciones financieras y otras maneras fáciles de hacer dinero, tales como las inversiones en propiedades. Al mismo tiempo, ellos aumentaron enormemente sus niveles de consumo a costa de la formación de capital, las inversiones y la mejora tecnológica. En muchos casos los capitalistas nacionales abandonaron sus actividades productivas dejándolas en manos de empleados o vendiéndoselas a los extranjeros. Bajo estas circunstancias la productividad del sector privado como un todo fue gradualmente declinando. Segundo, esta reducción general de la capacidad empresarial también afectó negativamente a la eficiencia del sector público. La mayoría de las posiciones en el sistema de toma de decisiones y del sistema administrativo fueron gradualmente ocupadas por individuos con insuficiente cantidad de méritos, calificaciones, y por supuesto con poca motivación de logro, agresividad, patriotismo, tenacidad y responsabilidad social. Además, durante la segunda parte de este período la mayoría de los decisores se convencieron que mientras menos gobierno existía y menor era la intervención del Estado en asuntos económicos, tanto mejor. En opinión de estos decidores liberales, el Estado era considerado como un obstáculo para el crecimiento y estaba lejos de ser una herramienta útil para promover dicho crecimiento. Naturalmente, esta tendencia no pudo sino disminuir la eficiencia y efectividad de las funciones gubernamentales encargadas de promover el desarrollo económico. Gradualmente, el Estado redujo sus intereses y participación en la expansión y construcción de la infraestructura económica. Al mismo tiempo, la asistencia técnica y económica hacia el sector privado pasó a ser mucho menos desarrollada y productiva.

Este proceso gradual de fragmentación política, agregado a las rivalidades personalistas de los caudillos y políticos liberales, reforzó esta tendencia provocando una menor eficiencia en el aparato estatal. Poco a poco el Presidente y el sistema fragmentado de partidos ya no podía efectivamente agregar y armonizar los diferentes intereses en una forma positiva. No se pudieron construir coaliciones estables que pudieran efectivamente guiar al país. Con el tiempo el sistema de toma de decisiones se obstruyó y paralizó por los constantes intereses antagónicos y las demandas contradictorias. Dada esta situación, las estructuras políticas no pudieron dar una dirección y control claro sobre la burocracia, la que gradualmente ganó autonomía del poder presidencial. Grupos particularistas, muchos de ellos formados por poderosos grupos extranjeros, comenzaron una lenta, pero efectiva penetración de este aparato burocrático. Los primeros signos de corrupción administrativa llegaron a ser bastante evidentes hacia el final de este período. Por supuesto que estas tendencias reforzadas redujeron aún más la eficiencia de la administración pública, situación que tal como se ha mencionado anteriormente, tuvo un importante impacto en la declinación de la tasa de crecimiento económico en este período.

Finalmente, la creciente dependencia económica y política que Chile sufrió durante este tiempo, gradualmente impidió a la elite tomar decisiones orientadas sólo por el interés nacional y el bienestar de la nación. Como consecuencia de esta situación, la mayor parte del capital nacional y las riquezas producidas durante este período, no fueran invertidos en la promoción del desarrollo y el progreso económico. La mayoría de estos excedentes dejaron el país por concepto de utilidades, pago de intereses al capital, pago de patentes, pago de fletes, seguros y otros gastos financieros. El sistema de exportaciones perdió sus más importantes mercados así como también perdió la diversificación de sus productos y también perdió sus buenos precios. Simultáneamente, las importaciones fueron en aumento y llegaron a niveles increíblemente exageradas al final del período, produciendo por lo tanto, un balance negativo entre la capacidad del país para producir y su capacidad para consumir. Además, esta dependencia provocó no solo el éxodo de la mayoría de los recursos de capital, sino que previno exitosamente el desarrollo del sector industrial y lo más importante, el desarrollo del sector financiero. Naturalmente que esta dependencia en aumento, trabajó como un poderoso freno que contribuyó grandemente a desacelerar la tasa de crecimiento experimentada por Chile en el período 1861 a 1891. La tasa anual de crecimiento de 9.2% que se había tenido en el período anterior, se redujo a 7.7% por año entre 1860 y 1874 y posteriormente, a una tasa promedio de solo el 4% por año entre 1874 y 1894.[98]

La reducción de la tasa de crecimiento se reflejó en los diferentes sectores de la economía. Hubo una drástica paralización y después declinación de la tasa de crecimiento en la agricultura.[99] El sector minero también mostró tendencias similares,[100] con la excepción de la producción de salitre la cual creció muy rápidamente. No obstante, esta expansión salitrera no tuvo mayor impacto en el crecimiento total de la economía chilena, ya que la inmensa mayoría de esta riqueza salió del país para enriquecer a las compañías e intereses extranjeros.[101] El sector industrial, en su mayoría en manos extranjeras también mostró una tendencia a declinar, excepto por el período de la guerra que fue de 1879 a 1883, y después durante el período de la administración Balmaceda. Pero luego de la derrota de Balmaceda este sector también perdió la mayoría de su importancia económica después de 1891.[102] A pesar de la ayuda gubernamental, la marina mercante no sólo paró su crecimiento, sino que inicio un largo período de gradual declinación. Además, la mayoría de las unidades de la flota que quedaban cayeron en manos extranjeras para el final de este período.[103] Las actividades comerciales siguieron la misma trayectoria descrita anteriormente para los otros sectores económicos. Tanto el comercio externo como interno, así como también instituciones financieras y aseguradoras, gradualmente cayeron bajo el control extranjero.[104] Finalmente, aun cuando el nivel de vida de la elite siguió creciendo aceleradamente, gracias al despojo proveniente de la riqueza salitrera,[105] el nivel de vida de las masas populares ya no creció como en el período anterior. Por el contrario, el nivel de vida de la inmensa mayoría del pueblo chileno sufrió un lento pero gradual proceso de declinación y empobrecimiento después de 1880.[106]



[1] Desarrollo, concepto que se operacionaliza mediante un ingreso anual de al menos US$ 20,000 (dólares) y alto nivel en los principales indicadores de desarrollo humano elaborados por el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo).



[1] Para discusiones teóricas sobre los efectos de la motivación de logro sobre el desarrollo económico ver: D. McClelland, The Achieving Society, op. cit.; S. M. Lipset and A. Solary (eds.), Elites in Latin America, New York; Oxford University Press, 1967. Para la discusión teórica sobre el efecto de la estructura cultural sobre la eficiencia del sistema de toma de decisiones y la eficiencia de la burocracia ver: G. Almond, “A Comparative Study of Interest Groups and the Political Process”, H. Eckstein and D. Apter, op. cit.; pp. 401-403; ver también G. Almond and J. Coleman (eds.), The Politics of Developing Areas Princeton, Princeton University Press, 1960; G. Almond and G. Powell, Comparative Politics a Developmental Approach, Boston Little Brown and Company, 1966. Para la discusión sobre el impacto de la independencia y la condición satelital sobre desarrollo económico, ver: A. G. Frank, Capitalism and underdevelopment in Latin America, op. cit.; J. D. Cockcraft, A. G. Frank, and D. L. Jonhson, Dependence and Underdevelopment, Garden City, New York: Doubleday, Anchor, 1972. R. Chilcote, “A Critical Synthesis of the Dependency Literature”, Latin American Perspectives, p. 1, Spring 1974.

[2] Para análisis relacionados con la falta de motivación de logro entre los conquistadores españoles véase; F. Encina, Nuestra inferioridad económica. Sus causas y sus consecuencias, Santiago: Editorial Universitaria S.A., 1955, pp. 43-44; F. J. Moreno, Legitimacy and Stability in Latin America. A study of Chilean Political Culture, New York: University Press, 1969 pp. 11-12; K. H. Silvert, Chile Yesterday and Today; New York, Holt, Rinehart and Winston, Inc., 1965, pp. 38-40; A. Edwards, La Fronda Aristocrática: Historia Política de Chile, Santiago; Editorial del Pacífico, 1928, pp. 17-18; A. Cabero, Chile y los Chilenos, Santiago, Editorial Nascimento, 1926, pp. 96-97. Para análisis relacionados con la falta de capacidad empresarial entre los nativos, léase; J. R. Stevenson, The Chilean Popular Front, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1942, pp. 3; F. Frías, Manual de Historia de Chile, Santiago, Editorial Nascimento, 1963, pp. 250; W. Mann, Chile luchando por nuevas formas de vida, Santiago, Editorial Ercilla, 1936, I, pp. 40-41.

[3] El Profesor Burr argumenta que “Chile no tenía atractivo para los aventureros que deseaban hacer una ganancia fácil, los colonizadores que se aventuraron a ese territorio ya sabían lo que les esperaba. Este colonizador era un hombre diferente del que quería hacerse rico lo más rápido posible, en las áreas más norteñas del continente. La desesperada lucha día a día por la sobrevivencia impartió una estampa distintiva en los creadores de la nación chilena. Los aristócratas emergentes fueron tan trabajadores y tan duros en sus objetivos como sus contrapartes norteñas en los Estados Unidos”. R. Burr, By Reason or Force, Chile and Balancing of Power in South America, 1830-1905. Los Angeles: University of California Press, 1967, pp. 13; ver además a F. Encina, op. cit., pp. 43-44.

[4] Frías argumenta que los jesuitas eran empresarios muy capaces que tomaron control de las actividades económicas más lucrativas y pronto empujaron hacia fuera y vencieron la competencia de otros empresarios coloniales con menos capital y menos organización. Ver F. Frías, op. cit., pp. 271-272.

[5] “La aristocracia no se apuró en rodearse de lujos, los nuevos inmigrantes vascos frugales e industriosos se fusionaron con la vieja aristocracia y le agregaron vigor a sus valores ya establecidos” Burr, op. cit., pp. 14; ver además Edwards, op. cit., pp. 12-18; Silvert, op. cit., pp. 11; Mann, op. cit., pp. 38; Stevenson, op. cit., pp. 11; Cabero, op. cit., pp. 104; y Frías, op. cit., pp. 245.

[6] Burr argumenta que los aristócratas de la última parte de la colonia permanecieron en sus haciendas con un muy estrecho contacto con sus trabajadores mientras sus familias permanecían en zonas urbanas. Burr, op. cit., pp. 13. La guerra de independencia y las turbulencias políticas de 1820 en adelante, también contribuyeron a mantener a los padres lejos de sus familias durante las primeras décadas de la era republicana. McClelland argumenta que los niños educados bajo estas circunstancias desarrollan una alta necesidad de logro. Ver McClelland, op. cit., pp. 46-50 y además D. McClelland, “ The Achievement Motive in Economic Growth”, en J. Finkle and R. Gable, (eds.), Political Development and Social Change , New York: J. Wiley and Sons, Inc., 1968, pp. 153-154.

[7] Ver Frías, op. cit., pp. 257. Uno de los instrumentos estándar de medida de la cantidad de necesidad de logro en cualquier sociedad es el análisis de las historias para niños que se leen en los libros usados para educación primaria. McClelland, The Achieving Society, op. cit., pp. 71.

[8] El gobierno (imitando a los Cameralistas y a los Despotistas Ilustrados) trató de desarrollar, especialmente a través de educación escolástica, las fuerzas materiales y espirituales de la nación. Léase J. Heise, Chile 1810-1960: 150 años de evolución institucional Santiago, Editorial Andrés Bello, 1960, pp. 46-47.

[9] Ver Frías, op. cit., pp. 258-259.

[10] No obstante este carácter (aún creciendo en sus cualidades internas) no estaba aún totalmente desarrollado para promover la construcción de una sociedad industrial. No tenía suficiente imaginación, una mente abierta, suficiente dureza y demostraba débil predisposición para la innovación tecnológica. Leer Encina, op. cit., pp. 103; Edwards, op. cit., pp. 16-17.

[11]Encina, op. cit., pp. 82; F. Pike agrega que la lista de empresarios chilenos era bastante larga, e indica lo siguiente: “ Detrás de estas estadísticas superfluas se esconden muchas historias de visión personal, enorme energía, y a veces brutal rudeza que rivaliza con éxito con las historias de hombres como Vanderbilt, Carnegie y Rockefeller”. F. Pike, Chile and the United States, 1880-1962. The Emergence of Chile`s Social Crisis the Challenge to United States Diplomacy, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1963, p. 4; leer también Cabero, op. cit., p. 364, Burr, op. cit., p. 14; Edwards, op. cit., p. 19; Stevenson, op. cit., p. 11; F. A. Pinto, Chile, un caso de Desarrollo Frustrado, Santiago: Editorial Universitaria, 1958, pp. 16-18.

[12] Para análisis relacionados con la homogeneidad y cohesión de la cultura política chilena durante este período ver: Q. S. Collier, Ideas and Politics of Chilean Independence, Cambridge, University Press, 1967, pp. 4, 6; Stevenson, op. cit., pp. 5, 7; Edwards, op. cit., pp. 24,67; Encina, op. cit., p. 94; Silvert, op. cit., p. 61; J. Petras, Politics and Social Forces in Chilean Development, Berkeley University of California Press, 1969, pp. 78-82; O. Cope, “Politics in Chile, a Study of Political Factions and Parties and Election Procedures”, unpublished Ph. D. Dissertation, Department of Political Science, Claremont, 1963, p. 88.

[13] Moreno argumenta muy convincentemente que la conducta política tradicional está basada en la sumisión hacia un único centro de autoridad que estaba provisto del monopolio de la legitimidad. Ver: Moreno, op. cit., p. 81. Ver además: Cabero, op. cit., pp. 205-206; Edwards, op. cit., p. 48; Burr, op. cit., p. 15.

[14] Ver Ch. Parrish, “The Politics of Economic Development: Bolivia and Chile”, unpublished Ph. D. Dissertation, Department of Political Science, University of North Carolina, 1965 pp. 250-251; leer además: Burr, op. cit., pp. 79-83; Pike, op. cit., pp. 80-81.

[15] Es necesario señalar que la cultura política era la misma que había dominado el sistema político durante el último siglo de la era colonial. Esta cultura homogénea había sido relegada a un rol secundario por casi 20 años (1810-1829). Tiempo en el cual líderes revolucionarios democráticos trataron de organizar a la nueva república mediante los principios del liberalismo. Estos líderes (entre ellos los fundadores de la nación chilena) fallaron en esta tarea. Para fines de los años 1820 el país estaba profundamente sumido en problemas y enfrentando anarquía política y caos económico. Muy pronto la mayoría de la aristocracia (que había permanecido relativamente pasiva durante la mayor parte del período revolucionario) y bajo el liderazgo de Diego Portales, decidieron establecer una vez más las viejas tradiciones políticas. Esta contrarrevolución aristocrática destrozó y derrotó totalmente a las distintas y débiles sectas liberales, borrando en un corto tiempo todas las características del liberalismo a través del uso de represión dura y métodos totalitarios. La homogeneidad cultural fue asegurada por los próximos 30 años, el miedo del caos económico, el miedo a la democracia liberal, a la dictadura militar, mantuvo a la aristocracia unida detrás de la institución de la presidencia. Para análisis que tratan estos desarrollos ver: J. Moreno, op. cit., pp. 61-102. Además, ver: Parrish, op. cit., p. 256; Pike, op. cit., p. 10; Heise, op. cit., pp. 25-33, 79; Edwards, op. cit., pp. 46, 52, 55, 58-59, 65; Burr, op. cit., pp. 14-16, 47; Cope, op. cit, pp. 40-42; Petras, op. cit., pp. 79-83; Enrique Bunster, “La Tardía Gloria de Portales”, Que pasa, Santiago, 10 de Junio de 1976, pp. 41-43.

[16] Ver: Edwards, op. cit., pp. 67, 73; Pike, op. cit., p. 10.

[17] Ver: Heise, op. cit., pp. 37,45; Cabero, op. cit., pp. 205-206; Moreno, op. cit., pp. 108, 111; Cope, op. cit., pp. 40-42.

[18] El Presidente tenía el control absoluto de la función de reclutamiento político, particularmente a través de su total control del electorado. Por lo tanto, el Presidente no tenía problemas en mantener grandes mayorías en el congreso. Aquellos candidatos incluidos en la lista de las preferencias presidenciales eran siempre elegidos, además él nombraba a los funcionarios públicos de los altos niveles y a los jueces; finalmente, él también nombraba a su propio sucesor a la presidencia (usualmente su ministro del interior), también tenía un muy cerrado control sobre la función de socialización política. La iglesia, la educación pública y la prensa eran instrumentos que inculcaban las creencias, valores y sentimientos que el Presidente consideraba deseables.

[19] La función de agregación de intereses estaba desarrollada por el Presidente como líder del único partido activo, el Partido Pelucón. La función legislativa o de formulación de políticas era también una casi exclusiva prerrogativa del Presidente, el congreso simplemente tenia roles simbólicos y asesores. Las raras ocasiones en que el congreso no aprobaba con rapidez y legalizaba las decisiones presidenciales, el Presidente usaba infinidad de mecanismos para doblar la mano, y además tenía a su disposición el recurso del veto absoluto. Las funciones administrativas y las funciones judiciales estaban también bajo su control, el Presidente nombraba y removía a su gusto, tanto a los altos funcionarios públicos como a los jueces. Para discutir los poderes presidenciales durante la República Portaliana, léase: Heise, op. cit., pp. 37-45; Parrish, op. cit., p. 259; Cabero, op. cit., pp. 205-206; Edwards, op. cit., pp. 62, 144, 133; Moreno, op. cit., pp. 105-109; Burr, op. cit., p. 16; Frías, op. cit., p. 398.

[20] El Profesor Burr argumenta que los abusos administrativos, ineficiencia, el robo y desorganización fueron gradualmente eliminados. Los servicios gubernamentales fueron ampliados y el número de burócratas reducido. Los ocupantes de los cargos fueron obligados a desempeñar su trabajo. Él agrega que este gobierno y administración eficiente permitieron a Chile entrar en una guerra contra la confederación peruana-boliviana y alcanzar la victoria final, aún después de la muerte de Portales; ver: Burr, op. cit., pp. 16, 48, 75. Un factor no menos importante explicando la eficiencia gubernamental es el sistema de mérito implantado para controlar la selección y promoción dentro del aparato estatal. Dos de los más importantes líderes políticos de este período, Manuel Montt y Antonio Varas, eran oficiales no aristocráticos que se elevaron a las altas posiciones de la nación a través del sistema de mérito. Ver: Edwards, op. cit., pp. 58, 89 y Frías, op. cit., pp. 400-463.

[21] Ver: Cabero, op. cit., pp. 206; Burr también agrega que había un “Comité de Actividades Anti-Chilenas”, a cargo de dirigir las tareas relacionadas con las acciones subversivas. Burr, op.- cit., pp. 47. En relación a la Guardia Nacional, uno puede señalar que una fuerza similar en estos días sería equivalente a un millón de hombres.

[22] Frías plantea que esta administración pública, reorganizada por Portales y mejorada por Montt, pasó a ser un modelo en Latinoamérica. Frías, op. cit., p. 394; Petras agrega que el Presidente Montt fue un excelente ejemplo de un modernizador dinámico. Si habilidad para controlar las masas, de manera de desarrollar la economía y su habilidad para arreglar las riendas del tradicionalismo y ajustarlas al carro de la modernización fue tan grande, que las facciones políticas contemporáneas tales como el ala corporativista del partido Democratacristiano podrían envidiar. Petras, op. cit., pp. 86.

[23] Para análisis relacionados con las características desarrollistas de la Burocracia chilena durante este período, ver: Parrish, op. cit., pp. 190-192; Frank, op. cit., pp. 56-60, 65; H. Bernstein, Modern and Contemporary Latin America; New York J. B. Lippincott Co., 1952, pp. 486; M. Nolf, “Industria Manufacturera”, en CORFO, Geografía Económica de Chile, Santiago, Corporación de Fomento de la Producción, 1962, Vol. III, p. 154; Frías, op. cit., pp. 401, 429, 433-437, 457-458; Petras, op. cit., pp. 85-86; Pinto, op. cit., pp. 18-25.

[24] Ver: Burr, op. cit., p. 19; y R. Rosencrance, Action and Reaction in Word Politics; Boston, Little Brown and Co., 1963, pp. 79-126.

[25] Esta política exterior fue implementada con dos programas específicos. Un primer programa para lidiar con las grandes potencias tenía como mayor objetivo mantener a Europa lejos y apaciguar a las grandes potencias a través de un adecuado tratamiento de sus intereses en Chile, tales como una adecuada protección a los extranjeros y sus capitales y el pronto pago de las obligaciones financieras. Un segundo programa se orientó a la rápida construcción de las fuerzas armadas para proteger los intereses chilenos y sus intereses en las áreas de influencia. El resultado de estos programas fue una conducta internacional de Chile que se caracterizó por una expansión territorial y una penetración política sobre sus vecinos. Chile reclamó territorios no previamente considerados chilenos, tanto en el norte como en el extremo sur. Chile se estableció y explotó nuevas adquisiciones a pesar de los pobres reclamos realizados por Bolivia y Argentina; Chile fue a la guerra contra la Confederación peruana-boliviana, principalmente porque esta nueva entidad política era considerada una amenaza para el predominio chileno en la costa pacífica de América del Sur, y un peligro para sus mercados agrícolas. Finalmente, Chile intervino en los asuntos domésticos de todos sus vecinos, usando triquiñuelas de la diplomacia internacional desde la persuasión amistosa hasta la diplomacia de la cañonera. Chile intervino en lugares tan lejanos como Colombia y Ecuador a fin de proteger su posición dominante. Para un profundo y completo análisis de la política exterior durante este período, ver: Burr, op. cit., pp. 12-96. Un breve análisis sobre esto también puede ser encontrado en las pp. 260-262. Ver además, Frank, op. cit., pp. 57, 65; Frías, op. cit., pp. 404, 430-433.

[26] Ver: Frank, op. cit., pp. 65; Burr, op. cit., pp. 17; Frías, op. cit., pp. 401, 460-461.

[27] Ver: Encina, op. cit., pp. 5-6; Frank, op. cit., pp. 61.

[28] Frank argumenta que la mayoría de la riqueza producida entre 1840 y 1861 fue reinvertida en proyectos diseñados para promover el desarrollo económico. Él agrega que la mayoría de las industrias, especialmente el sector metalúrgico, eran manejadas por propietarios extranjeros, pero ellos eran residentes del país y económicamente chilenos. Frank, op. cit., pp. 59-60. Ver además, A. Pinto, op. cit., p. 19; M. Nolf, op. cit., p. 154; Pike agrega que los descendientes de estos extranjeros se casaron con chilenas y fueron admitidos dentro de la aristocracia en la segunda mitad del siglo XIX. Pike, op. cit., p. 6.

[29] Estos esfuerzos para construir una marina mercante autóctona estaban orientados por el deseo de ganar independencia de los monopolios navieros extranjeros. Estas políticas proteccionistas fueron aparentemente muy exitosas. Valparaíso llegó a ser un puerto de primera línea y la marina mercante creció casi tres veces durante este peíiodo. Ver: Frank, op. cit., pp. 58-65; Frías, op. cit., p. 400; S. Sepuúveda, El Trigo Chileno en el Mercado Mundial, Santiago, Editorial Universitaria, 1959, p. 37.

[30] Encina argumenta que los chilenos de este período no cayeron en el consumo superfluo y que casi todo lo que se necesitaba para el consumo diario, excepto algunos tipos de zapatos y sombreros, eran hechos en casa. Hasta 1860 la población y el país tenían un balance favorable entre la capacidad para producir y la capacidad para consumir. Encina, op. cit., pp. 80-82, 108-111. Frías agrega que la producción de carbón fue iniciada en 1843, a fin de evitar las importaciones de carbón británico. Frías, op. cit., p. 436.

[31] Chile exportó unas muy importantes cantidades de productos agrícolas, estos constituían sobre el 40% del total de las exportaciones (los productos agrícolas), especialmente se exportaba trigo y harinas. También se exportaban grandes cantidades de carbón, cobre, plata, fertilizantes naturales, especialmente nitrato (en 1884 se exportaron 50.000 toneladas). El principal mercado para el trigo y la harina era Perú, seguido por el mercado de California, después el mercado Australiano y finalmente el mercado Europeo. Carbón se exportaba a Panamá y California. El cobre se exportaba a Europa, especialmente Inglaterra. Pero aparte de todo esto, hubo un rápido aumento en los precios de las materias primas, entre 1850 y 1873. Para discusiones relacionadas con las exportaciones chilenas durante el período en referencia, leer: Pinto, op. cit., pp. 15, 46; además Encina, op. cit., p. 81; Frank, op. cit., pp. 60-61; Frías, op. cit., pp. 436-461; Parrish, op. cit., p. 198; y Pike, op. cit., p. 4.

[32] Ver: Frank, op. cit., pp. 61, 63; Sepuúlveda, op. cit., pp. 60-61.

[33] Debray argumenta que la infraestructura agraria proveía una muy poderosa base a la burguesía de terratenientes, industriales y banqueros. Ellos trabajaban para el mercado internacional y su trabajo se facilitaba por una gran autonomía nacional. R. Debray, The Chilean Revolution. Conversations with Allende, op. cit.

[34] La tasa bruta de desarrollo se ha calculado usando las cifras que presenta Encina y Heise. Ver: Encina, op. cit., pp. 91-92 y Heise, op. cit., p. 58. Para referencias sobre el trabajo hecho por el ministro Rengifo, ver: Enrique Bunster, “El Ministro Rengifo”, Que Pasa, Santiago, 24 de Junio de 1976, pp. 40-43.

[35] Ver: Frank, op. cit., p. 61; Frías, op. cit., p. 461.

[36] Ver: Heise, op. cit., p. 58; Pinto, op. cit., p. 15.

[37] Ver: Frank, op. cit., p. 61; Pinto, op. cit., pp. 15-16.

[38] Ver: G. Wyte, “The Rise of The Factory in Latin America”, HARH, Vol. XXV, Nº 3, August 1945, pp. 295-314; F. Rippy and J. Pfeiffer, “Notes on the Dawn of Manufacturing in Chile”, HARH, Vol. XXVIII, Nº 2, p. 296; Frías, op. cit., p. 437.

[39] Ver: C. Veliz, Historia de la Marina Mercante de Chile, Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, 1961, Capítulo 3; Burr, op. cit., p. 79.

[40] Ver: Frank, op. cit., p. 60; Parrish, op. cit., pp. 192-193; Pike, op. cit., pp. 7,9; Heise, op. cit., p. 58; Burr, op. cit., p. 74; y J. C. Jobet, Ensayo Critico del desarrollo Económico-Social de Chile. Santiago, Editorial Universitaria, 1955, p. 42.

[41] Ver: Frank, op. cit., pp. 58, 64; Burr, op. cit., p. 74; Veliz, op. cit., Capítulo 3.

[42] Ver: Burr, op. cit., p. 74. Él agrega que en 1851, el ministro encargado de la Marina de Guerra anunció planes para visitas regulares de los barcos de guerra chilenos en el Pacífico, patrullando desde la zona de Valparaíso hasta San Francisco en los Estados Unidos, esto con el objeto de que la flota mercante chilena pudiera estar bien protegida en esta región y que los cónsules chilenos pudieran tener a mano una fuerza suficiente para hacer respetar sus decisiones. Burr, op. cit., p. 74.

[43] Veliz, op. cit., Capítulo 4.

[44] Ver: Nef, op. cit., p. 17; Veliz, op. cit., Capítulo 4.

[45] Cabero, op. cit., pp. 350-356; Pinto, op. cit., pp. 25; Frank, op. cit., p. 58. La lista de escritores que hacen referencias generales relacionadas con la velocidad y rapidez del desarrollo económico chileno durante este período es muy larga. Ver especialmente: Parrish, op. cit., pp. 190-193; Moreno, op. cit., pp. 127, 142; Heise, op. cit., p. 58; Jobet, op. cit., p. 42; Burr, op. cit., pp. 32, 69, 72-74; Pike, op. cit., p. 1; Petras, op. cit., p. 85; Debray, op. cit., p. 26; Encina, op. cit., pp. 80-82; Frías, op. cit., pp. 460-461; L. Galdames, History of Chile, Chapel Hill, The University of North Carolina, 1941, pp. 257-261; A. O. Hirschman, Journey Toward Progress. Studies of Economic Policy- making in Latin America; New York, The Twentieth Century Fund, 1963, p. 164; Royal Institute of International Affairs, The Republics of South America; London, Oxford University Press, 1937, p. 141; J. Johnson, The Military and Society in Latin America; Stanford, Stanford University Press, 1964, p. 63; N. Lechner, La Democracia en Chile, Buenos Aires, Ediciones Signos, 1970 p. 29.

[46] Ver: Encina, op. cit., p. 70.

[47] Este carácter nacional todavía tenía algunos aspectos insuficientemente desarrollados y estos aspectos naturalmente son altamente favorables para el desarrollo de la industria pesada y la innovación tecnológica. Lo que se quiere decir con esto es que aún cuando el carácter era muy empresarial, aún tenía aspectos débiles en aquellas actividades relacionadas con la industria pesada y la innovación tecnológica. Véase nota 10. Para referencias relacionadas con el impacto negativo de la riqueza sobre el carácter de este período, ver: Mann, op .cit., p. 68; Jobet, op. cit., p. 73; Petras, op. cit., p. 87; Heise, op. cit., p. 58; Cabero, op. cit., pp. 178, 367-369.

[48] Ver: Encina, op. cit., pp. 34-66, 106; Edwards agrega que después de 1850, los ricos aristócratas ya no tenían el miedo al fantasma de la anarquía y la pobreza de los tiempos que precedieron al ministro Portales y por lo tanto, algunos comenzaron a caer en excesos de individualismo y consumo superfluo. Edwards, op. cit., pp. 124,128, 155. Eyzaguirre agrega que a partir de mediados de los años 50, se inició un lento proceso de corrupción de la cultura chilena por parte de las influencias culturales extranjeras, especialmente la francesa. Esta elite comenzó a desarrollar un gusto por la vida lujosa y poco a poco ellos abandonaron sus latifundios para vivir en Santiago o París u otras grandes capitales europeas. J. Eyzaguirre, Fisonomía Histórica de Chile; México, Fondo de Cultura Económica, 1948, pp. 99, 101, 106, 130-138, 150-151.

[49] Encina señala que un factor importante en el cambio cultural de la elite como un todo, fue un proceso lento pero gradual de penetración de la cultura europea, promovida por un sistema educacional foráneo, impulsada por los hombres de negocios extranjeros que visitaban el país; además, a esto ayudó la europeización de algunos intelectuales chilenos y algunos libros escritos por europeos que llegaron a las costas chilenas. El resultado de esta penetración fue una gradual y selectiva aceptación de los estilos de vida europeos. Particularmente los estilos de alto consumo superfluo, fueron rápidamente aceptados mientras que los modelos de producción de estos artículos caros se ignoraron completamente, se trataba de consumir pero no de producir. Encina, op. cit., pp. 86-103. Ver: Heise, op. cit., pp. 52-55 y 86-103; Cabero, op. cit., p. 337; Moreno, op. cit., p. 122; y, C. Almeyda, Visión Sociológica de Chile; Santiago, Academia de Ciencias Políticas, 1957, p. 8.

[50] Ver: Encina, op. cit., pp. 106, 137.

[51] La riqueza fácil y heredada, además de la riqueza obtenida por la explotación de ricas minas de plata, oro y cobre durante la primera parte de esta período; y minas de abonos, nitratos y otros químicos importantes en la segunda parte contribuyeron a todo esto. Otros factores que incidieron en el deterioro moral de la elite fue el paso de las leyes de inconvertibilidad en 1878. Gracias a estas leyes la elite pudo obtener grandes ganancias vendiendo sus productos en el extranjero y obteniendo monedas duras, mientras que ellos pagaban sus salarios, deudas, intereses, etc., con papel moneda depreciado. La elite entonces usufructuó en una gran cantidad del proceso inflacionario. Finalmente, la eliminación de los impuestos a la renta también tuvo un efecto negativo sobre la moralidad y ética de la elite. Ver: Jobet, op. cit., pp. 61-62, 67; A. Stevenson, op. cit., p. 25; F. Abarca, La Decadencia de Chile, Valparaíso, Imprenta L. Cruz, 1904, pp. 38-41; F. Gil, The Political System of Chile, Houghton-Mifflin Co., 1966, p. 23.

[52] Este proceso fue gradual; por ejemplo a finales de 1860 y principios de 1870 aún había considerable capacidad empresarial en Chile. Durante estos años los empresarios chilenos agresivamente se movieron para explotar ricas minas de plata y nitrato y otros minerales en Bolivia. Ver: Burr, op. cit., p. 119.

[53] Encina criticaba ácida y amargamente este sistema educacional indicando que “no existen programas para la formación de un carácter adecuado, por el contrario, tienen la tendencia a reducir la voluntad de los niños a fin de hacer de ellos individuos dóciles y pusilánimes”. Agrega que ideas, creencias, y actitudes favorables a los roles económicos eran deliberadamente erradicados o eliminados de los curriculums, esto se debió a que los educadores tenían mucho miedo de que los niños pudieran llegar a transformarse en entes materialistas y con deseos de trabajar para tener cargos en la industria, la agricultura o el comercio, en vez de llegar a ser personas humanistas orientadas a profesiones de abogados, médicos, filósofos o escritores. Esta nueva educación chilena no tomó en consideración la inculcación de valores nacionalistas, y no reflejo una identidad nacional. La chilenidad se perdió. En resumen, esta nueva educación importada desde Francia… “Era como un vestido de seda hermosamente diseñado cubriendo a una gorda y fea araucana”. Encina concluye argumentando que la causa más importante en la reducción de la tasa de crecimiento económico después de 1865, fue precisamente este sistema educacional inadecuado. Éste creaba desprecio por el trabajo manual, las labores industriales y otras labores productivas en general. Naturalmente, este sistema educacional, poco racional, terminó por poner a los productores de riqueza en los niveles más bajos del estatus social. Encina, op. cit., Capitulo IX, especialmente ver: pp. 93, 98-102, 137; además, Cabero, op. cit., pp. 175, 338-340; Jobet, p. M57; Heise, op. cit., pp. 52-55.

[54] Cabero argumenta que mientras las madres de la elite activamente competían por la elegancia y el lujo en las fiestas sociales, las madres de la clase media empezaron a entrar a la fuerza de trabajo. Por lo tanto, ninguno quedó en casa para una formación del carácter tal como se necesitaba. Nadie pudo formar a los niños (en la última parte del siglo XIX) en los valores adecuados. Cabero, op. cit., p. 371.

[55] Ver: Encina, op. cit., pp. 106, 137; Eyzaguirre, op. cit., pp. 99-106, 130-138, 150-151.

[56] Después de 1884, el gobierno creó incentivos adecuados para la empresa privada, especialmente en el sector salitrero. Esta ayuda gubernamental se basó en la creencia de que Chile estaba lleno de talento empresarial. Esto no fue desgraciadamente el caso. Ningún empresario chileno hizo uso de estas enormes oportunidades, no obstante los extranjeros si las utilizaron y pronto intereses extranjeros controlaron la mayor parte de las actividades económicas de la nación. En otras palabras, los enormes incentivos al sector privado fueron mal utilizados por la clase empresarial chilena y sí fueron excelentemente utilizados por la clase empresarial extranjera. Ver: Parrish, op. cit., p. 200; Pike, op. cit., p. 37; F. Rippy, “British Interests in the Chilean Nitrate Industry”, Inter-American Economic Affairs, Vol. VIII, Autumn, 1954, pp. 3-11.

[57] Ver: Encina, op. cit., Capitulo XVI; Abarca, op. cit., p. 58.

[58] Cuatro grupos de factores pueden ser brevemente presentados para explicar este avance y victoria final del liberalismo en Chile. En primer lugar, el liberalismo económico, el libre mercado y libre comercio fue una herramienta ideológica que hábilmente la elite utilizó porque estaba envuelta en el negocio de importaciones y exportaciones, que era el único negocio limpio en el que la elite se interesaba en participar. El comercio libre significó bajas tarifas para las importaciones, y por lo tanto, productos importados menos caros (y servicios) podían entrar al país. Por lo tanto, el comercio libre permitió a la elite independizarse de los subsidios que tenían que darse al sector industrial. Esta ideología propuso el reducir el rol del Estado y también reducir los gastos estatales, reduciendo su participación en las actividades socioeconómicas en general. Consecuentemente, recomendaba la reducción y total eliminación de los impuestos directos, impuestos a la renta, y otros impuestos a la riqueza. En segundo lugar, el liberalismo enfatizaba la libertad individual y demandaba una reducción de los poderes del Estado sobre la gente. La elite era inmensamente rica y poderosa. Ellos ya no necesitaban la protección de un Presidente poderoso, que en muchas oportunidades podía tentarse en sacrificar los intereses de la elite por el bienestar general o el interés común. La elite se dio cuenta que el ejercicio libre de sus derechos ancestrales de origen feudal no iban a poner en peligro la sobrevivencia de esta elite como clase gobernante. En tercer lugar, la elite se sintió rodeada de un pueblo de origen no europeo dentro de Chile, y particularmente dentro de América del Sur. Por lo tanto, ellos trataron de mantener su identidad a través de un desesperado esfuerzo por asimilar y aculturizarse en todo lo que fuera de origen europeo y rechazar todo lo que fuera de origen criollo y autóctono. Ellos se abrieron a las ideas liberales porque esta era la ideología que estaba en ascendencia en Europa. Los liberales e intelectuales chilenos transformaron el sistema educacional desde 1860 en adelante, y este sistema comenzó la inculcación del liberalismo, sobre todo los actores de la sociedad, especialmente las nuevas generaciones. Cuarto, las superpotencias industriales, especialmente Gran Bretaña, iniciaron una campaña persistente para convertir a los chilenos al liberalismo económico y especialmente al comercio libre. Una penetración ideológica similar se hizo por los hombres de negocios extranjeros interesados en crear un mercado para su propia producción industrial, estos visitaban con frecuencia nuestro país. Para una discusión sobre el primer grupo de factores que promovían el liberalismo, vea: Jobet, op. cit., pp. 26, 49; Encina, op. cit., pp. 86-103, 108-111; Veliz, op. cit., Introducción y Capítulo 3. Para una discusión sobre el segundo grupo de factores vea: Edwards, op. cit., pp. 64-107; Heise, op. cit., p. 79; Cabero, op. cit., p. 219. Para un tratamiento del tercer grupo de factores vea: Moreno, op. cit., p. 122; Encina, op. cit., pp. 92-102; Cabero, op. cit., p. 368; Heise, op. cit., pp. 52-53; Pike, op. cit., pp. 9-10; Parrish, op. cit., pp. 193, 261-262. Para analizar el cuarto grupo vea: Frank, op. cit., pp. 67-73; Encina, op. cit., pp. 94-98.

[59] Ver: Edwards, op. cit., pp. 129-131, 138; Moreno, op. cit., pp. 124-128; Pike, op. cit., pp. 13-14, 19; Cabero, op. cit, pp. 72, 90-91, 99, 150, 403-405; P. G. Snow, “The Radical Parties of Chile and Argentina”, unpublised Ph. D. Dissertation, Department of Political Science, University of Virginia, 1963, pp. 12-13, 18-19, 49-50.

[60] Ver: Cabero, op. cit., p. 221; Heise, op. cit., pp. 55, 88, 108; Edwards, op. cit., p. 147; Petras, op. cit., p. 92.

[61] Ver: Hirschman, op. cit., pp. 164-165; Pike, op. cit., pp. 9-10.

[62] Ver: Moreno, op. cit., p. 128.

[63] Para un análisis relacionado con estas reformas, ver: Moreno, op. cit., pp. 129-133; Cabero, op. cit., pp. 224-226, 255-256; Edwards, op. cit., p. 99; Cope, op. cit., pp. 109-115, 127.

[64] Para una discusión relacionada con las legislaciones antimercantilistas, ver: Hirschman, op. cit., pp. 67, 164; Parrish, op. cit., pp. 195-197, Jobet, op. cit., pp. 48, 73; Veliz, op. cit., Capítulo 3 y 4.

[65] Ver: Edwards, op. cit., pp. 154, 159; Cope, op. cit., p. 404.

[66] Moreno argumenta que en algunas circunstancias el Presidente tuvo que usar métodos ilegales para mantener trabajando el sistema. Estas ilegalidades tales como, la manipulación de elecciones para obtener un congreso más favorable, produjo una reacción violenta aún entre los miembros del partido del Presidente. Por lo tanto, el Presidente se vio forzado a aumentar su autoritarismo, esto provocó una reacción en cadena que al final del proceso produjo menos legitimidad para el jefe ejecutivo y mayor oposición. Él concluye agregando que lentamente, la previamente alta legitimidad presidencial se fue transformando en una especie de dictadura presidencial. Moreno, op. cit., pp. 130-131.

[67] Para análisis relacionados con el creciente faccionalismo y la indisciplina partidista, así como la gradual reducción de los poderes presidenciales, la tendencia hacia la formación de coaliciones débiles y en general el deterioro del sistema de decisiones como un todo. Ver: Moreno, op. cit., pp. 124-135; Pike, op. cit., pp. 18-20, 38-40; Cabero, op. cit., pp. 225-230; Jobet, op. cit., pp. 49,60; Cope, op. cit., pp. 90-137; Edwards, op. cit., pp. 114-144; Snow, op. cit., pp. 14, 49-60; Parrish, op. cit., p. 265. Burr agrega que la creciente participación del congreso en la formulación de la política exterior, complicó en gran manera la solución de los problemas de política exterior chilena durante la mayor parte de este período. Burr, op. cit., p. 115.

[68] Las guerras de 1865 contra España y de 1879 contra Perú y Bolivia, salvó a los Presidentes Pérez y Pinto de unas seguras guerras civiles. Ver: Moreno, op. cit., pp. 129-132; Pike, op. cit., pp. 38-39.

[69] Edwards indica que “…los ejes básicos de la maquinaria estaban aún intactos, es decir, la obediencia y el respeto por la autoridad legítima estaba aún en perfecto funcionamiento. Prueba de esta situación fue la victoria chilena en la guerra del Pacífico...La administración de Pinto fue débil, una especie de antecedente de la anarquía parlamentaria que se produjo después entre 1891-1920. La alianza liberal estaba sumamente débil, no tenía cohesión política interna. Esta administración se caracterizó por muchos cambios de gabinete e inercia política. No existía autoridad que pudiera hacer ninguna cosa. Nadie hacía nada. No obstante, la administración pública siguió trabajando”. Edwards, op. cit., pp. 141-142; ver además, Burr, op. cit., p. 143. Sin embargo, después de la Guerra de 1879-1883, la burocracia comenzó a crecer fuera de toda proporción; los salarios se aumentaron en forma exagerada y se salieron de control. Simultáneamente, la desorganización de las finanzas estatales creció hasta niveles bastante peligrosos, el desperdicio en los recursos gubernamentales y los síntomas de una creciente corrupción llegaron a ser claramente evidentes. Ver: Cabero, op. cit., pp. 333-335; Heise, op. cit., pp. 62-64.

[70] Ver: Jobet, op. cit., pp. 25-26; Parrish, op. cit., pp. 196-197.

[71] Ver: Pike, op. cit., p. 40; Jobet, op. cit., pp. 27, 77; Parrish, op. cit., pp. 271-272; K. Silvert, The Chilean Development Corporation, op. cit., p. 21.

[72] Para analizar los programas sociales, políticos, económicos y administrativos de Balmaceda, ver: Frank, op. cit., pp. 78-81; Cope, op. cit., pp. 140-147; Jobet, op. cit., pp. 27, 78-83; Pike, op. cit., p. 45; Frías, op. cit., p. 547; F. Gil, Los Partidos Políticos Chilenos, Buenos Aires, Editorial Depalma, 1962, p. 27.

[73] Ver: Pike, op. cit., pp. 41-42; Stevenson, op. cit., p. 18; Moreno, op. cit., pp. 135-142; Cope, op. cit., pp. 131-147, 405; Edwards, op. cit., pp. 156-167; Burr, op. cit., pp. 192-193.

[74] Ver: Jobet, op. cit., pp. 90-96; Burr, op. cit., pp. 192-193; Moreno, op. cit., pp. 138-140; Edwards, op. cit., pp. 155, 168.

[75] Ver: Burr, op. cit., p. 109.

[76] La creciente demanda por materias primas que realizaron las grandes potencias industriales, empujó a algunos países sudamericanos a comenzar a hacer demandas territoriales y penetrar áreas de sus vecinos en donde existían estos recursos. Compañías chilenas se movieron para explotar recursos minerales en Bolivia durante la década de los 60. En los años 70 estas compañías se desplazaron aún más lejos hacia el norte para explotar recursos similares en Perú. Una de los objetivos básicos de la política exterior chilena fue la expansión de la soberanía chilena hacia estos territorios. Este objetivo fue alcanzado luego de la victoria chilena en la Guerra de 1879 contra Perú y Bolivia. Ver: Burr, op. cit., pp. 109,119-121, 131, 139; además, Pike, op. cit., p. 2.

[77] Pero más importante, esta penetración fue enormemente facilitada por la astucia y el reconocimiento británico de que Chile estaba sufriendo un proceso de decaimiento ético y moral y una acreciente división política. Inglaterra sabía que las fuerzas luchando por el nacionalismo chileno y el intervencionismo estatal, el mercantilismo y la defensa de los intereses nacionales estaba en receso, mientras que las fuerzas que luchaban por el liberalismo económico, la libertad de comercio y la europeización de la sociedad chilena estaban en ascenso. Inglaterra no invadió Chile, sino que fue invitada a entrar por aquellos sectores corruptos y antinacionalistas. Frank, op. cit., p. 63.

[78] Frank, op. cit., p. 64. Frank agrega que Gran Bretaña “penetró la economía doméstica de Chile para hacerla y conquistarla como propia (...) ella fue capaz de controlar el comercio internacional, monopolizar la producción de cobre. Los ingleses estaban constantemente en alerta para prevenir que Chile dejara de ser un exportador de materias primas sin procesar y se limitara a exportar productos agrarios, y a la vez, se transformara en un consumidor de productos industriales británicos”. Frank, op. cit., p. 71.

[79] Ver: Encina, op. cit., p. 6; Frank, op. cit., pp. 64, 67-73, 77-78; Petras, op. cit., p. 87; Pike, op. cit., p. 37. Hirschman agrega que dos liberales influyentes, tales como, Z. Rodríguez y M. González, actuaron como asesores económicos del gobierno, ellos facilitaron en gran medida la transferencia de la riqueza del nitrato a manos extranjeras, ellos vigorosamente recomendaron al gobierno de reconocer y aceptar como válido los certificados salitreros que habían sido emitidos por el Perú. Esta decisión gubernamental de Chile permitió a North, un industrial británico, tomar el control total de la inmensa mayoría de la riqueza salitrera chilena. Hirschman, op. cit., p. 166; ver también: Parrish, op. cit., pp. 196-197.

[80] Ver: Encina, op. cit., pp. 85, 138.

[81] Ver: Frank, op. cit., pp. 67-73. Silvert agrega que esta dependencia creciente en las importaciones de lujo hizo a Chile enormente vulnerable a las fluctuaciones económicas del mercado mundial. Silvert, Chjilean Yesterday and Today, op. cit., p. 66; ver además, Pike, op. cit., p. 34.

[82] Frank, op. cit., pp. 63, 69-70.

[83] Encina argumenta que una de las causas más importantes de la inferioridad económica de Chile en el siglo XX es precisamente esta rápida europeización y sobre todo, la culturización que ella conlleva iniciada después de 1860. Él presenta una muy interesante discusión teórica sobre el impacto de estos factores de dependencia sobre una nación en desarrollo como era Chile. Encina, escribiendo en 1911 ya está enunciando algunas de las proposiciones fundamentales y principales que posteriormente fueron elaboradas por G. Frank y O. Sunkel. Encina argumenta que una nación poderosa o una superpotencia busca la simpatía de la más débil no con el propósito de ayudarla, sino con la intención de transformar a esta pequeña nación en un satélite. Este proceso de satelización contribuye al poder de la superpotencia en la lucha con otras superpotencias. Un aspecto de esta relación son los esfuerzos del poder superior para desarrollar altas necesidades de consumo superfluo en la nación menos poderosa. Esto con el objeto de crear un mercado para sus propios productos industriales. La penetración del super poder produce cambios profundos y distorsiones enormes, que tienen consecuencias económicas y éticas más graves para la nación mas débil. Invariablemente, este proceso termina con la destrucción del espíritu de nacionalidad y el deseo de avanzar, y la eventual declinación de la nación más débil. Encina, op. cit., pp. 74-78; ver además: Frank, op. cit., pp. 67-69.

[84]En la segunda parte del siglo 19, Chile perdió los mercados del trigo y de la harina en California primero, y luego en Australia a principios de la década de los años 60. Otros mercados se perdieron en los años 70. En los años 80, el único mercado que quedaba para la producción agrícola eran las zonas productoras de nitrato en el norte de Chile. Ver: Frank, op. cit., p. 64; Pike, op. cit., p. 8; Encina, op. cit., pp. 104-105.

[85] Los precios de los cereales cayeron de un índice de 106 en 1873 a un índice de 56 en 1896. La tonelada de cobre cayó de 108 libras esterlinas en 1872 a 39,5 libras en 1878. Ver: Encina, op. cit., p. 84; Frank, op. cit., p. 62; Pike, op. cit., p. 8.

[86] Ver: Encina, op. cit., pp. 24, 84; Silvert, op. cit., pp. 66; Pike, op. cit., p. 4.

[87] Ver Encina, op. cit., pp. 25, 85; Petras agrega que con las grandes explotaciones salitreras la economía chilena llego a ser altamente dependiente de las fluctuaciones de los mercados externos. Ver Petras, op. cit., p. 87. Ver además Pike, op. cit., p. 4; Silvert, op. cit., p. 66; Jobet, op. cit., p. 25; Cabero, op. cit., pp. 321,327.

[88] En 1860 la deuda externa era de 34,5 millones de pesos de 18 peniques. Para 1890 esta deuda había aumentado a 128 millones de pesos de 18 peniques. Ver Cabero, op. cit., p. 332; Pike, op. cit., pp. 9, 36-38; Encina, op. cit., p. 8.

[89] Ver Hirschman, op. cit., pp. 160,168-169; Jobet, op. cit., pp. 60-62; Pike, op. cit., p. 9; Silvert, The Chilean Development Corporation, op. cit., pp. 17-19.

[90] Las tasa a las exportación representaban 4.7% de los ingresos del gobierno en 1880. En 1890 estos recursos representaban mas del 46% de los impuestos del gobierno. Pike, op. cit., p. 34; ver además Cabero, op. cit., pp. 226-227; Encina, op. cit., p. 85; Silvert, op. cit., p. 19.

[91] La gradualidad de este proceso de dominación política externa sobre Chile puede verse en el siguiente hecho, durante los años 60 y 70 los intereses británicos fueron escuchados con mucha frecuencia, pero con diplomacia rechazados. Pero en 1882, Chile rechazo las demandas británicas para finalizar la guerra del Pacifico y con éxito pudo enfrentarse a los intentos británicos para llevar una intervención combinada con otros poderes contra Chile. Ver Burr, op. cit., pp. 150, 160.

[92] Ver Frank, op. cit., pp. 68-70.

[93] Debido a las presiones británicas la producción de carbón chilena fue drásticamente reducida hasta que se dejo de producir y por el contrario Chile comenzó a consumir carbón británico. Ver, Frank, op. cit., pp. 69-70.

[94] Ver V. G: Kiernan, “Foreign Interests in the war of the Pacific”, H.A.H.R., February 1955, Vol. XXXV; Nº 1, p. 25.

[95] Ver Frank, op. cit., pp. 77-78; Hirschman, op. cit., pp. 166.

[96] El Presidente Balmaceda, soñaba con la recuperación de la fantástica riqueza minera delineo una política exterior agresiva destinada a reemplazar el balance de poder previo y conseguir una superioridad chilena en América del Sur. El Presidente pretendía un drástico aumento de las fuerzas armadas(que por lo demás ya eran las mas poderosas de América del Sur), de manera tal de manejar toda coalición en contra de Chile y al mismo tiempo de servir de contención para mantener a las grandes potencias europeas y especialmente los Estados Unidos lejos de los intereses chilenos. También pretendía transformar a Bolivia y perú en una especie de protectorado chileno. Finalmente quería transformar el Océano Pacifico en un Lago chileno. Para discutir los planes de Balmaceda para nacionalizar las propiedades Británicas en Chile ver Frank, op. cit., pp. 79-80; Jobet, op. cit., pp. 77-87; Hirschman, op. cit., pp. 170; Gil, op. cit., p. 27.

[97] Frank que aun el diario Times de Londres admitía que el partido del congreso estaba compuesto primeramente por amigos y acólitos de Inglaterra. Frank agrega que los hombres de negocios y empresarios Ingleses trabajando en Chile temporalmente, dieron una apoyo muy activo a la revolución y era bien conocido el hecho de que muchas firmas británicas hicieron enormemente generosas contribuciones a la causa revolucionaria. Solamente North dio mas de 100.000 libras esterlinas a esta causa. Ver Frank, op. cit., pp. 81-83 y Jobet, op. cit., 89-93. Burr argumenta que todos los grandes poderes, excepto los Estados Unidos, estaban contra Balmaceda. Él trato de cerrar los puertos y cortas los suministros a las fuerzas rebeldes pero las grandes potencias, con Gran Bretaña a la cabeza, intervinieron y los forzaron a reabrir esos puertos. Burr, op. cit., p. 193.

[98] No existen datos confiables para calcular la velocidad de crecimiento en este periodo. No obstante, Encina estima la velocidad del desarrollo económico observando las tasas de aumento en los ingresos fiscales. Él argumenta que la velocidad de estas dos tasas, el aumento de los ingresos fiscales y la tasa de desarrollo, tienen una muy estrecha relación y paralelismo. El ingreso fiscal fue de 7.5 millones de pesos de 45 peniques de 1860 a 15.6 millones de pesos de peniques de 1874, y de 28.3 millones de pesos de 45 peniques en 1884. Ver Encina, op. cit., pp. 8-9, 91-92; y Heise, op. cit., p. 58. Encina también argumenta que durante este periodo hubo una drástica disminución en la tasa de crecimiento de la población, pero la declinación en la tasa de crecimiento fue aun mas drástica. Él argumenta que la riqueza del nitrato no aumento los presupuestos fiscales, ni tampoco aumento el ingreso nacional en la manera espectacular que algunos autores sostienen. La mayoría de los aumentos en los indicadores económicos después de 1875 eran consecuencia de prestamos extranjeros y de la inflación. Cuando estas cifras son reducidas a una moneda estable ellos muestran que no hay aumentos dramáticos, ni drásticos, por el contrario ellos muestran un gradual reducción de la tasa de crecimiento, especialmente después de 1875. Encina, op. cit., pp. 5-12, 90-92; Pinto, op. cit., p. 46; M. Chuchaga, Estudio sobre la organización económica y la hacienda publica de Chile, citado en Pike, op. cit., p. 2.

[99] Ver Cabero, op. cit., p. 337; Encina, op. cit., pp. 9, 24, 84.

[100] Ver Cabero, op. cit., pp. 291, 321; Encina, op. cit., pp. 6, 25.

[101] Las exportaciones de salitre aumentaron de 25 millones de pesos de 18 peniques en 1880 a 80 millones de pesos de 18 peniques de 1890. Pike, op. cit., p. 33; ver además Cabero, op. cit., p. 337; Encina, op. cit., pp. 6, 85.

[102] Frank argumenta que durante la Guerra del Pacifico la producción industrial se incremento en 10, 20 y hasta 100 veces a las cifras previas a la guerra, esto fue en la producción de ropa de todo tipo, zapatos, artículos de cuero, pólvora, químicos, productos farmacéuticos, vagones, barriles, cañones, motores para barcos, etc. Pero estos esfuerzos industriales se desvanecieron en manos extranjeras para fines de los años 80. Pike agrega que en 1880 había mas de 15.000 establecimiento industriales suficientemente grandes para pagar impuestos al estado. Jobet agrega que las refinerías y fabricas produciendo equipos de transporte, ferrocarriles, barcos y otras maquinas, especialmente maquinaria agrícola, eran altamente incentivadas por la administración de Balmaceda. Pero cuando él cayo, estos esfuerzos fueron destruidos. Ver Frank, op. cit., p. 64; Pike, op. cit., p. 1; Jobet, op. cit., p. 94; J. Pfeiffer, “Notes on the Heavy Equipment Industry in Chile 1880-1910”, H.A.H.R., Vol. XXXII, Nº 1, February, 1952, p. 139.

[103] El numero de barco declino de 276 en 1860 a solamente 75 en 1875. La mayoría de las unidades de la marina mercante cayeron en manos extranjeras para el final de este periodo. Ver Frank, op. cit., p. 64. Veliz agrega que ni las grandes oportunidades del transporte y comercio del cobre y salitre fueron explotados por compañías chilenas. No obstante grandes firmas alemanas y francesas nacieron y se desarrollaron como grandes compañías o multinacionales globales casi exclusivamente gracias a la explotación de estas rutas navieras que Chile proporciono. Ver Veliz, op. cit., capitulo 5.

[104] Ver Encina, op. cit., p. 6.

[105] Ver Pike, op. cit., pp. 33-34; Jobet, op. cit., pp. 62, 74; Encina, op. cit., p. 92.

[106] Heise argumenta que después de 1879 el estándar de vida de la elite aumento en proporciones gigantescas, mientras el estándar de vida de la clase media, los trabajadores y el pueblo en general permanecieron sin mayores mejoras. Él agrega que debido a las devaluaciones monetarias posteriores el estándar de vida de las masas populares gradualmente entro en un proceso de deterioración durante la ultima parte de este periodo, el pueblo en general se empobreció sustancialmente. Ver Heise, op. cit., pp. 88, 108-109. Ver además Pike, op. cit., pp. 21, 33, 42.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Open Letter to President Obama from a Chilean Political Scientist and a U.S. Sociologist


Open Letter to President Obama from a

Chilean Political Scientist and a U.S. Sociologist



Fernando Duque Ph.D.

Professor of Political Science

Universidad de Los Lagos,

Puerto Montt, Chile

fduque@ulagos.cl


Ricardo B. Duque Ph.D.

Visiting Professor of Sociology

Tulane University,

New Orleans, Louisiana, USA

rduque@tulane.edu


3rd Draft March 14, 2009

Dear Mr. President, popular media and specialized journals are replete with articles and letters offering advice on how you should manage the first year of your administration. There is little doubt you understand the pressing challenges ahead. With good reason you will ignore most of these well-intentioned recommendations since many will be fatally tainted by personal preferences and natural subjectivity. The following humble and respectful proposal is subjective too and perhaps has little chance of penetrating your communication filters. Nevertheless, we will state it for the sake of the historical record. First, we offer some recommendation from political theory that best frame the Herculean challenge before you. We then summarize the Hegemonic Myth and how the last decade of U.S. policy ignored political history and alienated the majority of the world’s population. We then remind you of sage advice bequeathed by the U.S. Founding Fathers and conclude by pointing to ominous clouds amassing along the international horizon.

POLITICAL THEORY ON RAPID SOCIAL CHANGE

Our first recommendation is that you and your cabinet review classical political theory. You should acquaint yourselves with the development of western political thought through the last three thousand years. One recent overview we recommend to students of foreign relations is Norberto Bobio’s “The forms of government”. [1] If you allow us, we will summarize key points from this text. Most great western thinkers agree on one very important aspect of political history: change from a corrupt form of government to a benign form of government is usually extremely traumatic and always follows an enormous economic crisis. Unless the process of change in this case is carefully institutionalized and backed by overwhelming military and political force, it often climaxes in revolution or civil war. Furthermore, the transition from “bad” to “good” government is only successful when the reformist rulers clearly understand, and are prepared to follow, the lessons of history. If these new rulers ignore the fundamental wisdom of history, the forces that sustain the corrupt status quo often regain power.

Even though your speeches to date never employ these words and arguments exactly, it is apparent your vision for the United States includes a dramatic shift from an oligarchic status quo to a dynamic democratic form of government. Your campaign indirectly criticized the ruling elite, suggesting that multinational corporations unfairly employ their political access to direct key branches of government. It is generally held that this is accomplished through a sophisticated network of powerful lobbies that help elect public officials, who in turn create public agencies and/or appoint directors, who then often regulate important sectors of the economy on behalf of these same corporations. This is commonly referred to in the literature as regulative capture. [2] Put in a more vulgar way, this moral hazard [3] is tantamount to putting the foxes in charge of the hencoop.

Given the present state of government-corporate collusion at the national level, one could argue that De Tocqueville’s ideal Jacksonian democracy only precariously survives at the local and municipal level. [4] Here, William Domhoff’s life work offers some important insights. [5] Domhoff suggest that the plutocratic oligarchy has been successful over the last half century in reducing the wealth of the working and middle classes, while increasing their wealth exponentially. Magnified by recent oil corporation profits and the credit crisis/bail out, this extreme income distribution has produced a fundamental imbalance between two crucial economic factors, global supply and demand. The first victim of this dialectical contradiction is the U.S. housing market. Recently the economic contagion has penetrated the rest of the U.S. economy and now the world economy. Not surprising, this unequal income distribution among rich and poor is magnified as this contagion unfolds throughout the Third World.

One obvious proscription to this global imbalance is your initiative of income redistribution through massive “New Deal” style public works, alternative energy technologies and state control of credit and finance. President Franklin D. Roosevelt executed a similar plan in 1933, arguably saving the country from total economic collapse. However, you face a fundamental difference. Roosevelt was a member of the U.S. aristocratic elite. He managed to maintain enough support of the ruling class, even as he campaigned on a populist platform. Consequently, the aristocratic republic was saved and had the opportunity to consolidate their oligarchic republic over the next forty years. Today you, an African-American president of immigrant and working-class parents, resides in the White House. Although professionalized in the Ivy League, you obviously do not belong to the oligarchic ruling class. Consequently, your plans, programs and policies will most likely be considered unwanted, unsolicited and an intrusion on “their turf.” Furthermore, they will consider most of your ideas a mortal blow to their class interests, a government of the rich, by the rich and only for the rich.

If your crucial programs are successfully implemented, they will represent a radical paradigmatic shift from oligarchy to democracy. The added risk to this inherent kind of rapid change, as mentioned earlier, is that a growing minority of the country has fallen under the spell of the “corrupted” elite and their incubuses. They will be persuaded to strongly reject these needed changes. The elite will use all means at their disposal to (1) co-opt you and your assistants. And failing this, they will (2) try to destroy you and your government. History is thick with cases in which well-intentioned reformers ignored this political reality to tragic consequences. An international example is the case of Chile, the homeland of one of the authors of this present essay. This is exactly what befell President Salvador Allende in 1973.[6] He misunderstood the political reality of the times and as a result he and the nation paid a very heavy price. Examples from your country’s recent history include the foreshortened Presidencies of John F. Kennedy [7] and Richard M. Nixon. [8] According to some insiders, both leaders dared to buck the military-industrial complex status quo and were summarily dismissed by the oligarchic elite.

Given the lessons of history, you may have to reconsider your well-intentioned desire for a bipartisan political approach. If you insist on this “across the isle” strategy, you could be sadly disappointed. Your presidential tenure may well mirror the populist failures of the Carter and Clinton administrations, both of which succumb to neo-liberal revolutions. If you truly want to implement your electoral mandate, you may have no choice but to rely on the full extent of federal and state institutions, as well as the brilliant Internet-driven communication system to which your presidential win owes its gratitude. The American people must be fully informed and socialized to the urgent necessity of your proposed reforms. A sustained institutionalization of change is central here. Even if all goes well initially, there may be attempts by the political right to disrupt or even halt your reforms. To face these imminent challenges, you must devote one hundred per cent of your time to the implementation of this delicate and complex paradigm shift strategy.

Simultaneous to the internal processes of change, your administration will benefit from the prompt return of military troops overseas, particularly the National Guard. With a strategic and responsible withdrawal, you will achieve two crucial and necessary objectives. First, these returning resource will insure that the forces of the reactionary right are properly neutralized, allowing a successful and peaceful process of socioeconomic change within the United States. Second, withdrawal will diffuse and perhaps help resolve many anti-American “hot spots” around the world. There are fundamental differences of interest between the United States and emerging world cultures. After the fall of the Soviet Union, the U.S. oligarchy assumed that bipolarity has been replaced by unipolarity under U.S. direction and control. The neo conservative branch of the ruling elite mistakenly believed that the new American Empire had finally replaced the hegemonic rule mythically achieved by the British Empire at the end of the 18th and early 19th centuries. This hegemonic myth, though, embodies a unique profile that the United States fails to mirror. The following section treats this in more detail.

THE HEGEMONIC MYTH

According to Hans Morgenthau [9] and other “balance of power” theorists [10], a successful hegemon has four essential components: (1) first, the hegemon controls at least half of the global economy, particularly more than 50 percent of the world’s industrial production; (2) second, the superpower enjoys territorial rule over at least half of the earth; (3) third, its armed forces can successful police the entire world population—one soldier for every 500 global inhabitants; (4) finally, the superpower counts on the loyalty and admiration of at least half of the world’s population. Obviously, the United States does not embody the four requirements mentioned above. Even with the Unites State’s superior economic engine, the rise of the European Union, China and India suggest that point one is tentatively fulfilled at best. Furthermore, although enjoying technological superiority in logistics and firepower, the ongoing challenges experienced by the U.S. military in the Iraq and Afghanistan occupations confirms that criteria two and three are not fulfilled. Most telling though is the failure of U.S. policy to achieve requirement four, the loyalty and admiration of half the world’s population.

The neo-conservative misinterpretation of political, economic and military supremacy has pitted the United States against over 80 percent of the world’s population. This is in large part a byproduct of the U.S. plutocratic elite’s proclivity to ally itself with corrupt counterparts in third world countries. Consequently, a tiny Eurocentric minority in developing countries admires U.S. rulers, while the vast majority of the poor within these same nations despises them. This political and economic short cut to global domination has also resulted, not surprisingly, in a variety of domestic and international “blow back” incidents including the most tragic, the terrorist attacks on the twin towers, September 11th 2001. [11] Moreover, U.S. political, economic and cultural policies over the last four decades have offended a majority of inhabitants in the largest civilizations outside of the West, particularly those in Islamic, Orthodox, Sinic and Latin American regions. Below is a brief review of how U.S. policy has alienated the populations in each of these key regions.

Within the Islamic civilization, the bone of contention is centered on U.S. attempts to create, develop and support a western neo-colonial enclave in the Middle East. Furthermore, it is seen as pursuing monopoly influence over the oil and gas resources of this region and attempting to impose American cultural values across a vast Islamic region from Morocco to Indonesia. Naturally, the Muslim World has reacted with extreme prejudice. The real and proxy wars against Palestinians, Lebanese, Syrian, Iraqis, Afghans, Iranians and Pakistanis are a product of this “clash of civilization” predicted by Samuel Huntington (1993).

Regarding the Russian or orthodox civilization, the bones of contention revolve around U.S. attempts to strategically encircle Russia and its allies, perceived designs on the oil and gas reserves of central Asia and open calls for regime change in the Kremlin. However, the largest threat to Russian security has been NATO overtures to Georgia and the Ukraine, functionally transforming allies into enemies of the former Soviet. With the war in Georgia and drastic political changes in Ukraine, the Russian civilization has finally reacted to two decades of U.S.-led economic, military and political aggression. The former Soviets are reacting in the same way as Americans might react if they woke up to discover that Russia had opened military bases in Havana and Caracas.

With the Sinic or Chinese civilization, the conflict is equally as acute. The Chinese civilization is the oldest in the planet. It has for centuries administered control over Taiwan, Mongolia, Tibet and Korea. Furthermore, Sinic civilization during the dark ages in Europe was the industrial powerhouse of the world. Since 1949, they have been working to regain a prominent global position. But the U.S. elite opposes China’s rise at every turn. Once again western elites promote a regime change in Beijing, pressuring the new Chinese leadership to behave accordingly to Anglo Saxons values. Naturally, these attempts are strongly rejected by the communist party. This clash could easily escalate if not attended to with care. A conflict over Taiwan or Tibet might well be the catalyst for a catastrophic clash among a new generation of super powers.

The clash with the Latin American civilization has long been festering and has historical roots. Practically all of Latin America became U.S. economic and political satellites after the collapse of the British Empire. The Monroe doctrine was the initial north-centric policy that impacted the region. Masked in overtures of protection and mutual support, the United States functionally “conquered” part of Latin America in the early 19th century. The first victim was Mexico, which lost half of its territory. By the commencement of the 20th century, Central America, the Caribbean and Colombia also suffered the brunt of U.S. expansionist policies. Cuba and Puerto Rico were transformed outright into U.S. colonies. Since mid-century, every Latin America country has in some way been impacted negatively by U.S. interventionism. Recent NAFTA and CAFTA agreements have magnified already stressed relations among the people’s of the region. At the dawn of 21st century though, more than a few Latin-American nations have regrouped and are resisting the north, reminding some of the defiant nationalist convictions embodied by revolutionary Cuba, 1959. Today, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Argentina and Brazil are all actively working for economic independence from the north and its proxies, the IMF and World Bank. Mexico, Colombia, Peru, Chile, Nicaragua, El Salvador, Honduras and even Costa Rica are closely monitoring these ongoing developments and may soon join this anti-north trend.

The U.S. Oligarchy behaves as if the United States is the only hegemonic super power, above international laws and resolutions. This elite sincerely believes that theirs is the only interests that matter. Further, these interests are constructed as benign and congruent with the interest of all. Hence, what is good for the elite is good for the United States, thus ultimately good for the whole world. U.S. plutocratic leaders are incapable of understanding and much less sympathizing with the legitimate interest of other countries. This mixture of ignorance, pride and self-righteousness imploded many great empires of the past like Spain, Portugal, Holland, France, Germany, Japan, Turkey, Russia and Great Britain. According to Paul Kennedy of Harvard, [12] this misinterpretation of political reality, combined with an incongruence of goals and means led to disastrous wars and to inevitable destruction of once seemingly invincible empires. Unfortunately, these historical foibles are now being replicated by the U.S. plutocratic elite, as witnessed by the myriad of international conflicts they support. A deliberate and orderly withdrawal of U.S. military forces around the world will create the conditions for a sustainable solution to many of the world geo-political woes and perhaps circumvent the inevitable fall of the United States. Further, there is intellectual precedence for this type of policy and it is suggested by your own Founding Fathers.

ADVICE FROM U.S. FOUNDING FATHERS

President Obama, if your administration follows the historic recommendations of your Founding Fathers, a respect for diverse opinions and minding one’s own cultural business, most global problems might resolve themselves. To insist on a foreign policy that ignores the legitimate interests of other civilizations, while overestimating the United State’s military power is a sure recipe for decline and eventual collapse. According to Professor Niall Ferguson [13] at Harvard, the most recent example of misguided policies on this scale can be attributed to the British Empire and its decline through the 19th and early 20th centuries. To avoid this fate, it is of the outmost importance and necessity that your administration wisely adopts a “Fortress America Strategy”. Please review the sage writings of Founding Fathers George Washington and Alexander Hamilton. Institutional change, as well as modern nation building, instigated from abroad works best only in regions with a history of solid and well functioning indigenous institutions. Also important is that the values of the host nation are congruent with those of the donor nation. [14] Failing these two vital conditions, regime interventions are bound for failure. That is why the U.S. elite is losing the peace in Iraq and Afghanistan.

Your challenge is much more difficult than the one Lincoln faced in 1860. Lincoln had sufficient troops to win the war and the peace and he did not have foreign wars to win. The present economic task at home is so great that you cannot afford to be distracted by foreign conflicts. You need to put your house in order first. And then if you decide it is in your nation’s interests to influence others, do so with the most persuasive argument available: let your nation lead by example. The blunders of the last half-century are monumental and the United States has lost its moral high ground as a result. You must explain to your populous that over the last 40 years, the ruling elite have been corrupted and has ignored the values that made your country great. By trying to achieve the impossible elite dream of world domination, the vast majority of the world is adamantly calling for a U.S. retreat back within its own borders. While there is great benefit to promoting freedom and democracy abroad, unnecessary U.S. meddling over the past 50 years is the primary reason why your country is so unpopular today.

Fortunately, you demonstrate a fantastic power for reason and persuasion. But your admirable intellectual capacity will be limited by the information you are privy to. We commend your insistence on surrounding yourself with a variety of viewpoints to access to the broadest knowledge pool. The information you receive should be analyzed transparently, critically and with the highest scientific integrity and accountability in order to avoid the intelligence blunders of the recent past. Once they are drawn from critically assessed sources, and the unintended consequences thoroughly identified, your policies should be presented to the American people in the most objective and non-ideological way possible. On the whole, American citizens are intelligent, rational and highly pragmatic. Properly informed, they will support rational policies that are realistic and well thought out. The era of wrapping half-witted U.S. initiatives in moral and patriotic ribbons is worn and withered.

CONCLUDING REMARKS

Mr. President, we studied carefully your book entitled the “Audacity of hope”. [15] You suggest that America should build a new international consensus in order to confront the dangers emerging in the new Millennium. You also contend the world of great power rivalries no longer exists. Unfortunately Mr. President, we regret to inform that perhaps this is not supported by present realities. Due to the imperial and expansionist behavior of the nation you now lead, particularly during the last four decades, the old “balance of power” practices and behaviors are back. As a result, the world’s present geopolitical balance resembles the one at the start of the 20th century.

The acute competition for resources and influence among great powers has returned with vengeance. We are reliving our historical past and perhaps hammering the last death nail in the coffin of Fukuyama’s dream. [16] The end of history means the end in the evolution of political and economic thought. The democratic – liberal ideology will eventually shape all governments and modern capitalism will guide economic policies in the planet. The events of the last couple of years offer substantial support to the predictions of Samuel Huntington, Niall Ferguson, and Paul Kennedy. Like our past, our present is the predicted world of expedient alliances among, and clashing interests between, great powers. But this time there are important differences. Before, competition existed among states that more or less belonged to the same civilization. The west reined supreme on the planet. Today the conflict is between different civilizations. The Anglo Saxon civilization represents a minority of the world’s population. Soon a rival civilization, the Chinese or Sinic, as Samuel Huntington refers to it, will grow more powerful. If your civilization hopes to share the distribution of world power in the future, it is imperative you accept and adapt to this emerging reality before your chickens come home to roost.

REFERENCES



[1] La Teoria delle Forme di Governo nella storia del Pensiero politico anno académico 1975 – 1977. Giappichelli Editore Turín. 1976

[2] Laffont, J. J., & Tirole, J., “The politics of government decision making. A theory of regulatory capture.” Quarterly Journal of Economics 106(4): 1089-112. 1991.

[3] Hellmann, Thomas F., Kevin C. Murdock and Joseph E. Stiglit, Liberalization, Moral Hazard in Banking, and Prudential Regulation: Are Capital Requirements Enough? The American Economic Review. 90(1): 147-165. 2000.

[4] De Toqueville, A. Democracy in America (Free Press 2000).

[5] Domhoff, W. The Powers that be. Processes of ruling class domination in America (Vintage Books 1978); Domhoff, W.. Who rules America? How “The Power elite” dominates business, governments and society (Simon and Shuster 1983); Domehoff, W. Who Rules America? Power and Politics in the year 2000 (Mayfield Publishing 2000).

[6] Davis, Nathanial, The last two years of Salvador Allende (Cornell Univ Press 1985).

[7] Prouty, L. Fletcher, JFK: The CIA, Vietnam and the Plot to Assassinate John F. Kennedy (Citadel 2004).

[8] Colodny, Len and Robert Gettlin, Silent Coup: The Removal of Richard Nixon (St. Martins Press 1992).

[9] Morgenthau, H., Politics among Nations, 3rd. Edition (New York: Knoff 1960).

[10] Hinsley, F.H., Power and the Pursuit of peace. Cambridge University Press, 1963; Carr, E.H., The twenty years’ crisis (London MacMillan and Co., 1939); Claude Jr., Inis L., Power and International Relations. Random House, New York, 1964; Gulick, Edward V., Europe’s classical Balance of Power. (Ithaca: Cornell University Press, 1955); Haas, E.B., “The Balance of Power: Prescription, Concept or Propaganda? World politics, Vol. 5, July, 1953; Toynbee, A.B., A Study of History. Oxford University Press, New York, 1947; Lasswell, Harold D. and Abraham Kaplan, Power and Society (New Haven: Yale University Press 1950); Taylor, A.J.P., The Struggle for Mastery in Europe, 1848 – 1918 (Oxford, Clarendon Press 1954); Morton A. Kaplan, Balance of Power, Bipolarity and the other models of International Systems “American Political Science Review, Sept. 1957; Hume, David “On the balance of Power”, The Philosophical works of David Hume (Boston, 1854); Churchill, Winston, The Second World War: The gathering storm (Boston: Houghton Mifflin, 1948); Bacon, Francis, “The Essays or Counsels, Civil and Moral” in Wolfers and Martin (eds.); The Anglo-American Tradition in Foreign Affairs (New Haven: Yale University Press 1956); Kissinger, Henry A., A World Restored (Boston: Houghton Mifflin, 1957); Liska, George. The International Equilibrium (Cambridge Harvard University Press 1957).

[11] Johnson, Chalmers. Blowback: the costs and consequences of American empire. 2nd Edition (Macmillan. 2004).

[12] Kennedy, Paul, The Rise and Fall of the Great Powers. Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000. (Vintage Books 1989).

[13] Ferguson, Niall, Empire: The Rise and Demise of the British world order and the lessons for global power, Basic Books, New York, 2003; Ferguson, Niall, “Sinking Globalization in Foreign Affairs 84(2) 2005.

[14] Eckstein, Harry, Division and Cohesion in Democracy. A study of Norway. Princeton University Press 1966 (appendix B).

[15] Obama, Barack, The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the American Dream. (Vintage Books 2008).

[16] Fukuyama, Francis, The End of History and The Last Man (Penguin books, New York 1992).

martes, 30 de diciembre de 2008

Carta a Bachelet

Puerto Montt, 14 de Diciembre de 2008

Señora Michel Bachelet
Presidenta de la
República de Chile

Respetada señora presidenta:

Estamos en un periodo paradigmático de verdaderos y enormes cambios históricos. Mucho más importante que los cambios que ocurrieron con la caída de los socialismos reales y particularmente con la desaparición de la Unión Soviética a comienzos de década de los años 90 del siglo pasado.

La caída de los socialismos reales produjo un enorme y devastador impacto en la psiquis planetaria. El movimiento socialista mundial cayó en un profundo estupor. Gran parte de sus filósofos e ideólogos denegaron de sus ideas y de sus libros. No pocos adoptaron la única ideología que aún sobrevivía con éxito a nivel planetario es decir, el liberalismo.

Cientistas políticos de gran prestigio anunciaban un nuevo amanecer en la humanidad. Huntington predijo la nueva ola democratizadora y Fukuyama anunció el fin de la historia. Ahora, el liberalismo democrático dominaría todos los sistemas políticos, y el capitalismo anglosajón dominaría todas las economías del planeta.

En Chile, el impacto de este gran fenómeno histórico fue igualmente avasallador. La ideología neo liberal entró como un gigantesco tsunami en todos los rincones de la vida política y económica nacional. La Democracia Cristiana abandonó varios siglos de pensamiento humanista cristiano y su comunitarismo socioeconómico. Los partidos marxistas se avergonzaron de Marx, Engels, Lenin, Mao y Fidel Castro. Casi todos, sin excepción, aceptaron el gigantesco triunfo ideológico del liberalismo. Los libros de Adam Smith, Ricardo, Mills, Buchanan, Freedman y tantos otros dominaron el pensamiento político chileno. Muy pronto nació el consenso de Washington, las privatizaciones, la reducción del tamaño y función del Estado
y naturalmente, toda la teoría y metodología del ajuste estructural.

No obstante Chile, al igual como lo hizo entre 1810 y 1829 y particularmente entre 1891 y 1920 (la primera y segunda ola liberal que ha experimentado el país), ignoró totalmente un importantísimo componente del modelo económico liberal. Este componente fundamental se le denomina el resorte, el espíritu, el alma, la pasión, o los valores culturales y éticos esenciales para el buen funcionamiento de dicha ideología. Cuando la sociedad posee en su subsistema cultural una gran abundancia de los valores éticos que sustentan el modelo capitalista moderno, este modelo enriquece a las naciones y crea en la tierra el paraíso soñado por los autores bíblicos. Pero cuando este espíritu o resorte no existe o existe muy débilmente se crea un infierno que termina por incendiarse en llamas irremediables. Esto ha sido analizado extensivamente por los filósofos liberales modernos empezando con Adam Smith y luego siguiendo con Weber, Parson, Schumpeter, McClelland, Winter, Pye, Almond, Coleman, Powell, Huntington y Landes. En América Latina los pensadores más destacados en este tema han sido Claudio Veliz, Carlos Alberto Montaner y Mario Vargas Llosa.

El capitalismo moderno no funciona adecuadamente con lo que vulgarmente se conoce como “la ética de mercado” es decir, la búsqueda de lucro. El capitalismo moderno funciona sólo con la ética protestante en occidente y con la ética confusionista en el Oriente. Las características más importantes de esta ética en occidente son el trabajo constante y productivo, el ahorro sostenido, la inversión razonable y juiciosa, el mandato divino por expandir los negocios y las empresas a fin de dar trabajo masivo, el respeto a la naturaleza y el medio ambiente, el salario y la jubilación digna para los trabajadores, la filantropía, el rol social de la empresa, la represión del consumo superfluo y finalmente la entrega de la riqueza personal acumulada mediante fundaciones destinadas a ayudar a los pobres y a los menos favorecidos. La salvación, el tema central de los calvinistas (o sea la entrada al paraíso después de la muerte en la tierra), sólo se obtiene si el individuo ha llevado una vida ejemplar, similar a la de los santos de la Biblia. Al acercarse a la vejez, el calvinista debe desprenderse de sus riquezas materiales ya que cree fervientemente en el precepto de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”.

Sin este poderoso componente ético fundamental, el modelo capitalista se corrompe hasta sus bases esenciales, muere y se pudre irremediablemente; entonces se produce lo que Montesquieu denominaba “la pérdida de la virtud republicana” o sea, la pérdida del resorte que legitima la forma de gobierno denominada república aristocrática. Marx denominó a este sistema corrupto el infierno en la tierra. Los burgueses representados por los empresarios grandes, medianos y pequeños, se corrompen hasta los huesos, e inventan esquemas fraudulentos a fin de ganar cada vez más dinero con el objetivo de darse la gran vida aquí en la tierra. Ya no hay diferencias entre capitalistas y vulgares piratas, bandoleros o mafiosos. Estos esquemas fraudulentos y corruptos se desploman como un castillo de naipes. Como resultado de esta corrupción ética, primero se produce la inflación desenfrenada, luego la recesión y finalmente la deflación paralizante. Toda esta cadena de causa y efecto termina por crear la miseria de cientos de millones de seres humanos que pierden sus empleos. El planeta entra así en un ciclo económico depresivo que arruina a naciones y civilizaciones. Esta catástrofe económica termina con guerras civiles y finalmente en guerras que involucran a muchos países.

Esta triste anaciclosis (o teoría de los ciclos históricos) ha ocurrido de esta manera en forma regular durante los últimos 500 años. Esta teleología histórica es la que Marx utilizó para explicar las contradicciones dialécticas del capitalismo corrupto. En esencia, este sistema crea dialécticamente las semillas de su propia destrucción. El afán o espíritu de lucro desbordado produce inversiones especulativas. Esto porque los capitalistas corruptos no se conforman con un 5 ó 10% de ganancia anual y aspiran a retornos superiores al 20 ó 30% del capital invertido. Para lograr estas ganancias excesivas los capitalistas deben lograr una mayor plusvalía de sus trabajadores. Esta práctica determina que grandes sectores del planeta se empobrezcan relativamente, al mismo tiempo que insignificantes minorías se enriquecen a niveles jamás experimentados por la historia humana. La extremada concentración de la riqueza en pocas manos lleva al inicio del ciclo económico depresivo. Éste es un círculo vicioso que se inicia con un fundamental desequilibrio sistémico entre oferta y demanda. La oferta de productos y servicios es enorme y esto por la expansión especulativa de las inversiones, pero al mismo tiempo, debido a la plusvalía la demanda real es cada vez menor. La plusvalía impide el crecimiento del poder adquisitivo de las grandes mayorías y estas gradualmente dejan de comprar y consumir. El capitalismo corrupto por un tiempo logra solucionar este desequilibrio con el crédito fácil, pero este instrumento al cabo de algunos años también colapsa y pronto el círculo vicioso se inicia nuevamente. Los escaparates de las grandes tiendas están llenos de productos no vendidos, lo mismo ocurre con las bodegas de los productores. Naturalmente, siguiendo la ley de la oferta y la demanda, los precios gradualmente comienzan a bajar al comienzo del ciclo para luego desplomarse en una deflación generalizada. Por supuesto que con la bajada de los precios de bienes y servicios las utilidades también disminuyen y pronto dejan de existir. Las empresas fracasan y las quiebras se expanden por todos lados. Las quiebras producen un ejército de desempleados que gradualmente se van sumando a la enorme muchedumbre de ciudadanos incapacitados para gastar y consumir. Es así como se desata la depresión donde los precios y las utilidades caen en picada porque son muy pocos (los muy ricos) los que pueden preservar su poder de consumo anterior; la economía se paraliza y termina por colapsar irremediablemente.

En la primera mitad del siglo 20 esto fue lo que ocurrió en Chile entre 1911 y 1914, y luego entre 1918 y 1920 y finalmente, entre 1929 y 1938. El Estado social demócrata o también llamado Estado de bienestar que fue la respuesta a esta crisis, se extendió entre 1940 y 1973. A pesar de sus imperfecciones, el control de la economía por parte del Estado durante este período, impidió la repetición del catastrófico círculo vicioso depresivo.

No obstante, la vuelta al liberalismo a partir de 1973 produjo las crisis de 1974 a 1976, posteriormente las crisis de 1982 a 1984 y finalmente, la crisis de 1997 a 1998.

La crisis actual iniciada en diciembre de 2007, también al igual que las anteriores, se ha producido por un profundo desequilibrio entre oferta y demanda. Una vez más la teoría marxista de la plusvalía sirve para entender este fenómeno. En los países centrales o con capitalismo desarrollado, en los últimos 30 años los ricos se han hecho inmensamente más ricos, mientras las enormes mayorías han perdido los niveles de ingreso propios del Estado de bienestar. Este desequilibrio se solucionó por algunos años con el crédito fácil, particularmente con las tarjetas de crédito. Pero es precisamente este invento genial y maquiavélico el que ahora no funciona.

El despreocupado consumidor armado con docenas de tarjetas de crédito ahora se ha quemado y está gravemente herido. Tiene profundo miedo y está empezando a recordar y entender el gran temor que sufrieron sus abuelos con la gran depresión del año 29. Ante la catástrofe de perder su casa y también perder el empleo, los ciudadanos de aquella época, recurrieron a prácticas tradicionales y ancestrales como la drástica reducción del consumo y el cuidadoso ahorro de todo dinero sobrante. Eso es precisamente lo que está empezando a ocurrir ahora. El Estado podría cubrir todas las pérdidas de los bancos y estos podrían empezar a prestar alocadamente como antes. Pero el ciudadano promedio está herido y con mucho miedo y ninguna de estas medidas resultará tal como lo esperan las autoridades. La única manera en que el mundo se recupere es procurando un trabajo seguro y bien remunerado para las grandes mayorías. Esto sólo lo puede otorgar el Estado. Naturalmente esto es precisamente lo que el presidente electo Obama piensa hacer en los Estados Unidos y los líderes de Europa, Japón y China piensan hacer en sus respectivas regiones. Pero esto es un cambio trascendental de larga y difícil duración. Las empresas estatales necesitan ser creadas y financiadas y el personal necesita ser reclutado y entrenado. Por lo tanto, los resultados de todo este gigantesco cambio sólo podrían tener un efecto significativo después de algunos años de implementación.

Debido a todo esto es que la crisis planetaria no será de una rápida caída seguida de una rápida recuperación. En otras palabras, el mundo no verá un gráfico tipo V así como ocurrió en las crisis de la segunda mitad del siglo 20. Esta vez el problema es muchísimo más profundo y el gráfico que se debe esperar es parecido a una L es decir, una drástica caída en el producto bruto mundial seguida de una muy lenta y duradera recuperación. En esta situación, la recuperación sería después de varios años tal como ocurrió en la gran crisis del año 29, o como la crisis que ha tenido el Japón en los últimos 12 años.

Chile tiene fondos de reserva para sobrevivir una brutal caída de sus exportaciones. Sin embargo, estos fondos con suerte durarán unos tres o cuatro años. Pero si la crisis es en L tal como la actual crisis japonesa después del cuarto año no habrá divisas para importar petróleo, maquinarias, medicinas y comida. En otras palabras, el país se hundirá en un caos económico similar al que Chile vivió en los primeros 30 años del siglo 20. Posteriormente a esta catástrofe económica, surgirá la crisis social y esto se rematará con una enorme crisis política.

Es preciso recordar que la mal llamada “cuestión social” fue la terrible lacra de pobreza extrema que afectó a la inmensa mayoría de los chilenos entre 1900 y 1938. El pueblo empezó a morirse de hambre y en desesperación, se organizaron ollas comunes para dar un plato caliente a los millones de desempleados que invadían el valle central huyendo de la miseria de la minería paralizada en el norte y de los fundos paralizados en el sur. Se llegó a un punto tan extremo en que compañías multinacionales de seguros dejaron de vender pólizas a sectores medios y aún a sectores de la burguesía. El crecimiento demográfico como consecuencia de todo esto cayó brutalmente.

La catástrofe social provocó a su vez un profundo cambio político. La oligarquía antipatriótica que gobernó Chile después de la muerte del presidente Balmaceda fue reemplazada por la clase media en 1920. Fue esta nueva clase dirigente la que en desesperación, dio los primeros pasos para crear el Estado Social Demócrata o también llamado Estado de Bienestar, y el cual se consolidó después de 1939 con la elección de presidentes radicales y la creación y desarrollo de la Corporación de Fomento a la Producción y las decenas de empresas estatales que dependían de ella.

Ahora, a mediados de diciembre de 2008, parece ser evidente que nuevamente tenemos un inmenso cambio paradigmático. El presidente electo Obama acaba de anunciar que revivirá toda la estructura estatal que soportó el Nuevo Trato del presidente Roosevelt. Es decir, sacará al país del abismo al cual lo empujó el presidente Bush, a través de la acción estatal, principalmente de la creación de instituciones y empresas públicas.

De esta misma forma, Chile debería archivar toda la literatura relacionada con la ideología económica y la política liberal. Ella no podrá aplicarse por muchos años pues el mundo definitivamente cambió a mediados del 2008, cuando el Estado se hizo cargo del sistema financiero estadounidense. Este es un cambio mucho más drástico y fundamental que el cambio que provocó la caída del muro de Berlín y posteriormente, la caída de los socialismos reales a partir de los años 90 del siglo 20 y que sepultó al socialismo totalitario.

Es preciso volver al pragmatismo no ideológico y rescatar algunas prácticas social demócratas. Chile no podrá ofrecer tasas de retorno al capital suficientemente atractivas por los próximos 5 a 10 años. Por lo tanto, no podrá contar ni con el capital nacional ni el extranjero para salir del hoyo económico al cual probablemente se caerá en los próximos 2 años.

La solución de emergencia radica en la creación y desarrollo de instituciones estatales y de empresas públicas muy bien equipadas y muy bien administradas para producir los bienes públicos y de consumo que no se podrán importar. Pero más importante a fin de reducir la cesantía a niveles manejables, los bienes públicos tales como el agua, la electricidad, el gas, las telecomunicaciones, el transporte, alcantarillado, industria pesada, salud, educación, obras públicas, vivienda, minería, bancos, etc., deberán ser manejadas por el Estado.

En las crisis agudas de la primera mitad del siglo pasado, el producto nacional de Chile, bajó de entre un 20 y un 30% y la cesantía real subió a un 20 y un 30% de la masa laboral. Esto fue precisamente lo que ocurrió en tres ocasiones en la primera mitad del siglo 20 (crisis 1911 – 1914, 1918 – 1920 y 1929 – 1938). El sector privado internacional abandonó rápidamente el país y el sector privado nacional se desplomó en forma inoperante y vergonzosa. Por lo tanto, la única alternativa posible fue recurrir a la acción estatal y ello evitó una catástrofe social y política de una magnitud muchísimo mayor. Otros países fueron menos afortunados, cayeron en el caos absoluto y luego en dictaduras totalitarias interminables, ya fuera de corte fascista o de corte comunista.

Ahora en cambio, las condiciones internacionales son adecuadas para una solución social demócrata en Chile. Los Estados Unidos, aún cuando quisieran, no podrían intervenir en Chile. El país puede con tranquilidad, re-nacionalizar las minas privadas de cobre y de otros minerales estratégicos. Las tropas del policía mundial están ocupadas en el medio oriente y esa es la zona que será de vital importancia para la super potencia en los próximos 5 a 10 años. Además, los ciudadanos estadounidenses acaban de elegir a un presidente, que además de prometer políticas no intervencionistas ni imperialistas, no tendrá más remedio que aplicar medidas económicas similares a las que aplicó el presidente Roosevelt en la década de los años 30 del siglo pasado. Es decir, un acentuado keynesianismo que se traducirá en revivir una vez más el Nuevo Trato, donde el Estado se hace directamente cargo de crear empleo a millones de ciudadanos mediante la reparación y reconstrucción de gigantescos proyectos de obras públicas. Para ello se fortalecerán empresas públicas tradicionales tales como la Administración del Valle del Tenesee (TVA), la NASA, las Autoridades Portuarias y la Autoridad encargada de la construcción de carreteras, puentes, viaductos y represas.

Europa, China, la India, los tigres asiáticos y Japón, pronto tomarán el mismo camino intervencionista. Gran parte de América Latina ya está adoptando esta nueva política social demócrata. La derecha europea ve con desesperación las nuevas políticas del primer ministro británico Brown y del presidente francés Sarkozy. A ambos los está acusando de ser socialistas encubiertos ya que ambos han declarado que el neoliberalismo es un cadáver y que debe ser enterrado lo antes posible.

Fuera de crear rápidamente empresas públicas de calidad (existe el conocimiento teórico y práctico necesario para alcanzar alta productividad y evitar la corrupción en el funcionamiento de estas organizaciones estatales), Chile debe integrarse y colaborar con los esfuerzos que el continente latinoamericano está haciendo para formar un mercado común en la región. Es sólo cuestión de tiempo para que México, Centro América, Colombia y Perú se integren a este creciente movimiento independentista del sur. Chile no puede ni debe quedar aislado en la región. Ello sería insensatamente peligroso para la seguridad nacional y sobrevivencia del país.

Señora presidenta, acuérdese de sus hermosos sueños de juventud. Ellos naturalmente no pudieron realizarse porque en esos años el mundo era distinto y las fuerzas opuestas al progreso económico y social de las grandes mayorías eran enormemente poderosas y aplastantes. Ahora la situación es totalmente distinta. Por favor levántese y mire hacia las estrellas y deshágase de los Velascos que la rodean. Atrévase a liderar la salida de la obscura caverna donde todo es sombra en blanco y negro. Ya una pequeña y brillante luz se ve al fondo y arriba de esta gruta. Afuera hay un sol radiante que da un brillo especial a los fabulosos colores de un gigantesco arco iris que ya se diseña en el horizonte.

La situación de Chile a comienzos del 2009 será como el dilema que podría tener el capitán de un hermoso y grande barco a vela. Este es un velero de tres palos pero al mismo tiempo esta dotado de poderos y sofisticados motores diesel algo así como la Esmeralda. Debido a una desafortunada colisión se ha averiado su tanque de combustible y como consecuencia de ello se ha quedado sin petróleo. El hermoso barco está a la deriva a la entrada del golfo de México, justo en la trayectoria de un huracán grado 6. Esta es la tormenta perfecta que irremediablemente hundirá a todos los navíos que encuentre a su paso.

Los ingenieros y mecánicos encargados de la sala de máquinas se han vuelto locos e insisten en que el daño se puede reparar y que un buque tanque pronto podrá entregar petróleo. La enorme presión de los acontecimientos ha alterado el juicio y el uso de la razón del personal de la sala de máquinas. Al paso de las horas y de los días, algunos de los maquinistas definitivamente han enloquecido y son incapaces de apreciar la realidad y se afincan a sus creencias dogmáticas. Algunos de los más desquiciados están proponiendo usar el agua de mar como combustible.

Afortunadamente usted es el capitán y naturalmente tiene otras alternativas. Puede usar el viejo pero probado velamen a su disposición para así alejarse de la zona de máximo peligro y así, con relativo éxito, lograr capear a tiempo el temporal. Las técnicas de la navegación a vela, por supuesto, no son el último grito de la moda, pero la tripulación que maneja las velas son viejos expertos en la materia. Las metodologías de la navegación a vela son efectivas y se han practicado con éxito por miles de años. Dentro de su tripulación afortunadamente usted aún tiene expertos conocedores de esta técnica.

Usted, como capitán razonable y visionario, dicide delegar toda la autoridad necesaria en los especialistas de la navegación a vela. Afortunadamente sus decisiones son las correctas y así el barco con su tripulación intacta derrotan los peligros y eventualmente llegan a puerto seguro con daños menores.

Empresas públicas como la ENAP, CODELCO, la CORFO y otras pocas que aún subsisten, son los restos del velamen de Chile. Es preciso expandir exponencialmente esta valiosísima alternativa. Si lo hace, usted pasará a la historia, no como la primera mujer presidenta, sino como el líder legendario (así como Portales lo hizo a comienzos del siglo diecinueve) que salvó a Chile a comienzos del siglo veintiuno. Portales (aún cuando tenía ideas liberales) utilizó al Estado como el principal motor del desarrollo nacional y gracias a ello, el país pudo salir de la crisis económica producto de las guerras de independencia y del subsiguiente período anárquico. Chile tuvo así 50 años de desarrollo acelerado y sostenido (el país creció 8% por año entre 1830 y 1880) y estuvo a punto de alcanzar el estándar de sociedad industrialmente desarrollada.

Desgraciadamente, de nuevo el incongruente dogma liberal (incongruente pues el país ya no tenía los valores y la clase empresarial necesaria), arruinó estas brillantes expectativas y gradualmente, el país inició su largo proceso de subdesarrollo. El primer presidente corrupto fue el liberal José Joaquín Pérez, que en los años 60, inició la catastrófica transición de la republica portaliana al liberalismo. El presidente Balmaceda (otro brillante liberal) trató de revivir el modelo portaliano, pero desafortunadamente fue derrotado por el imperio británico con la humillante colaboración de la corrupta oligarquía criolla.

Después del catastrófico periodo que va de 1891 a 1938, una vez más, un legendario presidente, don Pedro Aguirre Cerda, decidió utilizar la vieja idea portaliana, y con ayuda de otros iluminados y la cooperación de los Estados Unidos, creó la Corporación de Fomento a la Producción. Afortunadamente, el país logró salir de la profunda crisis socioeconómica, producto de la segunda época liberal y así, pudo retomar con éxito la vía del desarrollo sustentable.

Desgraciadamente este proceso fue violentamente interrumpido por Nixon, Kissinger y la dictadura militar de 1973. Una vez más, las incongruentes ideas liberales se adueñaron de Chile (incongruentes porque los valores culturales de Chile, o sea su espíritu o resorte, son de tipo colectivista, estatista y autoritario, y se tienen muy poco de los valores calvinistas o confusionistas). Ya llevamos más de 35 años utilizando este incongruente y fracasado modelo. Este fue impuesto por los ideólogos de Chicago con la cooperación gustosa de la corrupta y antipatriota oligarquía nacional. No obstante, después de todo este tiempo el país sigue subdesarrollado y tercer mundista.

Ahora, a finales del 2008, estamos en un verdadero punto de inflexión histórico. Hay un camino que va directo al precipicio, esa es la ruta liberal. Pero hay otro camino que podría transformarse en el tercer período intervencionista y estatista de Chile. Y como dice el dicho popular, puede que esta vez, la tercera sea la vencida. Esta vez si se hacen las cosas bien, por fin podría convertirse en realidad el sueño de Portales, Balmaceda, Aguirre Cerda y Allende. El destino del país está en sus manos de cirujana, ojala que las pueda usar bien.

Me suscribo de usted con mis mejores deseos para usted y su gobierno, respetuosamente,









Fernando Duque Ph.D.
Profesor titular en Ciencia Política
Universidad de Los Lagos
Campus Chinquihue, Puerto Montt.




Ps. Me permito adjuntarle copia de un artículo que escribí a los pocos meses de su elección como presidenta. Este artículo fue publicado en abril de 2006. También le incluyo una entrevista del diario “El Llanquihue” y realizada hace pocos días atrás donde se discute el artículo en referencia.